En menos de veinte días viajaré a la India y una parte de la maleta ya está hecha: pastillas de colores terrosos (óxidos, azafranes, salmones), amarillos, azules, rosas y verdes, un pincel con depósito de tinta china, varios rotuladores de puntas anchas y tonos pastel y un pincel redondo y suave de pelo de cabra y mango corto. La primera vez que estuve en la India tuve que hacerme con un botín de material escolar nada más aterrizar en Jaipur porque las pocas cosas que llevaba en la maleta no servían para captar el bombardeo cromático con el que me encontré. Ahora reviso el cuaderno y solo encuentro una mirada a la que los colores deslumbraron de tal modo que no pudo penetrarlos. Me pregunto quién era aquella mujer con la que comparto rostro. Envidio la ligereza con la que se movía por el mundo, su capacidad de sorpresa, la confianza que depositaba en todo lo que venía de fuera, y celebro haber decidido ocuparme de ella.
Llevo meses preparando el nuevo viaje porque recorreré el país con un grupo de alumnas que, como yo, también deben de tener la mitad de la maleta hecha. Me he acercado, a pesar de todo (justo estoy leyendo ―y me está gustando mucho― Monstruos. ¿Se puede separar el autor de su obra?, de Claire Dederer), a Vislumbres de la India, de Octavio Paz. Llegué con facilidad a una traducción de Rabindranath Tagore, a Jim Corbett (y a la belleza de la jungla, la mitología, las mujeres como elemento maligno), a Khushwant Singh. El listado de autores hombres es interminable. Me pregunté dónde estaban las mujeres y apareció Arundhati Roy afirmando que “solo la ficción puede decir la verdad”. Después llegaron los nombres de Anita Nair, Jhumpa Lahiri y Amrita Pritam. Buenas tardes, Paula, ahora mismo no tenemos ninguno de los libros de la poeta que nos pides. Investigamos y te decimos. Buenas tardes, Paula, no veo que haya nada disponible ni en castellano, catalán o inglés. ¡Suerte!
Mi alumna Naiara manda al chat del próximo viaje a la India una foto en blanco y negro de una mujer que viste con un sari y escribe: autora del libro titulado Sultana’s dream, Isabel Herguera acaba de hacer un largometraje inspirado en este cuento. Lo siento por mis compis porque ya les di la brasa con esto, pero la historia de Begum Rokeya y cómo se narra en esta película me ha parecido brutal.
Y de repente, un texto que pretendía hablar de no dejarse engañar por el color y de la necesidad de aguzar la mirada y cuidarse a través del conocimiento, del pensamiento que generan la observación y la pintura, se transforma en un texto que prefiere abrazar el anhelo y la desesperación que provoca el impulso de leer un libro escrito hace ciento dieciocho años. Nada más conocer la utopía feminista que alimentó la película de Isabel Herguera, la puse a dialogar con Ellas hablan, de Miriam Toews, y Yo que nunca supe de los hombres, de Jacqueline Harpman, solo que en la Damalandia de El sueño de la sultana de Begum Rokeya se respira paz y son los hombres los que están encerrados y no nosotras. ―¿Dónde están los hombres?― En su debido lugar (…) Encerramos a los hombres en interiores. Llamo a mi librera y me dice que no tienen ningún ejemplar de El sueño de la sultana, que no voy a poder encontrarlo en Barcelona, pero mi alumna me hace el regalo de prestarme el suyo.
Además de un hermoso tráiler lleno de violencias y de una página de Instagram llena de posts, Naiara nos llena el móvil con las imágenes que pudo ver en la muestra de los originales que expone Herguera en la Tabakalera de San Sebastián: dibujos impecables, limpios, profundos, llenos de capas, teatros de sombras y veladuras con más atmósfera que acción, donde la India que en mi cabeza se llenaba de mujeres que se provocaban abortos al saber que parirían niñas se transforma en una India utópica en la que son ellas quienes miran, observan y actúan.
Visitaré de nuevo el país siendo otra persona. Podré penetrar los colores.
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