Boris Johnson pide perdón por la gestión de la pandemia y admite que su Gobierno subestimó la amenaza del coronavirus | Internacional

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La primera maniobra de Boris Johnson sugería que de nuevo iba a prevalecer el tramposo frente al hombre de Estado. El ex primer ministro del Reino Unido llegaba este miércoles a Dorland House, el edificio administrativo de Londres donde celebra sus audiencias la comisión de investigación sobre la covid-19, cuando todavía no había amanecido. Eran las siete de la mañana (ocho de la mañana, horario peninsular español), y la ciudad seguía a oscuras. Johnson llegaba tres horas antes del inicio fijado para su comparecencia, y aunque no lograba sortear las cámaras o los fotógrafos, sí conseguía esquivar de ese modo a la mayoría de los familiares de las víctimas de la pandemia, que se concentraban frente al edificio poco después.

Familiares de las víctimas del coronavirus se concentran este miércoles en Londres ante el edificio de la comisión de investigación de la covid-19.MAJA SMIEJKOWSKA (REUTERS)

Más allá de esa treta para evitar lo que iba a ser un mal trago, el expolítico Johnson, al que el abogado Hugo Keith ha interrogado con precisión quirúrgica durante la primera de las dos sesiones en las que comparece como testigo, no mostraba el menor rastro de su ironía, soberbia y tono sarcástico habituales. El ex primer ministro era consciente de que su intervención ante la comisión independiente que preside la magistrada Heather Hallett es lo más parecido a un juicio sobre los turbulentos tres años que duró su mandato en Downing Street. Un periodo que debía girar en torno al conquistado Brexit y acabó marcado por la nefasta gestión de una pandemia que provocó más de 220.000 muertes en el Reino Unido, la peor cifra de toda Europa.

“En vez de solucionar una crisis nacional, su Gobierno presidió una asquerosa y completa orgía de narcisismo. Permitió que ‘los cadáveres se amontonaran’ y que las personas mayores fueran tratadas como residuos tóxicos. Como resultado, cerca de un cuarto de millón de personas murieron por la covid-19. Ellos ya no pueden hablar, pero sus familiares y todos los que aún sufren por la enfermedad merecen que hoy se conozca la verdad”, proclamaba el abogado Aamer Anwar, que representa a una de las diferentes organizaciones de víctimas de la pandemia. Palabras duras, que daban una idea de la tensión a la que se enfrentaba Johnson, pero cuya autoría no era del abogado, sino de los miembros del equipo de Downing Street y de los incendiarios mensajes de WhatsApp que se intercambiaron entre ellos durante unos meses caóticos. A lo largo de las últimas semanas han ido apareciendo públicamente, durante las sesiones de la comisión de investigación.

Un camión aparcado frente al edificio llevaba en su remolque un inmenso cartel, con las fotos de decenas de muertos por el coronavirus, y la frase “Let the bodies pile high” (Dejad que los cadáveres se amontonen). El ex primer ministro nunca ha admitido que gritara esa frase durante una de las muchas discusiones en las que sus asesores le insistían en que impusiera un confinamiento, pero su exasesor y ahora enemigo, Dominic Cummings, aseguró en su momento ante el Parlamento que le escuchó gritarla.

Perdón y reconocimiento de errores

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Johnson llevaba un año preparando con su equipo de abogados una comparecencia extremadamente delicada. Y como parte de su estrategia, ha utilizado la primera intervención para expresar sus disculpas. “Permítanme decir que entiendo los sentimientos de las víctimas y de sus familiares, y que lamento profundamente el dolor, la pérdida y el sufrimiento de esas víctimas y de sus familiares”, comenzaba a decir el ex primer ministro, con un tono de contrición. La magistrada Hallet interrumpía sus palabras, porque cuatro mujeres al fondo de la sala se habían levantado para mostrar unos folios: “The Dead Can´t Hear Your Apologies” (Los muertos no pueden escuchar tus disculpas), decían. Las cuatro fueron expulsadas, pero lograron su propósito de desactivar la solemnidad de unas disculpas que el equipo de comunicación de Johnson se había encargado de anticipar días antes a los medios para garantizarse un titular favorable.

Quedaba claro, a lo largo de una comparecencia de más de seis horas con tres descansos, que la estrategia de Johnson se reducía, exclusivamente, a intentar convencer a la comisión de que hizo lo que pudo hacer ante una crisis imprevisible, incomprensible y descomunal. Todos sus errores, intentaba sugerir con sus palabras, fueron bienintencionados. En primer lugar, el retraso a la hora de imponer el primer confinamiento cuando el resto del mundo ya llevaba semanas de adelanto. “Por un breve tiempo, contemplé la idea de no imponer el confinamiento”, admitía ante la pregunta directa de la magistrada Hallett. Enseguida entendió que “no disponía de otra herramienta” si quería proteger el ya desbordado por entonces Servicio Nacional de Salud. “Por todo lo sucedido durante las dos o tres semanas previas, vi claramente que habíamos subestimado la prevalencia [del virus] y que no disponíamos de sistemas para controlarlo, como sí creí un mes antes”, explicaba Johnson sobre su decisión de encerrar a los ciudadanos el 23 de marzo de 2020.

Antes de tomarla, sin embargo, había presumido en televisión de seguir dando la mano a todos aquellos con los que se reunía, y también de esa temeridad ha mostrado arrepentimiento durante la comparecencia ante la comisión.

“Miro a todo esto en retrospectiva, a todo esa inconsciencia, y me siento horrorizado. Teníamos que haber actuado mucho antes. Yo tuve que haber actuado mucho antes”, ha dicho Johnson, en una de los momentos en que más abiertamente reconocía que se cometieron demasiados errores. Su Gobierno “subestimó enormemente” la magnitud de la pandemia y cayó en la trampa de una “lógica inductiva falaz” —incapaz, incluso en una comparecencia de tanta gravedad, de evitar el despliegue de cultismos—, por la que se pensó en pandemias previas como la gripe aviar y se restó importancia a la amenaza.

Al borde del llanto

“Tenemos que ser realistas respecto a lo que ocurrió en 2020, en aquel trágico, trágico año…”, decía Johnson, y frenaba su discurso unos segundos para contener el llanto. Fue el año en que también él estuvo a punto de morir y acabó entubado en la UCI de un hospital londinense. “Impusimos un confinamiento durísimo, y llegó una nueva ola más fuerte”, se lamentaba.

La percepción general del primer día de su comparecencia estaba inundada de escepticismo. Había desaparecido el Johnson desafiante y soberbio y aparecía en cambio un ex primer ministro reflexivo y arrepentido, pero el modo en que justificaba cada equivocación o cada negligencia de su Gobierno durante aquella crisis sugería un cierto juego trilero, para lograr que los ciudadanos —algunos de ellos, al menos, le concedieran el beneficio de la duda—.

El abogado Keith ni siquiera entró en la parte más delicada de la gestión de la pandemia: el partygate, el escándalo de las fiestas prohibidas en Downing Street durante el confinamiento. Johnson había sobrevivido, en apariencia, la primera de sus dos comparecencias. No parece claro, sin embargo, que su versión de los hechos haya convencido a sus críticos.

Una docena de policías protegían las puertas del edificio de la comisión a las cinco de la tarde (seis, horario peninsular español) cuando Johnson ha salido. Ya había caído de nuevo la noche. Esta vez el ex primer ministro, ataviado con uno de sus estrambóticos gorros de lana y borla, se precipitaba con rapidez dentro del vehículo que le esperaba, pero no podía evitar escuchar los gritos e insultos de decenas de familiares de víctimas apretados por el frío detrás de una valla de seguridad.

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