Los trenes ucranios procedentes de las fronteras con la Unión Europea están llenos este diciembre de madres que vuelven por unos días a su país. Ellas y sus hijos regresan para pasar las fiestas navideñas y el Año Nuevo con sus familias. No tardarán en tomar de nuevo el camino al extranjero. “De mis conocidas ucranias en España, tenemos un grupo en el que somos unas 25 que nos conocimos en los programas de acogida, todas con niños, ninguna quiere vivir en Ucrania, cero”, afirmaba el pasado jueves Alona Soroka en Kiev, donde se encuentra visitando a sus padres y marido. Esta mujer de 35 años reside en Malgrat de Mar (Cataluña) y trabaja en la recepción de un hotel. Su objetivo es quedarse para siempre en España.
“Allí tengo seguridad, calidad de vida, buena educación para mis dos hijas [de 4 y 10 años] y un empleo con el que puedo crecer”, dice Soroka, “para vivir bien en Ucrania necesitas mucho dinero porque los precios están por las nubes y los sueldos son malos. ¿Sabe qué pensión mensual recibe mi madre? El equivalente a 30 euros”. Su marido no puede salir de Ucrania porque la ley marcial moviliza a todos los varones adultos hasta los 65 años —con excepciones, como los padres de más de tres hijos—. Soroka no cree que su esposo quiera vivir en el futuro en España, pero a ella le da igual: llegó a Cataluña en marzo de 2022, pocos días después de dar inicio la invasión rusa, y para ella fue una oportunidad para empezar una vida mejor.
Hay 6,3 millones de refugiados que, como Soroka, salieron de Ucrania durante la guerra y que no han vuelto, según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) ―otras estimaciones elevan la cifra a 8 millones―. Más de la mitad son mujeres, y un tercio, menores de edad. La cifra de los que han retornado es de 1,1 millones de personas, según estimaciones de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Según una encuesta de ACNUR del pasado julio, un 18% de los desplazados al exterior querían regresar a Ucrania en los próximos tres meses y un 62% cuando se den las condiciones de seguridad y estabilidad necesarias; el 20% restante era proclive a no volver.
“Mi sueño sería que regrese el 50%, y si fuera el 60%, sería la persona más feliz de Ucrania”, afirmó el pasado noviembre Ella Libanova, directora del Instituto de Demografía y Estudios Sociales de Ucrania (IDSS), la institución nacional académica de referencia en la materia. Libanova pronunció estas palabras en el 7º Congreso de Mujeres Ucranias. Pocos días antes, en el principal informativo de televisión de Ucrania, Libanova se mostró extremadamente pesimista: “La situación será muy mala, mucho peor de lo que nadie pueda imaginarse”. La directora del IDSS reveló las previsiones de población para el país en 2033: una horquilla de entre 26 y 35 millones de habitantes, incluyendo los territorios anexionados por las armas por Rusia. Si la media de la horquilla son unos 30 millones, esto representa un 42% menos de población respecto a la que tenía Ucrania en el año de su independencia, en 1991, cuando eran 52 millones.
El IDSS también aporta datos actuales y según el territorio. Cuando empezó la invasión rusa, Ucrania contaba con 44 millones de habitantes. En 2023 son 36 millones, incluyendo los territorios ocupados por Rusia. Si los datos se ciñen a las provincias de la Ucrania libre, la cifra cae a 32 millones, un 38% menos que la población de 1991.
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Ucrania ya era un país de elevada migración, como el resto de los que salieron del bloque comunista tras la desintegración de la Unión Soviética. Pero si otros países de la Europa del Este consiguieron revertir la situación gracias a una estabilidad política y económica, Ucrania solo ha ido a peor, según explicaba la investigadora Marina Tvedorstup en un informe del pasado julio publicado por el Instituto de Viena de Estudios de la Economía Internacional (WIIW). Tvedorstup citaba cinco problemas que con la guerra se han agravado: la caída de la natalidad; la caída de la esperanza de vida; más migración, envejecimiento de la población y destrucción del mercado laboral.
