El día que un país les abra las puertas a Lino y a Yudith habrá terminado por fin su viaje en busca de un permiso de trabajo y una vida digna. “A nuestra edad, estaremos felices donde tengamos un techo y un salario con el que no tengas que robar, o no te roben el salario”, dice Lino. No piden mucho más. Lino Antonio Rojas Morell, de 53 años, y su esposa, Yudith Pérez, de 52, parecen haber emprendido un viaje eterno. Han salido de la desesperación y han llegado a la desesperación. Luego de dos intentos de irse definitivamente de Cuba, ahora es en Cuba donde permanecen.
En 2021, Lino se deshizo de su carpintería en La Habana Vieja y Yudith dejó su puesto de secretaria de Higiene y Epidemiología en el Policlínico Docente Dr. Tomás Romay. Pagaron pasajes de 1.250 dólares y partieron el 9 de octubre a Moscú, uno de los 25 países que no exigen visado a ciudadanos cubanos. Lino conserva hasta hoy una foto suya, con pulóver naranja, gorro negro y cubrebocas blanco, en las instalaciones del aeropuerto Sheremétievo Alexander S. Pushkin.
Dos días después siguieron a Serbia. De los 10 días que pasaron en ese país, Lino tiene una foto con semblante serio con las edificaciones de fondo de la plaza principal de Novi Sad y otra sentado junto a Yudith en un banco de la ciudad. Con la ayuda de un coyote, atravesarían el corazón de Europa por la ruta de los Balcanes. Según la agencia de estadística Eurostat, el año en que Lino y Yudith emprendieron su viaje entraron a la Unión Europea 2,3 millones de migrantes desde un tercer país como parte de ese flujo imparable. En 2022, la agencia europea de fronteras Frontex registró 330.000 cruces irregulares, y el 45% de esas entradas fueron tras recorrer la ruta de los Balcanes, que desde 2014 se ha cobrado la vida de 29.000 personas, según un registro del pasado año del Proyecto Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
En otra de las muchas fotos que Lino guarda se le ve en un autobús junto a Yudith, con semblantes más bien tranquilos, viajando a Bujanovac, al sur de Serbia. Una vez que fueron conducidos a la frontera con Macedonia, los llevaron en un auto hasta la linde con Grecia. Todo el viaje por el norte de Macedonia Lino lo hizo en el maletero del auto. También tiene en su galería la selfie del instante donde levanta la cabeza y el dedo pulgar, en un momento en que todo parecía marchar bien. Hay, además, un video de Lino y Yudith caminando varios kilómetros por las líneas inacabables y desiertas de un tren, donde ambos aseguran que ya están en Grecia. Se les nota agitados, y llevan abrigos que los han protegido del frío europeo todo este tiempo. También se les ve felices.
En Grecia, Lino y Yudith vivieron en Salónica, donde también residía un familiar suyo. Hubo días en que pensaron que el viaje había llegado a su fin. Rentaron un lugar para vivir y Lino comenzó a estudiar, día y noche, las 25 lecciones del libro Aprenda griego sin profesor. Supo cómo saludar en las mañanas diciendo kalimera y supo cómo saludar en las tardes diciendo kalispera. Aprendió además que por favor era parakaló.
“Había que hacer un gran esfuerzo”, cuenta Lino. “Pero aprendí bastantes palabras, y ya iba al mercado solo”. Hay una foto de la pareja frente a la estatua de Alejandro Magno en su caballo Bucéfalo en el paseo marítimo de Salónica, y otra de visita en el estadio de fútbol de la ciudad. Pero pasaron dos meses y no vislumbraron ni la posibilidad de tener documentos, ni mucho menos trabajo. “Me levantaba todos los días a las dos o tres de la mañana y salía a buscar, y era por gusto”, cuenta Lino.
Lino y Yudith tomaron la decisión de entregarse a las autoridades griegas para solicitar un proceso de asilo. La pareja confió en la palabra de Dimitrios Savvidis, el jefe de policía de la Unidad de Extranjería de Salónica, quien les hizo una carta con su propia letra donde explicaba a los encargados del puesto de Orestiada que los cubanos eran solicitantes de asilo político. Savvidis les aseguró que en un plazo de entre 15 y 20 días recibirían una respuesta positiva a su caso. Eso nunca sucedió.
