“Es la pregunta del millón de dólares. Y no tengo una respuesta. Mi corazón me dice que mejor que no entren las tropas, pero mi mente, que hay que destruir a Hamás. Cada opción es peor que la otra. Y yo solo quiero volver a ver a mi hermana”. Shaule Naor tiene 73 años y unas cartulinas con los rostros de sus familiares secuestrados el pasado día 7, en el ataque masivo en Israel organizado por Hamás que ha transformado el conflicto de Oriente Próximo. Su hermana, cinco años menor, es Efrat Katz, declarada formalmente el jueves como secuestrada en Gaza, tras varios días de comprobaciones, igual que sus nietos Raz, de cuatro años, y Aviv, de dos. Los tres aparecen de refilón en un vídeo ―grabado con el móvil por uno de los secuestradores― embutidos en una especie de carretilla mientras un miliciano grita “Dios es el más grande” y tapa la cabeza a la madre de los niños, Doron Asher Katz. Los tres primeros están entre los 210 rehenes que capturaron las milicias de Gaza ―según los datos actualizados este sábado por el ejército israelí― para forzar su canje por todos los presos palestinos. Doron está en la lista de desaparecidos, al menos 100 cuya ubicación se desconoce. Hay, además, alrededor de 1.400 muertos.
La “pregunta del millón de dólares” que menciona Naor es la que los líderes políticos y militares israelíes se hacen estos días mientras preparan la invasión terrestre y bombardean Gaza “a un ritmo nunca visto en décadas”, como lo ha definido el ejército: ¿Qué es preferible? ¿Invadir y bombardear Gaza sin contemplaciones para lograr el objetivo declarado de “eliminar a Hamás” a sabiendas de que probablemente condene a muerte a los rehenes? ¿Diseñar arriesgadas operaciones de rescate, con escasas posibilidades de éxito, en los túneles subterráneos donde se les presume? ¿O negociar su liberación, como ha hecho Israel desde hace décadas, aún a riesgo de que sus enemigos lo perciban como debilidad y organicen más secuestros al constatar que el país siempre acaba pagando el precio, incluso cuando más le hierve la sangre?
Tampoco Naor, un israelí-estadounidense que visitaba a su familia, lo tiene claro. “Si uno es racional, sabe que las posibilidades de que salgan con vida sin negociación son muy bajas. Por otro lado, han pasado casi dos semanas y no sé si habrán podido sobrevivir en esas condiciones, sobre todo los niños”, responde. La Yihad Islámica ha asegurado además, sin presentar pruebas, que los bombardeos ya han matado a una veintena de los secuestrados.
Naor habla frente a una instalación de unas 150 imágenes con fotos de desaparecidos y secuestrados. Su ubicación no es casual: frente a la Kirya, la base militar que alberga el Ministerio de Defensa, en el corazón de Tel Aviv. Donde se toman decisiones clave sobre el plan de tres fases con el que Israel pretende derrocar el Gobierno de Hamás, acabar con los previsibles reductos de resistencia y entregar las llaves de la gestión de Gaza a no está claro quién. Los soldados que salen de la base y los viandantes se paran, conmueven y escriben mensajes en el mural, como “Traeros de vuelta a casa es la máxima prioridad”, “Antes que nada y a cualquier precio” o “La foto de la victoria es el regreso de los rehenes”. También el lema del movimiento, escrito en inglés en una inmensa lona en una explanada, es más emocional que político: “Traedlos a casa ya”. La pregunta es cómo.
“Pedimos la liberación inmediata de todos los rehenes sin condiciones. Y se lo pedimos a todas las partes. Somos un movimiento con un único tema en la agenda”, explica Daniel Shek, uno de los 15 denominados embajadores del Foro de Desaparecidos y Rehenes de Israel, la principal organización montada a toda prisa para representar a sus familias, ofrecerles apoyo psicológico, dar a conocer los casos y presionar a las cancillerías. En resumen, para que quienes toman las decisiones no se olviden de que existen. Solo esta semana ha habido una vigilia diaria, una manifestación con cientos de participantes en Tel Aviv y una cena de sabbat con tantas sillas vacías como rehenes en Gaza, lo que conecta con la tradición judía de dejar una para el profeta Elías, que señalará la llegada del Mesías.