“Desastroso para la reconstrucción”
La esperanza media de vida de los hombres ha pasado de los 66,4 años previos a la guerra a 57,3 en 2023, según el IDSS; en las mujeres, la esperanza de vida cayó de los 76,4 a los 70,9 años. No solo se trata de las decenas de miles de soldados y civiles muertos o heridos, también es “un empeoramiento con la invasión del estado mental y físico de los ucranianos”, subrayaba en un informe de julio el Centro Para Estudios Europeos (OSW). Con sede en Varsovia, este centro avisa de que para Ucrania, “la perspectiva es de una catástrofe demográfica” por “la tendencia negativa para las futuras generaciones de procrear, además de la incertidumbre económica”. Tvedorstup constataba que Ucrania afronta “una gran caída de la natalidad” porque la migración de mujeres durante la guerra tendrá un “impacto a largo plazo”: “Cuantas más infraestructuras se destruyan durante la guerra, más probable es que los refugiados se queden de forma permanente en el exterior, lo que sería desastroso para la reconstrucción”.
Con una media de 1,2 nacimientos por mujer, Ucrania ya era antes de la guerra uno de los países con la tasa de fertilidad más baja de Europa, según un informe de 2023 del Centro Común de Investigación (JRC), un organismo de la Comisión Europea: “La fertilidad tan baja se explica por la prevalencia en las familias de tener un solo hijo tras la independencia, resultado de la incertidumbre económica, las pobres expectativas, la falta de servicios sociales y de políticas de familia, y de unas normas conservadoras de género”. La natalidad ha caído dramáticamente durante la guerra, según el IDSS: en 2022 era de 0,9 niños por mujer y en 2023 esperan que se reduzca al 0,7. La media de la UE, según estadísticas de la Comisión Europea, es de 1,5.
No solo es la falta de una estabilidad social y económica lo que está frenando la natalidad en Ucrania, también pesa el desequilibrio demográfico por géneros: si en 2022 había en Ucrania 86 hombres por cada 100 mujeres, en 2023, según el IDSS, son 110 hombres por cada 100 mujeres. La media en la UE es de 100 hombres por cada 104 mujeres. En un estudio publicado el pasado verano por el Centro Wilson de Estados Unidos, Libanova alertaba de que tras la guerra, si la economía ucrania no se recupera rápido, el éxodo será mayor: “Las familias querrán reunificarse en el extranjero, esto quiere decir que Ucrania podría perder entre un millón y un millón y medio de jóvenes [hombres] con formación”.
“Es importante subrayar”, proseguía Libanova, “que la migración Ucrania está perdiendo gente joven, en edad reproductiva, educada y con ganas de prosperar”. Es gente como Anna Temochko, residente en Barcelona junto a sus dos hijos desde el inicio de la invasión. Es informática y trabaja a distancia para una empresa ucrania. No descarta volver en el futuro a su ciudad natal, Lviv, una de las regiones más seguras de Ucrania. También es una de las más saturadas con desplazados procedentes de las provincias del Este, donde se libran los combates, una diáspora interna que provoca, por ejemplo, un encarecimiento de la vivienda. “Los precios en Lviv no son mucho más bajos que en España, pero con sueldos claramente menores”, indica esta mujer de 35 años. Temochko cree que hay tres factores que decantan la balanza a favor de que una persona como ella se establezca en el extranjero: si consigue una estabilidad económica, si crea una nueva familia y si los hijos se adaptan bien a la sociedad de acogida. También admite tener cierta “sensación de injusticia”: “Injusticia de estar en Barcelona, en una ciudad tan agradable, mientras hay gente más patriota que yo en Ucrania”.
Temochko viajará a Lviv para pasar las navidades. Su última visita fue en agosto, durante las vacaciones escolares de sus hijos. Aquel verano entendió otra razón por la que no tenía previsto volver: “Si la situación económica empeora, las sociedades se deprimen. Cuando estuve allí, tuve la sensación de estar en una sociedad cansada y dominada por la ansiedad. No sé si quiero que mis hijos crezcan en un ambiente así”. A medida que se alarga la guerra, el desánimo crece entre la población ucrania. Y cuantos más meses dure el conflicto, apuntaba Libanova en su trabajo para el Wilson Center, más difícil será que regresen las mujeres que se fueron.
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