Manuel Jabois tiene un columnista dentro. Un columnista que ayuda al novelista que lleva dentro, a su vez. Los tres juntos en coproducción acaban de dar a luz una nueva novela, Mirafiori (Alfaguara), que cierra una especie de trilogía en la que se han cruzado personajes, momentos y un tema tan universal como particular: el amor. Jabois, periodista de EL PAÍS, nacido en Sanxenxo (Pontevedra) en 1978, nos recibe para hablar de todo ello. Y como nuestro Libro de estilo obliga a tratar de usted, le trataremos de usted.
Pregunta. Su libro habla de amor, un amor atropellado por un montón de encrucijadas en las que el protagonista parece empeñado en elegir siempre la peor opción. ¿Cómo lo define usted?
Respuesta. Está ocurriendo una cosa muy hermosa y es que los lectores definen el libro mucho mejor que yo. Lo que dices no se me había ocurrido. Para mí es una historia revolucionaria porque va de una chica que conoce a un chico, se enamoran y luego se desenamoran. Y esto que está pasando en cada segundo de los que estamos aquí me pareció lo suficientemente original como para escribir sobre ello. Básicamente va de eso. Después cada amor y cada biografía están llenos de costuras, fantasmas y dolores. Y lo hermoso es que, a pesar de todo, muchos sobreviven y consiguen dar muchísima más luz que oscuridad al final del camino.
P. ¿Cree en el amor posible, eterno, además del imposible?
R. Sí, sí, por supuesto, de hecho esto es el resultado de la frustración de no haberlo tenido. Está escrito de una forma algo humorística, bastante ligera, no me gusta cargar muchísimo las tintas. Si estoy contando algo que puede ser triste y duro necesito que el vehículo con el que contarlo haga a la gente sentirse cómoda. Por eso hay amor, mucha ternura y al final de cada capítulo y del libro hay una llama. Me gusta pensar que hay más luz y que, cuando miras atrás, lo primero que veas es que no era para tanto, ni la alegría ni la tristeza; y lo segundo, que siempre merece la pena.
P. Menciona el humor. ¿Se atreve a definir su literatura de alguna manera?
R. Desde luego con humor. No es el eje de mi literatura, pero sí es un vehículo bastante reconocible, un humor algo sui generis, propio, que se hace reconocible gracias a mi escritura en prensa. Hay ciertos giros que están presentes en Malaherba, una novela en la que son los padres los que quieren menos a los hijos. En Miss Marte se habla de la conveniencia de la mentira por encima de la verdad, lo que como periodista me puso muy cachondo escribir porque es lo más subversivo que puedes decir. Y en Mirafiori se habla del luto de los muertos por los vivos: ¿Qué ocurriría si los muertos no terminan de marcharse? Se habla mucho del luto de los vivos, pero quién piensa en los muertos, sus tristezas, a quiénes echan de menos y por qué. Creo que hay un patrón en esas tres historias, además de que hay personajes que se cruzan de una a otra.
P. ¿Lo considera una trilogía?
R. Vagamente sí. No una trilogía al uso, pero el tiempo y el espacio es el mismo en las tres. Es compatible. Hay algunos temas recurrentes en las tres.
P. ¿Cree que es más duradero el amor o el desamor?
R. Probablemente el amor, porque después del amor viene el desamor y después de éste, el amor se convierte en otra forma. Hay un periodo de hostilidad, enfriamiento, pero cuando este termina vuelve el amor en otra de las sus formas, que no es el enamoramiento inicial. Yo quiero a toda la gente que he querido, a toda la gente de la que me he desenamorado. No el primer año o los seis primeros meses, porque ha habido una ruptura y siempre es muy dura. Pero luego sí. Una de mis mejores amigas es la madre de mi hijo. ¡Cuánto la quiero! ¡Y qué forma tan diferente de quererla a como la quería antes!
P. ¿Entonces el desamor es solo un episodio del amor?
R. Ceo que sí. Joder, un desamor largo es terrible. El narrador de esta historia es el resultado de un trauma de separación, luto, desamor y sinvivir que en lugar de seis meses se prolonga cinco años. Acaba con la cabeza colonizada por el recuerdo. Por eso es tan importante el tiempo en esta novela y juego mucho con él, con tres ejes temporales. Si el tiempo no avanzara acabaríamos como el protagonista, locos o deformados.
