Abraham Santibáñez: “Le pregunté a Boric cómo es estar en La Moneda y me contestó que sigue feliz”

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Al lado de la enorme puerta ovalada de la casona construida en los años 40 donde vive el periodista chileno Abraham Santibáñez (85 años, Santiago), en el municipio de San Miguel, en Santiago, hay un pequeño cartel que dice NO sobre un arcoíris. Es un recuerdo en miniatura del afiche del plebiscito del 5 de octubre 1988, cuando un 54,70% de los chilenos votaron No a la continuidad de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).

En 1988, Santibáñez era director de la revista Hoy, opositora al régimen. Y ocho meses antes de que celebrara el triunfo del No, en enero, la dictadura militar las emprendió en su contra. Una entrevista suya a Genaro Arriagada, entonces secretario ejecutivo del comando del NO, y un artículo del periodista Alejandro Guillier, enfurecieron al régimen. La fiscalía militar procesó a los tres por sedición impropia, un delito que solo podía cometer un militar. Pasaron dos días la cárcel, en el antiguo anexo Capuchinos, un hecho que provocó tanto un escándalo nacional como la solidaridad internacional.

Santibáñez, periodista de la Universidad de Chile, Premio Nacional de Periodismo 2015, Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua y especialista en ética periodística, ha sido tanto testigo como protagonista de la historia de Chile desde sus primeros pasos como reportero a fines de los años 60. En 1978, entonces como subdirector de Hoy, fue uno de los dos primeros periodistas en llegar a Lonquén, una localidad ubicada en Talagante, en la Región Metropolitana, donde fueron hallados dentro de los hornos de una mina los cuerpos quemados de 15 campesinos asesinados por la dictadura en 1973. “Trozos de cráneos amarillentos, con huellas de cuero cabelludo; pelos sueltos, negros; ropas desgarradas en las que se reconoce un blue jeans, un chaleco de hombre”, fue la descripción que hizo entonces en su máquina de escribir para Hoy.

De eso han pasado 45 años, y Santibáñez tiene el recuerdo indemne del momento. “Eran los primeros detenidos desaparecidos que aparecían. Fue un golpe muy duro, porque el Gobierno [militar] había negado todo el tiempo que hubiese personas detenidas arbitrariamente y torturadas. Fue el hito que inicia la certeza de los abusos a los derechos humanos”, dice a EL PAÍS en un curioso jueves nublado en el pleno verano de Santiago.

Gran parte de esas y otras historias se asoman también en las decenas de archivadores con antiguos recortes de la prensa con hechos, personajes y obituarios que Santibáñez atesora en su escritorio. Las paredes también están repletas de libros que casi se descuelgan de las repisas y que están distintas posiciones: vertical, horizontal y diagonal. Entre medio se asoma un regalo de su hija: una vieja Underwood.

Por estos días, Santibáñez ha vivido buenos momentos. El 22 de diciembre fue nombrado profesor emérito de la Universidad Diego Portales, una de las varias universidades donde ha dado clases. “Gracias a él, no solo la Escuela de Periodismo posee algunas de las virtudes que hoy exhibe, sino que gracias a él y otros como él, también se pudo mantener un estado de alerta en tiempos difíciles y, desde luego, se pudo mantener vivo el interés por el periodismo”, dijo ese día el rector Carlos Peña. El periodista agradeció el nombramiento: “Hoy está claro que el gran desafío del periodismo y la comunicación lo representa el profundo cambio tecnológico y su creación cumbre: la inteligencia artificial. Se trata, evidentemente, de algo que los millennials pueden enfrentar con ventaja y me alegro por ellos, pero también siento la obligación de decirles que los mayores, incluso los octogenarios como yo, también tenemos un valioso aporte: el periodismo debe hacerse siempre con pasión, con clara conciencia de que es un servicio permanente”.

Pregunta. El mundo, y el periodismo, está rodeado de tecnologías. Usted trabajó en otra época, sin internet. ¿Qué recuerdos tiene?

Respuesta. Usábamos máquinas de escribir y de repente empezamos usar el fax. Yo era también corresponsal del diario O Estado de São Paulo [en los 70 y 80]. Mandaba por fax y eso después se reescribía. Eso tiene algo de romántico, pero…

P. Pero no parece añorarlo tanto. Tiene un blog (abe.cl) desde 1999.

R. Así como yo nunca escribí con pluma, los estudiantes de ahora no tienen idea de la máquina de escribir ni de las liniotipos, que eran un monstruo y a mí me fascinan. Hoy la sala de redacción es mucho más limpia, no tan ruidosa. Todo eso está cambiando. Estamos en una etapa de transformación muy grande, y la influencia de las redes sociales es desmedida. De esa transición yo creo que vamos a salir en algún momento, porque esas cosas así han ocurrido en el tiempo. Todos los millennials son estupendos para manejarse en esto, pero eso no significa que hayamos asimilado el cambio. Por eso yo reivindico, una vez más, el periodismo interpretativo, las explicaciones. Hay que combinar la noticia del día con las explicaciones.