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Los embajadores son exdiplomáticos, así que Shek mide sus palabras. “Nosotros no entramos en el cómo lograr la liberación. No es nuestro papel ni nuestra responsabilidad decirlo. Tampoco somos el Gobierno israelí, que tiene en cuenta otros intereses y consideraciones”.
―Pero sí podéis elegir presionar en una u otra dirección.
―Nuestra capacidad de decidir qué se va a hacer es cero.
Shek explica además que las familias representadas tienen opiniones distintas sobre cómo actuar. Se puede ver en sus declaraciones en los últimos días: desde el que se alegra de saber que sus familiares están muertos para acabar con la incertidumbre y que el ejército actúe sin freno al que aboga sin tapujos por que el Estado pague en miles de excarcelaciones el precio de no haber podido proteger a sus ciudadanos durante horas, en las que los milicianos camparon a sus anchas, incluso tomándose selfis por las calles y abriendo las neveras de las casas.
El Foro de Desaparecidos sí se ha pronunciado contra el Gobierno, por permitir la entrada de ayuda humanitaria al sur de Gaza desde Egipto. “No estamos en contra de que se haya hecho, sino de que se haya hecho gratis”, argumenta. Israel, que mantiene un bloqueo completo sobre Gaza de alimentos, agua, combustible y electricidad, ha anunciado que no entrará un solo suministro a la Franja desde su territorio mientas haya rehenes.
Más de 230 secuestrados
Hamás cifró el pasado martes los que tiene en 200 al menos, a los que cabe sumar 30 reivindicados por la Yihad Islámica y un número indeterminado en manos de otros grupúsculos y hasta de personas que no militan en organizaciones armadas. La mayoría está con vida, aunque también llevaron a Gaza cadáveres, conscientes de que su devolución también ha generado contrapartidas en el pasado.
Se trata principalmente de civiles, capturados en una fiesta rave al aire libre que acabó convertida en masacre (unos 260 muertos) o en sus casas, tratando de huir o combatiendo en las calles de una veintena de localidades. El ejército israelí calcula en cerca de 30 los menores de 18 años y entre 10 y 20 a los mayores de 60. Desde un bebé de medio año hasta un matrimonio octogenario, lo que el portavoz de la Yihad Islámica, Dawood Shihab, justifica en que Israel mantiene encarcelados a mujeres y niños palestinos, así que tampoco ellos “tienen en cuenta” la edad o el género. Hamás ha difundido vídeos propagandísticos de milicianos sosteniendo con una mano a un bebé y con la otra un fusil.
Dafna Serr, de 53 años, es psicóloga y acude al mural con la bandera de su país. “La traigo porque nos han atacado por ser eso, israelíes”, justifica. Es la misma que llevaba cada sábado a las manifestaciones contra la reforma judicial de Benjamín Netanyahu. Con las protestas canceladas por la guerra y los israelíes en tregua táctica, su colectivo de psicólogos contra la polémica reforma (No hay salud mental sin democracia) se vuelca ahora en ayudar a los familiares de víctimas, rehenes y desaparecidos. Ella acompaña en el proceso a cuatro familias de secuestrados y explica cómo su deseo de abrazar de nuevo a sus seres queridos prima sobre cualquier consideración política. “No están en negación. De hecho, algunos chateaban con ellos cuando los cogieron. Lo que pasa es que lo único que quieren es que los devuelvan a casa. Y eso tiene mucho que ver con los sentimientos humanos más básicos que con algo político o nacional sobre cómo lograrlo”. Serr lamenta también el “espejismo de control” que da a las familias pasarse horas frente al televisor o el móvil a la espera de la más mínima pista. “Solo profundiza el trauma”, lamenta.
