Comenzaron a sonar los primeros acordes, el público rompió en aplausos bajo el cielo romano, la emoción a flor de piel. Una voz en off anunció: “Llegará el día de la derrota, pero este no será el día”. Luego apareció Giorgia Meloni. Se celebraba el último mitin de campaña la coalición de derechas en la piazza del Popolo romana. Pero aquella frase con la que la líder de Hermanos de Italia salió al escenario pertenecía a una arenga bélica de Aragorn, uno de los protagonistas de El señor de los Anillos, la obra cumbre de J. R. R. Tolkien, autor favorito de Meloni y de toda una generación de afiliados a las juventudes del Movimiento Social Italiano (MSI), que encontraron en aquella historia una metáfora estupenda de muchos de los ideales políticos que defendía entonces el movimiento posfascista. Un año después, el Ejecutivo que lidera la política romana, le dedica una gran exposición en Roma, titulada Tolkien: hombre, profesor, autor, para conmemorar el 50 aniversario de su muerte.
La idea de la muestra, que ha costado unos 250.000 euros y constituye un completo e interesante recorrido por la vida y obra del autor, fue del ministro de Cultura, Gennaro Sangiuliano. La efeméride era perfecta y, de algún modo, entroncaba también con el proyecto de devolver una centralidad cultural, unas raíces, a la nueva derecha radical italiana. Cunde la idea en ese espacio político europeo de que la izquierda ha impuesto su relato político en los últimos años gracias a la cultura, a una cierta idea de hegemonía. Se insiste, y el ministro Sangiuliano es uno de los principales defensores de dicha teoría, en que la derecha debe encontrar sus referentes, elevarlos y dedicarles el mismo cuidado que tuvieron sus oponentes durante años. Incluso acudiendo al revisionismo y tirando, si hace falta, de mitos de sus adversarios políticos, como Pier Paolo Pasolini o Antonio Gramsci.
Tolkien, sin embargo, tiene un enganche menos rebuscado. El universo del autor británico —expresado en la muestra a través de vídeos, libros, vestuario de la saga cinematográfica homónima de Peter Jackson o cartas del rechazo que sufrieron las primeras ediciones de la obra— fue durante muchos años un mito nacional para las juventudes del posfascista MSI, que llegaron a organizar una suerte de campamentos hobbit (el primero se celebró en 1977). No era un hecho aislado. Un año antes se fundó la Compañía del anillo, un grupo musical de las juventudes del partido que tomó el nombre de la primera parte de la saga. La derecha radical veía en la idea de comunidad, del medioambiente, del conservadurismo, de las tradiciones, de algunos valores religiosos, del orgullo rural o de la lucha contra una suerte de poder oculto un reflejo de su propia misión.
Meloni ha admitido que algunos de sus amigos recibían apodos como Frodo o Gandalf y durante años ha citado fragmentos de la obra de Tolkien en sus mítines o en su propia autobiografía. “Las raíces profundas no se hielan”, se le ha escuchado decir invocando la obra. Y si le dieran a elegir a ella, ha confesado en más de una ocasión que sería Sam Gamyi. ¿Por qué? “Bueno, él tiene una particularidad”, explica el comisario de la muestra, Oronzo Cilli. “Saber cuál es su misión: ayudar al elegido, que es Frodo. Y lograr que su amigo cumpla esa misión. Es un personaje muy humilde, venido de una familia muy humilde, aunque luego se convierta en alcalde”, explicaba el comisario el miércoles por la mañana una de las salas de la muestra, cuando se inauguró.
El personaje de Sam, sin embargo, se lo atribuyó la hermana de Meloni cuando esta ganó las elecciones hace algo más de un año para mostrarle su apoyo incondicional. “Te acompañaré hasta el Monte del fuego a destruir aquel anillo, como Sam con Frodo, sabiendo que no será mi historia la que será contada, sino la tuya, como es justo que sea”. El anillo, en realidad, tanto en la obra como en el ideario de la derecha, significa ese poder que corrompe y que embrutece el espíritu de comunidad y libertad. Algo así como el famoso establishment, el mundo de las finanzas y la supuesta burocracia por el que una cierta clase política traicionó al pueblo.
La exposición ha levantado cierta polémica en Italia, donde muchos consideran un exceso dedicar este espacio —la Galería Nacional de Arte Moderno— y este presupuesto al autor preferido de la primera ministra. Cilli, sin embargo, que ha realizado un trabajo didáctico, la desmarca de cualquier vínculo con la política. “He sido llamado para comisariar de manera filológica esta muestra respetando la memoria y la obra de este escritor. No hablar de otra cosa que del hombre, su obra y de su grandeza. Mire, la obra de Tolkien no tiene nada que ver con eso. En 1976 y 1977, cuando se convierte en un autor cercano a una minoría política de la derecha, también se convierte en referencia de un trozo de la izquierda. En Italia, pero también en los hippies de los EE UU. Cada uno encontró algo en él. Y cuando murió, fíjese, algunos en Inglaterra lo llamaron marxista y otros fascista”.
Más allá de las interpretaciones, no hay duda sobre el carácter conservador del autor, del catolicismo profundo que respira su obra y su propia biografía, como muestra la exposición en distintos pasajes (también el de su viaje a Italia, donde estuvo en Asís siguiendo los pasos de San Francisco). Para muchos de los correligionarios de Meloni, los viejos camaradas, Tolkien sigue siendo una referencia intelectual que funciona como bandera de la lucha para defender el mundo Cristiano y la identidad occidental contra la globalización, la multiculturalidad, el relativismo y un cierto progreso ligado a los ideales socialdemócratas. El propio ministro de cultura, que anunció la muestra el pasado julio durante el encuentro de las juventudes de Hermanos de Italia calificándola como “un regalo”, ha defendido esa idea. “Tolkien, permítanme decirlo, no lo digo yo sino muchos críticos, fue un auténtico y sincero conservador, un conservador agudo con un gran espíritu crítico. Tolkien fue un ferviente antifascista y un ferviente anticomunista”.
Sangiuliano, sin embargo, confesó también que hay “aspectos” en su literatura que agradan “particularmente” al Gobierno y que “reivindica inmensamente” como “el valor de la comunidad, de la amistad, de los valores de la solidaridad y de lo humano”. “A menudo hablo del desencuentro en curso en una sociedad globalizada entre quienes, como yo y nosotros, defendemos una concepción del ciudadano poseedor de derechos y deberes y quienes quieren degradar al individuo a meros códigos de barras y consumidores, pasivos con respecto al mundo”, denunció. Una idea que comparte en Europa con socios como Vox que, en alguna ocasión, también ha acudido al escritor británico.
El ministro, viejo militante del MSI, definió a Tolkien como “un liberal en el verdadero sentido de la palabra” y criticó a quienes han tachado de “fascistas” otras exposiciones del Gobierno, adelantando su intención de organizar otra sobre el pensador y fundador del Partido Comunista italiano, Antonio Gramsci. Una figura, sin embargo, que forma parte también de esa ofensiva de la derecha radical en Europa para dotarse de argumentos culturales para la guerra ideológica.
El origen de dicha corriente, de hecho, se encuentra en Francia y fue encabezada por el pensador y fundador de la Nueva Derecha, Alain de Benoist. De Benoist es uno de los grandes teóricos de esa lectura derechizadora del filósofo Antonio Gramsci, especialmente interesada por el concepto de hegemonía aplicado a la idea del poder cultural. Es la base sobre la que intenta construir su nuevo relato la derecha radical europea y que han usado líderes como Viktor Orbán en Hungría, que escribió su tesis universitaria sobre el pensador italiano.
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