Rishi Sunak se enfrenta a una batalla política por su supervivencia y la de su Gobierno, y en la guerra, hasta el arte y la historia se pueden convertir en armas. Downing Street decidió hace ya meses frenar en seco los intentos bienintencionados —aunque también buscara, obviamente, su gloria personal— del presidente del British Museum (Museo Británico, BM en sus siglas en inglés), George Osborne, por negociar con el Gobierno griego una solución jurídica creativa que permitiera el regreso de los “mármoles del Partenón” a la acrópolis ateniense. El primer ministro griego, Kiriakos Mitsotakis, que visitaba Londres esta semana con varios encuentros en su agenda, incluido uno con Sunak, ha abandonado la capital británica en medio de la frustración y el desencuentro diplomático, después de que Downing Street cancelara a última hora, con excusas de poca monta, la reunión entre ambos dirigentes.
Mitsotakis, que asumió personalmente durante más de un año las conversaciones e intercambio de propuestas con Osborne (el exministro de Economía del Gobierno conservador de David Cameron), ventilaba el domingo en la BBC su decepción por el modo en que Londres había cortado de raíz un acuerdo que hubiera permitido salvar la cara de ambas partes y dar un final feliz a una disputa que desata desde hace casi dos siglos pasiones encendidas entre británicos y griegos. “Es como si yo te dijera que cortaras en dos mitades la Mona Lisa y dejaras una de ellas en el Museo del Louvre y otra la enviaras al Museo Británico. ¿Cree usted que sus espectadores apreciarían de ese modo la belleza de la pintura?”, preguntaba el primer ministro griego de modo provocador a la periodista Laura Kuenssberg. Atenas defiende desde hace años que las esculturas de los frontones, el friso y las metopas que Thomas Bruce, el conde de Elgin, embajador británico ante el Imperio Turco-Otomano, arrancó prácticamente a las bravas, con un serrucho entre 1801 y 1812 y se llevó a Londres, deben regresar a su lugar de origen y ser expuestas en el nuevo Museo de la Acrópolis, levantado al lado del Partenón.
En cuanto escuchó las declaraciones de Mitsotakis, el equipo de Sunak decidió cancelar de golpe la reunión-almuerzo, de unos 50 minutos, que estaba prevista para este martes. El único acto que tenía el primer ministro en su programa del día era presidir la reunión de su Consejo de Ministros. Downing Street ha ofrecido como alternativa un encuentro con Oliver Dowden, viceprimer ministro. Pero en el organigrama político británico ese puesto es más testimonial que otra cosa, y Dowden, un político de escaso rango.
Antes de abandonar la capital británica, Mitsotakis ha dicho: “He de expresar mi desagrado por el hecho de que el primer ministro haya decidido cancelar nuestra reunión apenas unas horas antes de que tuviera lugar. Cualquiera que esté convencido de que su postura es correcta y justa no tiene miedo de hacer frente a argumentos en su contra”.
Sunak ha dado un portazo a un socio de la OTAN, país aliado y amigo del Reino Unido durante años, simplemente, señalan sus críticos, por dar gusto a un ala dura del Partido Conservador que se ha empeñado en declarar la guerra cultural a cualquiera que ponga sobre la mesa el pasado colonial e imperial del Reino Unido. Y dentro de esa corriente, están especialmente en contra de todas las exigencias del resto del mundo para que Londres devuelve tesoros culturales arrebatados durante siglos. Desde esa perspectiva, los “mármoles del Partenón”, o “mármoles de Elgin”, como los llaman los defensores de la propiedad de las estatuas por parte del BM —las palabras también son armas― son el símbolo por excelencia de esta polémica en torno a la devolución del arte.
“El Gobierno ha establecido ya de modo muy claro su posición respecto a los mármoles de Elgin. Tienen que seguir formando parte de la colección permanente del Museo Británico”, ha dicho este martes Mark Harper, ministro de Transportes y uno de los pocos miembros del Gobierno que ha salido a dar la cara en un asunto claramente incómodo. Casi dos de cada tres británicos tienen claro que los mármoles deben regresar allí de donde nunca debieron ser arrebatados. Un 59% de los ciudadanos, según el último sondeo de YouGov, respalda su devolución, frente a un 18% que apoya que permanezcan en Londres. Un 22% no sabe qué responder ante un asunto anquilosado en el tiempo pero capaz todavía de desatar pasiones entre quien lo sigue día a día.
Mitsotakis, que traía asuntos en la agenda tan relevantes como la crisis migratoria —uno de los problemas más graves que afronta Sunak— o la guerra de Ucrania, sí ha podido verse con el líder de la oposición laborista, Keir Starmer, a quien todas las encuestas dan como vencedor en las elecciones generales que deben celebrarse dentro de un año. Starmer, que suele nadar y guardar la ropa, ha evitado un enfrentamiento directo con el Gobierno por el asunto de los mármoles, pero a través de su equipo ha filtrado a diversos medios británicos su intención de no oponerse a cualquier acuerdo futuro de devolución de las piezas de arte a Atenas al que se pudiera llegar.
El último intento de solución impulsado por Osborne y Mitsotakis suponía un arreglo creativo que protegía los intereses de ambas partes, al no reconocer ni directa ni implícitamente la propiedad sobre los mármoles de uno u otro. No era una devolución: no se devuelve lo que te pertenece. Tampoco un préstamo: no se admite como préstamo lo que consideras tuyo. Era un intercambio: Londres enviaría las estatuas a Atenas y recibiría a cambio, para su exposición, otras piezas de valor artístico (de las que Grecia tiene en abundancia).
Frente a la diplomacia sofisticada e inteligente, el brochazo electoral. Sunak ha preferido lanzar un mensaje nacionalista muy del gusto de las huestes más duras de su partido y no correr el riesgo de dar un desenlace justo y feliz a la eterna disputa de los mármoles.
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