Cisjordania: Destrucción y humillación en Yenín tras la incursión israelí más larga de la guerra | Internacional

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“A Musa lo mataron delante de mí”. Sharaf Janfar, de 29 años, señala con el dedo el lugar exacto en que una bala le partió el jueves el corazón a un chaval de 16 años, dentro de las instalaciones del hospital Jalil Suleimán de Yenín (Cisjordania). Janfar reabrió el viernes su puestecillo sobre ruedas, desde el que despacha café a las puertas del centro tras dos días y medio de una incursión militar israelí que dejó 12 muertos, incluido el adolescente, y cientos de detenidos. Fue la operación más larga del total de 15 que han llevado a cabo las tropas durante la guerra.

El ejército israelí dijo que se trataba de una operación antiterrorista tras la que finalmente quedaron retenidas 60 personas, se intervinieron medio centenar de armas, explosivos y se destruyeron túneles. De recuerdo, los soldados dejaron también numerosas pintadas humillantes y hasta grabaron vídeos dentro de mezquitas profiriendo cánticos insultantes en hebreo contra el islam, lo que llevó, según el ejército israelí, a detener a los autores de las ofensas. La Autoridad Nacional Palestina (ANP) calificó lo ocurrido en Yenín, férreo feudo de la resistencia palestina, de “peligrosa escalada”.

Yenín, con 62 muertos, es la localidad más convulsa de Palestina fuera de la franja de Gaza, en medio de la actual contienda, que comenzó el 7 de octubre con el ataque de Hamás en Israel, cuando fueron asesinadas unas 1.200 personas por la milicia islámica. En esta última incursión, 12 habitantes han muerto en la ciudad del norte de Cisjordania. La operación concluyó la tarde del jueves. Entre los asesinados, el adolescente Musa Jatib, que recibió el disparo estando desarmado, según fuentes del hospital y de Médicos Sin Fronteras (MSF). Cisjordania, donde han muerto unas 290 personas en esta contienda, representa junto a la frontera con Líbano los otros dos frentes de batalla que Israel mantiene abiertos, además del principal escenario, la Franja.

El hospital se ubica a la entrada del campo de refugiados de Yenín, principal objetivo de las tropas de Israel en Cisjordania. Se trata de un abigarrado e irregular entramado de callejones y viviendas casi improvisadas, erigidas a lo largo de las décadas en menos de medio kilómetro cuadrado, y donde habitan, al menos, 12.000 personas. En una de las primeras casas llora desconsolada Malak Jatib, de 34 años. Es la madre de Musa, que recibe las condolencias de otras mujeres del campo. Una de ellas ha perdido también a un hijo en estas semanas.

“Lo he dado todo por él para que se haga un hombre y en cuanto crece, me lo matan”, lamenta Malak, separada y madre de otros cuatro hijos. El rostro de la mujer, que vive de limpiar casas, aparece, entre los abrazos de las visitas, iluminado por las lágrimas que descienden sobre sus mejillas. “Le rompieron el corazón, como a mí”, susurra mientras muestra en su móvil vídeos del cadáver de su hijo durante el funeral celebrado el mismo jueves.

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Más arriba, en la parte alta del campo de Yenín no solo tomaron posiciones los uniformados, sino que desarrollaron también una parte importante de la operación. “En esta calle hay, al menos, una docena de shujada”, asegura, refiriéndose a los mártires por la causa palestina, un vecino relatando el currículum de la vía que aparece en el mapa con el nombre de Maheub. Junto a los escombros, coches medio aplastados y algunos casquillos de bala, hay numerosos carteles, lonas y luminosos en recuerdo de todos esos muertos.

Pintadas dejadas por soldados israelíes con la fecha del ataque de Hamás, 7 de octubre, en el campo de refugiados de Yenín (Cisjordania) tras la última incursión.
Pintadas dejadas por soldados israelíes con la fecha del ataque de Hamás, 7 de octubre, en el campo de refugiados de Yenín (Cisjordania) tras la última incursión.Luis de Vega

Los niños del barrio los conocían y relatan historias mientras los señalan con el dedo. Ahmed, de solo tres años, se pasea con su fusil kalashnikov de juguete. Delante de una de las viviendas, aparece en un luminoso un joven ufano con un rifle. Es Motasim Sabagh, miembro de Hamás, muerto el pasado 7 de marzo. Su padre, Naser, de 50 años, y su hermano, Musab, de 19, fueron dos de los detenidos estos días por el ejército israelí antes de ser puestos de nuevo en libertad el jueves.

