“Cada vez que me llamaban para el recuento me quería morir”, cuenta Mohamed Nizzal, palestino de 18 años liberado el pasado domingo después de tres meses en una cárcel israelí. Asegura que volvió a casa con dos dedos de la mano derecha fracturados y sin haber recibido ni siquiera analgésicos. “Llegaron a pegarnos con barras de hierro y yo me tapé la cabeza con las manos”, recuerda sobre una de esas rondas de recuento, la del 18 de noviembre. El de Nizzal es uno de los testimonios recabados por EL PAÍS que asegura que la onda expansiva de la matanza de Hamás del 7 de octubre se sintió de inmediato en las cárceles israelíes que albergan a presos palestinos.
Media docena de reos liberados estos días gracias a la tregua coinciden, en una versión no confirmada por las autoridades carcelarias, en que las condiciones en los penales se endurecieron desde esa fecha, cuando comenzó la actual guerra. Hablan de palizas, hacinamiento en las celdas, humillaciones, aislamiento del mundo exterior y hasta botes de humo y gas pimienta. Las agresiones físicas son reportadas por parte de los liberados, no por las mujeres, aunque estas también detallan un empeoramiento del trato. Desde que comenzó la guerra “se han estado vengando de nosotros. Antes nos trataban como prisioneros normales”, afirma Nizzal a través del teléfono desde su casa en Qabatia, junto a Yenín, en el norte de Cisjordania. Desde que se lo llevaron de su casa, los tres meses ha permanecido bajo detención administrativa, es decir, sin cargos ni juicio, en la cárcel de Ktziot, en el desierto del Neguev.
No es el caso de Rawan Abu Zeyadeh, de 29 años, que abre los ojos como platos cuando explica sin rodeos que fue condenada a nueve años por acuchillar y herir a un militar israelí cuando tenía 21. Fue por iniciativa propia el 15 de julio de 2015 en el control que, de forma permanente, mantiene el ejército colina abajo delante de su casa, en el pueblo cisjordano de Beitillu. Esa posición es visible a su espalda mientras realiza la entrevista. Tras la matanza de Hamás, explica que la tuvieron tres días sin ducha y de cinco pasaron a ser ocho en la celda, con lo que algunas presas tenían que dormir en el suelo. Las autoridades de la prisión de Damun (Haifa) les cerraron el economato donde compraban, les retiraron todos los aparatos electrónicos como tele, radio o hervidor de agua y no pudieron cocinar más. Tampoco podían salir a pasear en los descansos y algunas han permanecido en aislamiento hasta el mismo día de la salida, cuanta Zedayeh, que luce la tradicional kefiya (pañuelo) palestino sobre los hombros y con su padre a su lado escuchando atento.
La descripción de lo ocurrido desde el 7 de octubre en la prisión de Damun que lleva a cabo Azhar Assaf, de 25 años, en su casa de Al Jeeb (Cisjordania), es similar. Esta mujer, liberada el viernes en el primer canje de la tregua, reconoce que cuando vieron por televisión la noticia del ataque empezaron a celebrarlo. Las funcionarias, dice, asaltaron entonces la celda y a lo largo de estas semanas han empleado incluso botes de humo y gas pimienta contra aquellas que, como la propia Assaf, protestaban. En su celda, añade, pasaron de tres a nueve internas.
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Llevaba un año y dos meses en la cárcel tras ser detenida el 11 de septiembre de 2022 supuestamente por tratar de atacar con cuchillo a militares en el control militar cerca de su casa, uno de los puntos de paso desde Jerusalén a la Cisjordania ocupada. Su madre, Libia Othman, peruana de nacimiento de 50 años, niega que fuera armada e insiste en que ni siquiera ha habido juicio. Aquel día, por la mañana, la llamaron por teléfono: “Tu hija iba a hacer una operación, pero el tiro (de los israelíes) no le dio”, señala en español.
Omar al Atshan, de 19 años, no oculta que un día de comienzos de 2022 atacó con una pistola junto a otros seis palestinos a miembros de las fuerzas de ocupación israelíes cerca de Ramala. Cree que el haber sido condenado a tres años siendo menor le ha permitido beneficiarse del pacto entre Hamás e Israel. “El 7 de octubre vimos en la televisión lo que estaba pasando, pero en 30 minutos nos la apagaron” y “empezaron a asaltar las celdas, a pegarnos y a humillarnos”, relata en el salón de su casa, donde, cual hijo pródigo, no deja de recibir visitas. Al día siguiente, prosigue, los funcionarios les retiraron la tele junto al resto de aparatos electrónicos. Tres días después, se llevaron la ropa y solo nos dejaron una de recambio. “Hasta el día 7, nos trataban como a presos normales”, afirma.
15 presos en una celda
En su celda de Ktziot, detalla, pasaron de estar cuatro presos a 15, que se repartían entre dos literas y colchones en el suelo. La mayoría de las agresiones recuerda que se producían durante los recuentos, que tenían lugar a las cinco de la madrugada, las once de la mañana y las seis de la tarde. “Entraban en la celda y nos pegaban con porras. También nos agredían cuando nos trasladaban de un ala a otros y nos insultaban en árabe y hebreo”, señala Al Ashtan mientras trata de recuperar con ayuda de su hermano las claves de sus perfiles de Facebook e Instagram.
En la calle que lleva al piso familiar en Ramala, capital administrativa de Cisjordania, cuelgan banderines de Fatah (formación mayoritaria en la Autoridad Nacional palestina), hay carteles con el rostro del joven y hasta dos lonas en las que aparece junto al ya difunto expresidente palestino Yasir Arafat. Fatah “envía una calurosa felicitación y sus mejores deseos a Omar al Ashtan tras ser liberado de las prisiones de los ocupantes”, se lee. El joven liberado agradece a Hamás que pueda estar de regreso en casa, pero se mantiene fiel a Fatah. Algo parecido le ocurre al padre, pero este no oculta que, con la matanza de octubre, el movimiento fundamentalista nacido en Gaza “nos ha hecho levantar la cara delante del mundo entero. A nadie le importan ni le duelen nuestros prisioneros, solo a Hamás”. Por eso, el domingo, cuando quedó libre su hijo pequeño, engalanó su coche con la bandera verde con que se identifica esa milicia yihadista.
En la familia, son cuatro hermanas, una fallecida tras ser atropellada, y cuatro hermanos. Todos los varones han pisado la cárcel, detalla el padre, Emad al Ashtan, que también ha pasado algunos periodos entre rejas. Defiende el ataque “soldado contra soldado” que llevó a cabo el menor de sus hijos y asegura, refiriéndose a Israel, que “todo lo que nos quitaron por la fuerza, solo será recuperado por la fuerza. La negociación nunca ha traído nada”.
También es numerosa la familia de Rawan Abu Zeyadeh, que ingresó entre rejas a los 21 años y es la octava de 12 hermanos, ha estado estudiando Trabajo Social con ayuda de otras reclusas y espera graduarse en un mes por la Al Quds Open University. Sus instalaciones en Gaza han sido atacadas y empleadas como puesto militar en la ocupación de la Franja por Israel, según denuncia la institución en su página web. Zedayeh, a la que le quedaban siete meses y medio por cumplir de los nueve años de condena, asegura que ahora ve la realidad que le rodea de otra manera y que “busca soluciones de manera distinta a como lo hacía de joven”. Prefiere no responder, sin embargo, a si cometería de nuevo un apuñalamiento como aquel del verano de 2015. A través de la puerta de la vivienda familiar se sigue viendo, a unos 200 metros, el puesto militar israelí.
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