Fronteras cerradas a cal y canto a la inmigración. Finalización en 24 horas de la guerra de Ucrania. Manos libres para que Netanyahu resuelva a su conveniencia el futuro de Gaza. No habrá que esperar a que Donald Trump confirme la ventaja sobre Joe Biden en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre para calibrar hasta qué punto está avanzando el programa extremista. Confiados en los defectos y debilidades del expresidente, especialmente sus cuatro procesos judiciales con 91 imputaciones penales, sus adversarios no han valorado suficientemente sus fortalezas, que las tiene, aunque terminen favoreciendo a los enemigos de Estados Unidos, tal como ha señalado escandalizada la muy conservadora Liz Cheney.
En sintonía con las extremas derechas europeas, Trump ya ha convertido la inmigración en el tema estelar sobre el que se jugará su apuesta presidencial. No solo ha desplazado a la economía de la conversación pública, antaño la preocupación principal de los votantes, sino que sus propuestas más radicales han penetrado en una Casa Blanca incapaz de defender la buena marcha del país. El Senado está debatiendo una insólita legislación para limitar el asilo y la admisión de extranjeros que ha resultado la más dura de los últimos 100 años. La Casa Blanca se ha rendido al chantaje republicano que condicionaba la financiación de la guerra de Ucrania al endurecimiento migratorio, aunque haya añadido también la ayuda financiera a Israel, que los republicanos querían aprobar por separado y sin condicionamiento. Puro Trump con maquillaje.
Una vez adoptadas las ideas, ha llegado el desplante, y no porque sea moderada la legislación de Biden, sino porque Trump nada le regalará, ni éxito, ni protagonismo, incluso estando de acuerdo con sus propuestas. Quiere verle llegar exhausto a la jornada electoral, con el país entero y si es posible el mundo patas arriba. Así es como el republicanismo trumpista, cada vez más hegemónico, votará contra sus propias propuestas, a pesar de que ni siquiera un hipotético control de la presidencia y de todas las instituciones (las dos Cámaras y el Supremo) les garantiza que puedan pasar en el futuro una legislación tan conservadora. También los demócratas más progresistas seguirán idéntico camino, sin importarles que sea Trump el beneficiario.
A falta de regulación, la amenaza de un cierre de la frontera en 2025 con el relevo presidencial actuará mientras tanto como un poderoso imán sobre quienes aspiran a franquearla. Trump prefiere que una alarmante crecida del río migratorio en dirección a Estados Unidos acompañe a la apertura de las urnas; que Ucrania retroceda frente a Rusia; y que la guerra de Gaza, tan divisiva para los demócratas, siga ardiendo bajo el mando de Netanyahu. Hay que mantener y reavivar las crisis para ganar las elecciones con el anuncio de las victorias que cosechará Trump en cuanto regrese al Despacho Oval. Cobrar el caos por adelantado para que gane el caos en noviembre y por si acaso el caos termina perdiendo.
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