Dos palabras se escuchan a menudo estos días en Israel: “Venceremos” y “venganza”. La última la ha usado el primer ministro, Benjamín Netanyahu, o Tally Gotlib, una diputada del mismo partido (Likud), al pedir una bomba atómica sobre Gaza, donde 4.385 palestinos, sobre todo niños y mujeres, ya han muerto en los bombardeos, según las cifras del Ministerio de Sanidad de la Franja.
Tal (no quiere dar su apellido) no quiere ni oír esas palabras mientras llora de pie frente a la foto de su sobrino Omer Shem Tov, de 21 años, en el mural. “Yo no quiero venganza. Solo quiero que me lo devuelvan. Y a toda esa otra gente, que no ha hecho nada a nadie. Y no me importa el precio”.
El precio que piden las milicias de Gaza es vaciar las prisiones israelíes de aquellos palestinos (cerca de 5.200) que cumplen condena por los denominados “delitos nacionalistas”. Es decir, los vinculados al conflicto, desde un atentado letal hasta tirar piedras a colonos o soldados o apoyar en las redes a una organización considerada terrorista.
A lo largo de las décadas, Israel ha excarcelado a miles de presos en canjes. Hace solo 12 años, por ejemplo, liberó a más de 1.000 palestinos por un solo soldado, Gilad Shalit, que Hamás retenía en Gaza. Esta vez, sin embargo, insiste en que no cabe la negociación. “Es en realidad una pregunta moral. ¿Estamos dispuestos a abandonar a esta gente? Creo que no tenemos el derecho. Y eso que no tomo con ligereza el golpe que hemos sufrido ni la necesidad de responder con mucha fuerza y restaurar el poder de disuasión israelí”, argumentaba en el diario Haaretz David Meidan, el veterano del Mossad [los servicios secretos en el exterior] que participó en la negociación por Shalit. En la acera ideológica opuesta, el comentarista Nadav Haetzni advertía en el diario Israel Hayom: “Hay una fina línea entre mostrar empatía y promover la debilidad nacional. Y no debemos cruzarla”.
Planes de rescate confidenciales
Los corresponsales militares hablan de planes confidenciales para rescatar a los rehenes, tras haber acumulado mucha información de inteligencia sobre su paradero y estado físico. El sector de la alta tecnología está desarrollando algoritmos especiales y mecanismos de reconocimiento facial para la misión.
Como sucede a menudo, una cosa es lo que se difunde y otra lo que se sabe. Parte de la información pública está orientada a dar pistas falsas a Hamás, que cuenta con gente que habla hebreo y sigue las informaciones. Mientras, a las familias de los rehenes se les comunica en privado los datos obtenidos con sistemas de vigilancia, espías en el terreno, cámaras de seguridad y los propios vídeos que grabaron tanto atacantes como atacados.
En las negociaciones con mediación de Qatar, los rehenes han quedado encuadrados en tres grupos. Uno son los soldados y policías israelíes, a cuya liberación Hamás se niega por completo. En un segundo estarían los civiles israelíes, como Maya Shem, la joven que aparece en un vídeo difundido el pasado martes, en la primera prueba de vida proporcionada por Hamás. Tiene también nacionalidad francesa.
En el tercero están los extranjeros. Los que más posibilidades tienen de salvarse, como prueba que las estadounidenses Judith Raanan, de 59, y su hija Natalie, de 17, hayan sido este viernes las primeras liberadas, aparentemente en buen estado de salud. Son los “invitados”, que serán liberados sin condiciones “en cuanto la situación lo permita”, a excepción de los que servían en las Fuerzas Armadas, como los ha definido Abu Obaida, el portavoz de las Brigadas de Ezedín Al Qasam, el brazo armado de Hamás que retiene a la gran mayoría de rehenes. Es el caso del español Iván Illarramendi, capturado con su esposa, la chilena-israelí Loren Pamela Garcovich Montoya.
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