Se trasladaron entonces al campamento de refugiados Fylakio en Evros, territorio fronterizo con Turquía, donde tras entregar la carta de Savvidis les quitaron sus teléfonos, pasaportes y otras pertenencias. Luego los pusieron en un calabozo. “Sin un colchón, sin agua, no había nada”, recuerda Lino. A Yudith, que atravesaba su periodo menstrual, no le hicieron caso cuando pidió una almohadilla sanitaria.
Cuando finalmente los sacaron de la prisión y los juntaron con un grupo de 30 migrantes más, les pidieron a los hombres quitarse los zapatos y echarlos a un tanque de basura. En la zona cercana al río Evros, les exigieron arrodillarse con las manos en la cabeza y les quitaron todo su dinero. “El jefe del grupo se echaba el dinero en el bolsillo mientras se reía”, dice Lino. Luego le devolvieron su pasaporte, la foto de su nieto, y las estampas con la oración del Ángel de la Guarda y San Expedito.
Dice Yudith que pasado un tiempo no sabían dónde estaban. “No sabíamos lo que había del lado de allá”. Los habían embarcado en botes inflables, les hicieron cruzar el río Evros, y el país, el pedazo de tierra donde los dejaron, era Turquía, según supieron más tarde.
“Había un frío inmenso, estábamos mal abrigados”, dice Lino. En la zona fronteriza de Turquía los alcanzaron unos coyotes a quienes pagaron 250 dólares por conducirlos hasta Estambul. Lino recuerda los 17 grados bajo cero y la nieve espesa que conoció en Turquía. De hecho, conserva unas fotos de sus primeros días haciendo un muñeco en la nieve.
“Parece que esto es un negocio entre Turquía y Grecia, porque esas personas ya saben que vas a llegar, están esperando a migrantes para llevarlos a Estambul”, asegura Lino.
La pareja, en cuanto pudo, tramitó una denuncia ante el Comité de Derechos Humanos de la ONU contra el gobierno griego. El documento, al que tuvo acceso EL PAÍS, indica que los ciudadanos cubanos que entraron en territorio griego el 22 de octubre de 2021 “fueron expulsados colectivamente a Turquía el 29 de enero de 2022, a pesar de no haber estado nunca antes en Turquía”, y expone el maltrato al que fueron sometidos por las autoridades griegas. “Los demandantes fueron objeto de una expulsión colectiva ilegal siguiendo el patrón de retrocesos llevados a cabo sistemáticamente por las autoridades griegas en la frontera terrestre con Turquía”, agrega el documento.
En 2021 Human Rights Watch (HRW) aseguró que había “una creciente evidencia de que el Gobierno griego ha expulsado en secreto en los últimos meses a miles de migrantes que intentaban llegar a sus costas” y que obligaban a “personas a subir a pequeñas balsas inflables de rescate y enviarlas de regreso a aguas turcas”. Entre 2017 y 2022 se registraron 374 incidentes relacionados con robo de dinero en esta zona, según una investigación llevada a cabo por EL PAÍS y el medio griego Solomon. También se ha documentado el trato violento y la expulsión de los migrantes de su territorio. Asimismo, un informe publicado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos, expone que en el 88% de los casos los deportados sufrieron violencia y en el 93% les robaron sus pertenencias o dinero. El pasado año, Al Jazeera denunció que al menos 30 cubanos que esperaban solicitar asilo en Europa “fueron expulsados a la fuerza de Grecia a Turquía” y sometidos a “desnudamiento forzoso, palizas, detención sin comida ni agua, confiscación de pasaportes, dinero y otros efectos personales”.
Hasta hoy, el Gobierno griego sigue negando este tipo de prácticas. En una entrevista con CNN este año, el primer ministro de Grecia, Kyriakos Mitsotakis, negó que su país expulsara a migrantes de tal manera o les diera tratos tan vejatorios. Es una “práctica completamente inaceptable”, insistió.
A pesar de no saber nada de idioma turco, y a pesar del frío, Lino y Yudith pudieron haberse quedado en Turquía para siempre. En el país, que no estaba en los planes de su travesía, lograron encontrar trabajo en una fábrica de calzado. El cumpleaños 53 de Lino se lo celebraron sus compañeros de trabajo. Lino conserva fotos, junto a Yudith, soplando velas en una tarta de chocolate.
