Gabriel Attal, nombrado este martes primer ministro de Francia con solo 34 años, es un niño prodigio de la política. A los 22 años ya era consejero en un ministerio. A los 29, secretario de Estado. Después fue portavoz del Gobierno, ministro de Cuentas Públicas, y hasta este martes, ministro de Educación. Tras designarlo el presidente Emmanuel Macron para suceder a Élisabeth Borne, se convierte en el más joven en este cargo durante la V República, el régimen constitucional fundado en 1958 por el general De Gaulle. También es el primero abiertamente homosexual. Su nombre ya suena en las quinielas para suceder a Macron en el Elíseo.
Macron confía en que la marcha de Borne y la llegada de Attal dé un impulso a un mandato que parecía atascarse a tres años de las próximas presidenciales. Sin mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, el margen de maniobra del presidente es reducido. En el cargo desde mayo de 2022, la primera ministra había logrado éxitos legislativos como la aprobación de la impopular reforma de las pensiones. Pero, como todos los ocupantes de su cargo, era el fusible, o el escudo del presidente: cuando las cosas se complican, salta el primer ministro. Y la ley de inmigración, adoptada con el voto favorable de la extrema derecha, dividió al Gobierno y aceleró su marcha.
En el estilo y la trayectoria, pocos primeros ministros son tan distintos como Borne y Attal. Borne tiene 62 años; Attal, casi la mitad. Borne es una tecnócrata que conoce al dedillo los engranajes de la Administración y una mujer sin ambiciones políticas. No pertenecía al círculo de confianza de Macron y sus relaciones con el jefe eran profesionales, sin más. Attal, un político con una carrera fulgurante y que aspira a lo más alto, es un hombre de confianza del presidente. Ambos coinciden en sus orígenes ideológicos. Tanto Borne como Attal trabajaron con ministros socialistas antes de pasarse al macronismo.
Borne dijo en la ceremonia de traspaso de poderes: “Con bastante frecuencia he podido medir que queda camino por recorrer en la igualdad entre los hombres y las mujeres. Así que digo a todas las mujeres: no aflojéis, el porvenir os pertenece”. Ella es la segunda mujer en el cargo en la V RepúblIca y ha durado 20 meses, el doble que la primera, Édith Cresson. Como media, los primeros ministros pasan dos años y medio en el cargo. En el patio de la sede de la jefatura del Gobierno, el palacio de Matignon, Attal añadió en referencia a su juventud: “Quiero ver aquí nada más que un símbolo, el de la audacia y el movimiento, y el símbolo también de la confianza acordada a la juventud, a esta generación que merece que nos peleemos por ella sin descanso.”
El anterior primer ministro más joven fue Laurent Fabius, nombrado por el socialista François Mitterrand en 1984 a los 37 años. Fabius fue otro niño prodigio, aunque nunca llegó a la presidencia. Hoy preside el Consejo Constitucional. También fue un niño prodigio el propio Macron. Al llegar al Elíseo en 2017 tenía 39 años. Y hay algo en Attal de pequeño Macron. Una trayectoria académica brillante, el aspecto de primero de la clase, la habilidad retórica y la audacia, la precocidad. Hoy es el ministro más popular. Suscita una admiración que, como sabe por experiencia el actual presidente, fácilmente se puede trocar en irritación y resentimiento.
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Attal es un producto de la élite de la rive gauche de París, la orilla izquierda del Sena, burguesa e intelectual. Su padre, fallecido en 2015, era un productor de cine que participó en películas como Tacones lejanos, de Pedro Almodóvar, o Acción mutante, de Álex de la Iglesia. Estudió en la prestigiosa Escuela Alsaciana y en Sciences Po, el Instituto de Estudios Políticos de París. Aprendió los rudimentos de la política en el gabinete de la ministra socialista Marisol Touraine. Fue entonces cuando entró en contacto con el grupo de asesores cargados de diplomas y ambiciones que rodeaban al ministro de Economía del socialista François Hollande, un tal Emmanuel Macron. Ahí conoció a su pareja, Stéphane Séjourné, jefe de filas del grupo Renew en el Parlamento Europeo y leal colaborador de Macron desde el inicio de su carrera política, a mediados de la década pasada.
Attal y Séjourné, posible candidato del partido macronista en las elecciones europeas de junio, forman lo que Le Monde llamaba en un reportaje hace unos años un “couple de pouvoir”. Es decir, una pareja de poder, como lo pudieron ser en otros momentos Hollande y su pareja durante años, Ségolène Royal. El nombramiento señala la voluntad de Macron de regresar a los orígenes, al núcleo duro de colaboradores que lo ayudaron a conquistar el poder hace siete años. Ninguno de sus anteriores primeros ministros —ni la socialdemócrata Borne ni los conservadores Jean Castex y Édouard Philippe— eran macronistas pata negra, como Attal.
En los últimos días, los rumores e intoxicaciones circulaban sin freno por París. Los ministros y colaboradores estaban pendientes del teléfono y de las cadenas de información continua. Un gesto o una palabra del presidente, una cita anulada a última hora en la agenda, se interpretaban como un signo. Cuando el lunes por la tarde el Elíseo anunció el relevo de Borne, se esperaba un anuncio inmediato del nuevo primer ministro. No ocurrió. El anuncio se retrasó. Según algunos medios, a última hora varios séniors del macronismo —el ex primer ministro Philippe, el ministro de Economía y Finanzas, Bruno Le Maire, o el barón centrista François Bayrou— expresaron su descontento con la candidatura del joven Attal. Podrían obtener alguna compensación en el reparto de poder del nuevo Gobierno, que se anunciará en los próximos días.
En el trasfondo del nombramiento, está la lucha de poder por suceder a Macron, quien, tras dos mandatos, no puede volver a presentarse en 2027. Entre los pretendientes se encuentran Le Maire y Philippe, además del actual ministro del Interior, Gérald Darmanin. Al elegir a Attal, el presidente lo consagra como un político de primera fila. Como primer ministro, puede brillar más que los séniors. Pero el nuevo jefe de Gobierno corre el riesgo de quemarse antes que el resto. No hay ningún antecedente de un primer ministro que directamente pase de este cargo al de presidente.
La ideología de Attal es difícil de definir. Proviene del Partido Socialista y de la izquierda de la rive gauche, y se le ha adscrito al ala progresista del macronista. En su breve paso por el Ministerio de Educación, donde fue nombrado en julio, se ha disparado su popularidad. Ha recogido aplausos, también en la derecha, con medidas como la prohibición en las aulas de la abaya, el sayo femenino tradicional en algunos países musulmanes e identificado como un signo de identidad religioso. Ha impulsado un plan para experimentar con el uniforme. Y ha hecho del combate contra el acoso su prioridad. Su objetivo: restaurar la autoridad en la escuela.
Hay, en el nombramiento de Attal, una voluntad de cambio generacional. La otra estrella ascendente de la política francesa es Jordan Bardella, presidente del Reagrupamiento Nacional (RN), heredero del viejo partido ultra Frente Nacional. Bardella, mano derecha de Marine Le Pen, tiene 28 años. Él será el candidato del RN en las europeas, quizá frente a Séjourné. Es el favorito claro. El primer examen para el nuevo primer ministro serán estas elecciones. Una derrota amplia para los macronistas ante la extrema derecha será un golpe para Macron. Como ha ocurrido siempre, le quedará el fusible: Gabriel Attal. El primer ministro francés, por definición, siempre está en la cuerda floja.
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