P. Y los millennials ya no son tan jóvenes. Nacieron entre 1981 y 1984.

R. Bueno, tenemos un presidente millenial.

P. A propósito, ¿qué opina del presidente Gabriel Boric?

R. Este año me encontré al presidente Boric en un evento familiar. Conversamos un ratito poco, porque había mucha gente. Yo soy malo para hacer entrevistas; lo que yo hacía era mucho trabajo de recopilación. Y le pregunté cómo era estar en La Moneda y él me contestó que sigue feliz. Ahora, esa no es una pregunta para un Premio Nacional de Periodismo…pero supongo que era para empezar una conversación que no podía durar mucho más. Y anoche (el miércoles 28), lo vi muy contento con lo del litio [el acuerdo entre Codelco y SQM para explotar en conjunto el Salar de Atacama]. Para mí SQM es muy emblemático: es el regalo que le hizo Pinochet a su yerno [Julio Ponce Lerou]. Me parece súper extraordinario que este Gobierno haga un trato, y hacerlo significó un vuelco que ni siquiera otros partidos de izquierda o de centro lo habrían hecho. Y ni siquiera la derecha, porque algunos piensan como Milei.

Y agrega: “Tengo una buena impresión del presidente. Pero me doy cuenta de lo que aparece día por medio: la falta de experiencia. Me parece que en el haber llegado de forma muy fácil, muy prematura al poder, el responsable es Kast [José Antonio, el líder del Partido Republicano]. Porque si no hubiese sido Kast el candidato, sino la alcaldesa Evelyn Matthei, yo creo que habría ganado ella o alguien de la derecha tradicional, pero no de esa derecha tan extrema, tan Milei”. Y agrega: “Pero ya hemos hablado mucho de Milei y a ese no lo conozco”.

P. ¿Qué le parece que Boric salga andar en bicicleta por las mañanas y se tome fotos?

R. Independiente de quien sea el presidente, si es joven y le gusta andar en bicicleta, me parece muy bien. Lo que no me parece muy bien es que no conteste preguntas a los periodistas.

“No tengo ningún apuro en morirme”

El 8 de abril de 2020, cuando comenzaba la pandemia, Santibáñez publicó una carta en el diario El Mercurio que tuvo gran impacto en Chile. Se refirió al dilema ético en que, eventualmente, podrían encontrarse los médicos de tener que escoger a qué paciente apoyar con tratamientos intensivos. “Para ayudar a resolver ese dilema, aunque sea un aporte pequeño, renuncio desde ya a ser conectado a un respirador artificial si con ello puedo salvar otra vida”, escribió.

P. Su carta de 2020 abrió un debate. ¿Pensaba en la muerte en ese entonces?

R. No tengo ningún apuro en morirme, pero consideraba que ya había hecho lo suficiente. Me parecía adecuado que, en esa emergencia, entre una persona joven, con niños chicos o con perspectiva de tener una familia, fuese favorecida. Hubo cartas de gente que estaba de acuerdo conmigo, pero también hubo otra que dijo que esas cosas no debían publicarse, que había que tratarlas en privado. Yo creo que eso es parte de la vida y, en mi caso, del periodismo: uno no puede dar satisfacción a todo lo que la gente piensa o quiere.

P. ¿Conversó con su familia antes de escribirla?

R. La carta, como todas las cosas que yo hago, casi nunca las comento previamente. A veces lo hago con mi esposa, Ana María. Pero esa vez la comentamos con mis hijos, María Paz y José Miguel, que era ingeniero y murió en 2020.

La muerte de su hijo –de un infarto a los 53 años–, ha marcado a Santibáñez. “Los que se morían eran los abuelos y los tíos viejos, pero que de repente se muera un hijo…Me impresionó mucho por lo repentino. Uno se da cuenta que no es eterno. Pero yo quisiera seguir viviendo, tengo a mi nieta (de cinco años), y quiero verla crecer. Hemos hablado mucho, incluso de que quiere ser periodista.

P. ¿Y le gustaría que lo fuera?

R. Uno debe hacer lo que cree que tiene dedos para el piano. Yo estudié farmacia un año, porque mi mamá era químico farmacéutico. Pero mi nieta, además de periodista, también ha querido ser astronauta.

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