Irán da un paso atrás | Internacional

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Los aguijonazos de las milicias proiraníes a Estados Unidos han tocado hueso. Poco después de que el presidente Joe Biden dijera este martes que había decidido cómo responder al ataque con dron que mató a tres soldados estadounidenses en una base militar en Jordania el pasado sábado, el grupo responsable, Kataeb Hezbolá, anunciaba la suspensión de todas sus operaciones contra tropas norteamericanas. El pretexto, evitar poner en apuros al Gobierno iraquí, apenas escondía la presión de Irán.

La República Islámica se desvinculó enseguida de la agresión de la milicia iraquí, una de las decenas que grupos aliados de Irán han lanzado contra las tropas de EE UU en Irak y Siria desde que se iniciara la guerra en Gaza el pasado 7 de octubre, pero la primera que ha causado víctimas mortales. El portavoz de Exteriores iraní, Naser Kanaani, dijo que los denominados “grupos de resistenciano siguen las órdenes de la República Islámica. Es un guion que lleva años repitiéndose. La Guardia Revolucionaria, el ejército ideológico del régimen iraní, ha tejido una red de grupos armados aliados por toda la región que le sirven para avanzar sus intereses a la vez que actúan de parapeto en caso de que se le pidan cuentas por sus acciones.

La fórmula no es nueva, pero Irán ha logrado dotarla de cohesión ideológica en torno al rechazo a la existencia de Israel y a la presencia militar de Estados Unidos en su vecindario. Nunca han sido un secreto los vínculos de la Guardia Revolucionaria con el Hezbolá libanés, el Hamás palestino, las fuerzas de Movilización Popular iraquíes (en las que se enmarca Kataeb Hezbolá), las milicias pro El Asad de Siria e incluso, en distinta medida, el movimiento Huthi de Yemen. Sin embargo, desde que Israel declarara la guerra a Hamás por su atentado del pasado 7 de octubre, las piezas de ese puzle han empezado a encajar.

Algunos analistas ven una operación dirigida desde Teherán en la que esos grupos solo son los tentáculos de un pulpo —utilizando el símil del ex primer ministro israelí Naftali Bennett— que actúa de forma concertada. Incluso quienes subrayan los intereses locales, y a menudo oportunistas, de cada una de las formaciones tachan de cínica la actitud de los responsables iraníes declarándose ajenos a sus acciones. A fin de cuentas, todas las milicias dependen en mayor o menor medida del entrenamiento y las armas, cuando no la financiación, de la República Islámica.

Hasta ahora, los aguijonazos de sus aliados de la resistencia a las fuerzas estadounidense le iban como anillo al dedo. Ponían a la Administración Biden ante una elección envenenada: o sobreactuar atacando directamente a Irán y abrir la caja de los truenos —confirmando las acusaciones iraníes de intervencionismo—, o seguir calibrando la respuesta mientras sus atacantes se jactan de llevar la voz cantante. Pero ese tensar la cuerda parece haber alcanzado una línea roja con la muerte de los tres soldados de EE UU. No está claro si el repentino giro de Kataeb Hezbolá es el resultado de 48 horas de intensa presión entre bambalinas sobre Irán, o si la decisión de la milicia —pasar a la “defensa pasiva”— es una táctica para enmarcar su eventual reacción a la respuesta de Washington como autodefensa, es decir, un mero truco iraní.

A pesar de la opacidad que caracteriza al régimen islámico, parece claro que no le interesa agravar el conflicto hasta el punto de que sus fuerzas se vean implicadas, porque eso pondría en peligro su supervivencia. De momento, el paso atrás de Kataeb Hezbolá ha desatado duras críticas online entre los grupos resistentes.

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