Comienzo este año con un propósito sencillo: responder a la pregunta de si soy poshumana o transhumana, o qué porras soy o hacia dónde voy. Me ayuda a resolver el problema Especie (Bartleby), poemario de Pilar Fraile, una indagación sobre lo humano que va desde la célula y Atapuerca hasta la transformación digital de lenguaje y pensamiento. El cuerpo y la impresión en la piel de las marcas de la historia colectiva constituyen paradas en este recorrido. Memoria, rebelión, las jorobas que nos salen en las vértebras y cómo aprendemos a mutar, a arrastrarnos, a levantarnos, a volver a mutar. Hay algo triste y esperanzador en Especie, porque acaso nos volvamos a erguir ―alegres o cansadas― o quizá estemos entrenando nuestra desaparición.
El lenguaje descoyuntado se interrumpe con la racionalidad de discursos que la autora coloca a pie de página. Sin embargo, el discurso racional de las imágenes con que queremos explicar el mundo, la dosificación de las informaciones, el periodismo, se ponen en cuestión: ¿la muerte televisada de Omayra Sánchez, la niña colombiana que agonizó delante de nuestros ojos, nos ayuda a comprender la dimensión de una tragedia o nos desvitaliza el nervio de la sensibilidad? Nuestra civilización valora cómo hacemos visibles las ruinas, las enfermedades, los problemas que son la punta del iceberg del mal funcionamiento sistémico. Pero la obsesión por ser visibles ―¿o quizá la obsesión por ser rentables?― nos lleva a monetizar y convertir en pose la grabación de nuestro sueño profundo en un canal de directos en internet. También, el cadáver de una niña haitiana muerta en el terremoto de 2010 se explota comercialmente como información: en una toma un poco más abierta, a la foto de la niña haitiana, eternizada como cadáver, se le superpone la instantánea de las decenas de fotógrafos que inmortalizan el cuerpo mortal y roto. La información que transmite una imagen depende de dónde colocamos el marco. Todo esto se cuenta en Fantastic Machine (Axel Danielson, Maximilien van Aertryck, 2023), y yo, a causa de la subjetividad del punto de vista y sus manipulaciones, no me pregunto si la realidad es real para olvidarme de ella, sino si el afán de lucro es uno de los rasgos característicos de nuestra humanidad.
El poemario de Fraile nos acompaña en la sensación de que la inevitabilidad de lo transhumano justifica la inevitabilidad del capitalismo tecnológico. Por fin, habitamos un escenario ciberpunk. Las consultas médicas a distancia serían una ventaja siempre y cuando no excluyan las presenciales: las nuevas tecnologías se convierten en un instrumento de segregación y selección natural. Lo imparable. En Especie se rompe con este razonamiento atrapamoscas. En estos tiempos tan pixelados siguen existiendo yugos, yunques, sogas y calderos primitivos. El cuerpo propio es la consecuencia de la fractura y de la injusticia histórica. El cuerpo es la prueba de que no todo es fantasmagoría y software. No todo el mundo se desliza en un trineo sobre un sobrecogedor paisaje helado mirando a través del móvil. Desrealizando la realidad. Como contrapeso y con rabia, el lenguaje de Especie está tan roto como nuestras cervicales. Cuando la infancia palestina mire su cuerpo será del todo innecesario buscar informaciones en una red que, en muchos casos, pretendió borrarla. Comenzamos el año leyendo poesía y, en la época del advenimiento del cíborg y la transhumanidad, formulamos la pregunta de con qué atributos rellenaremos el concepto de lo humano ahora que en Gaza se masacra a personas como si fueran, no animales, sino virus, y sabemos que, después de décadas sin verse, los chimpancés y los bonobos reconocen a sus amistades.
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