P. La novia ve fantasmas, la visitan los muertos. ¿Cree en ese tipo de comunicación?
R. No, pero respeto mucho a quienes dicen tenerla. He hablado con gente que siente presencias, que habla con muertos, que recibe recados, y es gente que no tiene que ver con el negocio de lo paranormal ni con la habitual estafa que hace la gente aprovechándose de personas más ingenuas.
P. ¿Por qué eligió este tema?
R. Quería vivir lo más cerca posible el impacto que lo paranormal me produciría a mí, una persona que soy totalmente racional. Qué ocurriría si un día tú o yo vemos un fantasma, a quién se lo diríamos. Yo esperaría a verlo otra vez para pensar que estoy en mis cabales, y aun viéndolo otra vez dudaría. No sé si compartiría el secreto con alguien. En esta novela se habla de dos enamorados que piensan a quién contarían algo que no contarían absolutamente a nadie. Ella puede decirle a él lo que quiera porque él está completamente enamorado. Y ese secreto es más grande que ellos dos, que la propia relación, es una suerte de expresión de su amor.
P. El protagonista bucea en las redes en busca del rastro de su amor, pero Jabois no usa wasap. ¿Por qué?
R. Por eliminar una vía de comunicación que era necesario extirpar en un momento de mi vida en que lo usaba demasiado. Escribía demasiado y leía demasiado por wasap. Yo soy un tipo que pierdo el tiempo constantemente y procrastino con cualquier cosa. Yo desperdiciaba muchísimos párrafos escribiendo por wasap. Al acabar el confinamiento decidí acabar, tenía demasiados grupos, había como 300 sin responder de meses y años y tengo SMS. Pensé que habría gente que a la hora de escribirte un sms, si cuesta 15 céntimos igual se lo pensaba mejor.
P. Ha puesto precio a la comunicación con usted.
R. He puesto precio a mis consultas (ríe).
P. ¿Cómo escribe? ¿Es inseguro? ¿Corrige mucho?
R. Sí, tengo un problema con eso y con mi editora porque yo no enseño absolutamente nada hasta que considere que esté perfecto y presentable. Soy muy malo con las entregas, tardo mucho, y soy muy inseguro al enseñárselo a alguien. Con la novela me pasa algo que me pasaba con 19 años con el periodismo y es muy bonito: la inseguridad. No te digo que esté absolutamente seguro cuando escribo en el periódico, pero puedo saber si algo está bien o mal, si este reportaje o entrevista puede dar más de sí, si esta columna la he publicado porque es mi día pero no es la columna de mi vida… Con la novela no tengo ni idea. Tengo los mismos nervios, la misma inseguridad y la misma excitación que cuando empecé en un periódico y eso me gusta mucho. Soy caótico, desordenado, poco disciplinado. Por supuesto no tengo ni idea del final. Si lo supiera es probable que ya no la escribiera, dejaría de escribir. Voy averiguando sobre la marcha, me entretiene encajar las piezas del puzle. Me ha pasado alguna vez que he dado con una historia, con el principio y con el final, y la he contado tanto que ya estaba escrita, ya ha tenido público y luego no quiero escribirla. No consigo recordar largos periodos de tiempo en los que escriba, nunca sé cómo consigo terminarla, ha sido tan raro con estos horarios locos. Nunca hubo una semana lineal en que diga: he escrito 10.000 palabras. La he planificado un montón de veces, pero la he terminado en agosto sobre la bocina y de forma casi milagrosa.
P. ¿Ayuda más el novelista al columnista o al revés?
R. Ayuda más el columnista al novelista. Lo ayuda y a veces lo zancadillea. Cuando llevaba 40 páginas escritas de Malaherba me di cuenta de que tenía diez columnas dentro. Tenía la inercia de poner a mi protagonista a reflexionar en lugar de a caminar. Continuamente. Me salía el columnista y me lastraba un montón. Recogí esas columnas, las puse donde las tenía que poner, en la columna del periódico y puse a los protagonistas a andar. Luego encontré un tono. El novelista al columnista no le ayuda.
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