¿Necesita el mundo un nuevo disco de los Rolling Stones? Uno como Hackney Diamonds, sí. La banda británica publicó su primer trabajo en 1964. Son 24 álbumes de estudio en seis décadas. Solo por cuatro de ellos ya se podrían tumbar en una hamaca amarrada entre cocoteros (cuidado, Keith) viendo pasar la vida: Beggars Banquet (1968), Let It Bleed (1969), Sticky Fingers (1971) y Exile on Main St. (1972). Pero no, anteriormente pusieron en las tiendas Out of Our Heads (1965) y Aftermath (1967), y posteriormente It’s Only Rock and Roll (1974), Some Girls (1978), Tattoo You (1981) e incluso A Bigger Bang (2005), todos trabajos notables. Ya teníamos suficiente, Mick, Keith, no teníais que esforzaros más. Qué pereza volver a entrar en un estudio y componer otras once canciones. Pero lo han hecho y, caray, todavía son capaces de componer rock con mala leche.
Hackney Diamonds no es solo un álbum digno de unos octogenarios autocomplacientes. Es un trabajo de rock cascarrabias, agresivo, de guitarras altas y voz furiosa. Hay mucho de orgullo rockero en el disco, de sonido enardecido. A pesar de la edad (asunto que es inevitable tratar cuando se habla de ellos) parece que los Stones tengan un lanzallamas en su habitación de componer. El disco, el primero con canciones nuevas en 18 años, arranca con “one, two, three, four…” de Jagger para luego entrar esos corrosivos acordes de guitarra de Richards. Es la canción Angry, que ya lanzaron como adelanto hace unas semanas y que a buen seguro incorporarán al directo (harán gira, sí) mezclada con Jumpin’ Jack Flash o Satisfaction.
Get Close recuerda a temas como Slave, de Tattoo You: esos rudos y perezosos ritmos tan sexis. Depending On You cumple la función de balada jaggeriana, con un estribillo especialmente brillante. Bite My Head Off es posiblemente la canción más punk de la historia de los Stones, ¡con Paul McCartney tocando como si estuviese derribando un muro con su bajo! Ey, Paul, vamos a hacer palidecer a los Sex Pistols. El álbum es un deleite para aquellos que disfruten de lo que Richards llama “el arte de entretejer las guitarras”: él y Ronnie Wood sonando cada uno por un canal del estéreo y tocando aparentemente a su bola. No existe una banda de rock que consiga este sonido tan especial y, paradójicamente, tan compacto. El armazón continúa sólido, a pesar de la artrosis.
Suenan muchas piezas de rock agreste, hasta seis (la mitad del álbum). También un medio tiempo tipo Tumbling Dice que si estuviese en un disco suyo de los setenta no pasaría nada. Se llama Driving Me Too Hard: háganse un favor y pínchenlo en el coche. Podría quedar patético, pero resulta absolutamente enternecedor escuchar a Jagger (recordemos: 80 años) sollozar por chicas que no le quieren. “Mira lo que has hecho conmigo, nena”. Porque lo suplica con una voz juvenil y socarrona. Ha sido Jagger el que ha llamado al productor Andrew Watt, un tipo de 32 años que ha llevado al éxito a Dua Lipa o Miley Cyrus, además de rejuvenecer los últimos discos de Iggy Pop y Ozzy Osbourne. El sonido es actual, pero no ofensivo con la tropa rockera.
Es el vocalista de los Rolling Stones el que, como otras muchas veces, ha tirado de la maquinaria para editar un nuevo álbum. Con su conocida querencia al pop, Jagger es lo suficientemente astuto como para enderezar su propia creación con un guitarrazo de Richards justo cuando la canción parece que va a descarrilar. Curiosamente, lo más flojo del disco cae del lado del guitarrista: esta vez su balada, Tell Me Straight, no emociona.
Los colaboradores se muestran prudentes. Ni Elton John ni Stevie Wonder ni Bill Wyman ni Paul McCartney cantan de forma solista: se limitan a tocar sus instrumentos para ayudar a crecer a la canción. Solo Lady Gaga, que despliega su potencia vocal en Sweet Sounds Of Heaven, acapara algo de protagonismo. Pero a la canción, de 7,22 minutos, le viene bien el duelo entre Jagger y ella. Mención especial para Charlie Watts, que falleció en agosto de 2021, del que se rescatan dos grabaciones para otros tantos temas. ¿Se nota el golpeo con swing de Charlie? En efecto: Mess It Up y, sobre todo, Live by the Sword caminan sobre los raíles que marcan las baquetas de Watts.
Hackney Diamonds se cierra con Rolling Stone Blues, la pieza de Muddy Waters de la que cogió el nombre del grupo el desdichado Brian Jones a principios de los sesenta. Aquel viejo blues encierra a Jagger y Richards, solos, en una sala y suenan tan hoscos y genuinos como el mismísimo Waters. Sí, son dinosaurios reumáticos, pero se resisten a la extinción con un coraje conmovedor.
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