Pasaron en dependencias israelíes un día y una noche y aseguran que durmieron en un todoterreno militar atestado de arrestados maniatados y con los ojos vendados. “Eres un terrorista”, dice Naser que le acusaban los soldados tras inspeccionar su móvil y ver la foto de su hijo Motasim. Él asegura que el fallecido se ganaba la vida como pintor en Israel y que ganaba “mucho”, unos 9.000 séqueles al mes (unos 2.250 euros). El interrogatorio a Musab fue más largo, de unas dos horas, durante el que, según el joven, trataron de acorralarlo con preguntas para que declarara que pertenece a Hamás y le pidieron información al respecto sobre otros habitantes del campo de refugiados.

Al lado de la vivienda de la familia Sabagh aparece una de las casas dinamitadas. La hicieron saltar por los aires en la mañana del jueves y más de un día después todavía humea. Pertenecía a Maher Marai, de 55 años, que habla sobre los escombros y delante del cuadro en el que asoma otro shajid (singular de shujada), su hijo Mohamed, de 25 años, muerto hace año y medio. Marai, que tiene otro hijo encarcelado, cree que han derrumbado la casa porque otro de sus hijos dio cobijo en ella a un hombre buscado por Israel. Los vecinos apuntan, sin embargo, a que en el edificio de dos plantas podrían haber encontrado un túnel.

“Resistiremos”

Junto a Marai, el pequeño Murad, de 13 años, no deja de mirar de manera insistente al cielo, donde revolotea pertinaz y ruidoso un dron que todos consideran del ejército. “Resistiremos”, afirma decidido Maher Marai, tratando de sobreponerse al desolador panorama. EL PAÍS también localizó junto a la calle Maheub los restos de una caseta donde el ejército aseguró haber encontrado explosivos, según el vídeo grabado en el momento en que procedieron a la voladura.

Se mire donde se mire, salta a la vista el extenso muestrario de destrucción dejado como recuerdo de la incursión por los militares. Calles levantadas, conducciones de agua arrancadas y encharcándolo todo, coches y casas destruidas con excavadoras o directamente voladas con explosivos. Llama la atención, además, las decenas de pintadas realizadas en las paredes con la estrella de David y la menorá, el candelabro judío de siete brazos. En algunos casos van acompañadas de mensajes como: “7 de octubre, nunca olvidaremos”, estampado en una mezquita. Por todo el campamento hay pósteres y carteles con los rostros de los vecinos muertos, muchos miembros de la resistencia armada. Sobre ellos, tras la retirada de los militares, aparecen pintados hasta penes.

Desde fuera de una de las casas se escuchan las voces de Halima Taján, de 80 años, que para no estar sola se refugió junto su hija durante los días de la incursión. “¡Mira, una mierda, una mierda!”, exclama señalando al suelo de su salón, donde asegura que defecó uno de los soldados que ocuparon su vivienda, que aparece totalmente revuelta. Ha tapado los pestilentes restos con una tela, pero se empeña en mostrarlos. Taján vive casi pared con pared con la casa del joven Musa Jatib, el asesinado en el hospital, considerado ya un shajid.

El chaval, según los testimonios recogidos, corrió herido de muerte al recibir el disparo hacia la puerta de urgencias y allí se desplomó. “Era la una del mediodía”, confirma observando la hora en su teléfono móvil Jiris Jader, de 49 años, uno de los responsables de enfermería del hospital. Lo llevaron de inmediato al quirófano, pero no pudieron hacer nada por él, cuenta. La muerte del menor fue denunciada también por MSF, que tenía parte de su equipo en las instalaciones y trataron asimismo en vano de salvarle la vida.

Una de las calles del campo de refugiados de Yenín (Cisjordania) tras la incursión de dos días y medio del ejército.
Una de las calles del campo de refugiados de Yenín (Cisjordania) tras la incursión de dos días y medio del ejército. Luis de Vega

“Musa acababa de estar ayudando a sacar camillas de las ambulancias”, recuerda Jiris Jader mientras relata cómo los soldados, a pocos metros de donde recibió el disparo el joven, bloqueaban los accesos al hospital. Incluso, añade, obligaban a los conductores de las ambulancias a desnudarse y arrodillarse en plena calle, como muestran en imágenes. Ese tipo de abusos son habituales y los ha denunciado de manera reiterada también MSF en Yenín y otros lugares de Cisjordania.

En una de las habitaciones del hospital Suleimán, permanece ingresada Rehat Mustada Yusef, de 68 años. La ambulancia en la que regresaba el miércoles a su casa junto a su hermana y una hija, tras ser atendida de un dolor en el pecho, recibió un disparo, como ella misma relata. Una esquirla se le incrustó bajo el párpado de ojo derecho. Por los pasillos y recibidores del hospital, Jalid Suleimán, que lleva el nombre de un jefe de la Media Luna Roja local asesinado por Israel, deambulan los gatos mientras los presentes fuman. Fuera, reina la calma. Hasta la próxima incursión israelí.

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