“Estábamos bien”, recuerda Lino, como si hubiese pasado un centenar de años, como si la tranquilidad quedara demasiado lejos. “Pero el presidente de Turquía comenzó a deportar, dijo que tenía que sacar cinco millones de migrantes antes de fin de año. La vida se estaba haciendo imposible, había que estar huyendo de la policía”.
Las otras fotos que guarda Lino en su celular los muestran a él y a Yudith en los asientos de un vuelo de Turkish Airlines. El 4 de octubre de 2023 salieron del aeropuerto de Estambul hacia La Habana, antes de ser detenidos y deportados por las autoridades turcas.
Tres días después, Lino y Yudith se fotografiaron, esta vez en los asientos de un vuelo de Magnichartes, tras comprar pasajes de 1.800 dólares con destino a Nicaragua, otro de los 25 países que no exige visado a cubanos y la vía más usada para salir de la isla. Su propósito era atravesar Centroamérica y llegar a la frontera entre México y Estados Unidos. Desde que el Gobierno de Daniel Ortega estableciera en noviembre de 2021 el “libre visado” para ciudadanos cubanos “con el fin de promover el intercambio comercial, el turismo y la relación familiar humanitaria”, han llegado a Estados Unidos más de 300.000.
Lino y Yudith, bajo las órdenes de un coyote, se fueron de Nicaragua a Honduras, luego a Guatemala, hasta que finalmente llegaron a México. Lino tiene fotos y videos junto a decenas de migrantes a las afueras de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), en Tapachula, donde solicitó un permiso de estancia en el país para comenzar un proceso de refugio. Los encargados le comunicaron que en diez días tendría respuesta. Hasta hoy, Lino y Yudith no han recibido notificación de la Comar. Cuando trataron de llegar a Ciudad de México para solicitar una cita con las autoridades estadounidenses a través de la aplicación CBPOne, fueron detenidos. “En el retén de Tuxpan nos pararon los oficiales de migración”, cuenta Lino. “Cogieron al azar a los primeros siete que íbamos en la guagua, nos bajaron y nos llevaron a la estación Siglo XXI”.
Mientras el resto de los cubanos detenidos firmaban papeles, Lino se negó a firmarlos sin antes acceder a leerlos. “Ellos se pusieron furiosos y me dijeron que no tenía derecho”. Sobre la una de la madrugada, los condujeron a autobuses que los llevaron a una prisión en Villa Hermosa, capital de Tabasco. Después de abordar nuevamente los autobuses y tras 36 horas de viaje, Lino y Yudith se encontraban en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Les estaban obligando a firmar órdenes de deportación.
El vuelo hacia La Habana salió el pasado 7 de noviembre con 320 cubanos. Los pasaportes de Lino y Yudith no tienen un sello que pruebe su regreso a Cuba, y ni siquiera les dieron documentos como deportados. “Es un negocio para jugar con la vida de los seres humanos”, piensa Lino. “Desgraciadamente nosotros emigramos por necesidad, necesidad de libertad, de no ser reprimidos, de dar una vida digna a nuestra familia”.
Lino conserva una foto del día en que fueron deportados a Cuba. Está él, con el semblante encogido, en la terminal de ómnibus de La Habana, a la espera de algún autobús hacia el centro del país. A falta de un lugar donde vivir en la capital, tuvieron que irse a la casa de su hija en Ciego de Ávila, en el centro de la isla.
“Es duro ser deportado, ya a nosotros nos ha tocado dos veces comenzar de cero. Ya no somos jóvenes”, dice Lino. “No aspiro a riquezas, sino a vivir dignamente los años que me quedan”.
Ahora, en Cuba, si Yudith rememora las travesías que ha emprendido junto a Lino, podría echarse a llorar. Han sido víctimas, ambos y por partida doble, de la corrupción y el maltrato que sufren los migrantes. En una de sus últimas fotos, Lino y Yudith aparecen con el Capitolio habanero de fondo. Están, según dicen, en el negocio. No especifican qué negocio pero están juntando dinero para volver a irse de Cuba. “Claro que lo voy a volver a intentar”, asegura Yudith. “El primer país que nos abra las puertas, para ahí nos vamos”.
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