Hay un lugar en el planeta Tierra que encarna como nadie los deseos de trascendencia de Nayib Bukele. Se llama Nuevo Cuscatlán y se encuentra a un cuarto de hora en coche desde San Salvador. Montañoso y de clima tropical, rodeado de cafetales, al llegar se suceden a través de la ventanilla pequeñas casas de lámina y mansiones con piscinas llenas de un agua cristalina que se pierde en el horizonte. Esta se puede considerar la cuna del político que ha asombrado al mundo desde El Salvador, una pequeña nación de 6,3 millones de habitantes. Bukele fue elegido en 2012 alcalde de este pueblo, de dos millones de dólares de presupuesto, cuando no tenía apenas experiencia. Hasta ese momento, solo había administrado una discoteca, Code, y un concesionario de Yamaha. Aun así, al poco de tomar posesión se paseaba por las calles que él mismo asfaltó en una camioneta de cristales tintados, rodeado de guardaespaldas. Se dirigía a los vecinos, que caben en un autobús de dos alturas, como si estuviera dando un discurso en la Asamblea General de la ONU. Les hablaba de paradigmas y conceptos abstractos. Lucía la seguridad propia de los que han nacido rodeados de privilegios. La gente no era capaz de verbalizar el embrujo que sentían; sencillamente, lo contemplaban fascinados.
Los que lo conocen aseguran que su soberbia solo se compara con su nivel de ambición. En ese entonces tenía ya la convicción secreta de que su destino estaba escrito en letras doradas: él no era un simple alcalde de pueblo, sino el próximo presidente de la nación. Pertenecía al FMLN, el partido clásico de la izquierda salvadoreña. En realidad, lo despreciaba por considerarlo una estructura anticuada y llena de cuadros incompetentes. En las reuniones, sus compañeros sentían una cierta incomodidad al escucharlo hablar con esa desenvoltura milenial. “Era un lobo y nosotros las ovejas. Solo que entonces no lo sabíamos”, cuenta uno de los presentes en esos encuentros. A continuación, dio el salto a la alcaldía de San Salvador y el puesto, de nuevo, se le quedó pequeño. El FMNL le dijo que no sería el candidato a las elecciones presidenciales de 2019, argumentando que era muy joven. Pero a Bukele (42 años) no le sobra la paciencia. Desde ese preciso momento empezó una campaña de desprestigio contra el partido, al que no le quedó otra opción que expulsarlo. La carretera hacia el poder absoluto parecía asfaltada.
Recorriendo Nuevo Cuscatlán resulta imposible no pensar que todo ha sido parte de un plan premeditado. La N está estampada por todos los rincones del municipio, que es la primera letra de su nombre, pero también del de Bukele. Los edificios, las aceras, las banquetas están pintadas de cian, el color del que ahora es su partido, Nuevas Ideas. El embrión estaba aquí, solo que muchos no lo quisieron ver. El culto a su persona, la sensación de omnipresencia, el ordeno y mando. Esa fascinación que ahora ejerce en el resto del país brilla en los ojos de Luis Ponce, de 47 años, un trabajador del Ayuntamiento con dientes de metal. Cuenta que Bukele estuvo presente en uno de los momentos clave de su vida, su boda. Ejerció de maestro de ceremonias. Puso orden en este lugar, pintó las casitas de colores alegres, iba a las fiestas de la gente humilde a tomar atole. Cuando se fue, los vecinos lloraron. A Ponce no le importa que su hijo haya sido encarcelado en la época de Bukele, que ha llenado las cárceles con más de 76.000 prisioneros para desactivar a las pandillas. Dice que Dios es perfecto, Dios todo lo sabe y prefiere que su hijo esté “dentro más que fuera”, porque andaba “de bolo”. Cree que Bukele, que roza el 90% de aprobación en El Salvador, cuenta con ayuda divina: “Este presidente trabaja con el poder de Dios. Es calidad de persona”.
Bukele previsiblemente va a ser reelegido presidente el domingo con una mayoría abrumadora. La Constitución salvadoreña le prohibía presentarse de nuevo, pero la Sala Constitucional, integrada por jueces elegidos por él, le ha dado vía libre. Algunos sondeos pronostican que superará el 80% de los votos. Su personalismo ha hecho que la oposición termine evaporándose. Desde que ganó hace cinco años, ha forjado la imagen de un líder de hierro. Decretó un régimen de excepción vigente hasta hoy en día, con el que ha golpeado de lleno a las dos principales pandillas, la Mara Salvatrucha y el Barrio 18. Las organizaciones de derechos humanos denuncian que por el camino se ha llevado por delante a miles de inocentes, a los que no se les ha aplicado el debido proceso ni se les ofrece un juicio justo. Los abogados no consiguen contactar con sus clientes, recluidos en una megacárcel que ha llamado Centro de Confinamiento del Terrorismo. Las familias no reciben ni una llamada desde dentro.
La economía del país no marcha especialmente bien, los periódicos locales documentan que hay gente pasando hambre y cocinando sopas con rastrojos. Pero que haya logrado, al menos momentáneamente, hacer desaparecer a los pandilleros del día a día de los salvadoreños lo convierte en un líder tremendamente popular. La ciudadanía hace oídos sordos a que la comunidad internacional haya mostrado su preocupación por lo que considera una deriva autoritaria. Bukele es uno y trino en El Salvador. En la terminal de llegadas del principal aeropuerto del país se ha recreado el despacho presidencial, con los retratos a los lados de Bukele y la primera dama, Gabriela Rodríguez. Los pasajeros se sacan fotos encantados. Las carreteras están llenas de publicidad del presidente y sus candidatos a la Asamblea Legislativa. Ni rastro del FMLN ni de Arena, el partido de la derecha. La barba perfilada, el pelo hacia atrás que deja a la vista unas entradas pronunciadas, su cara de tipo duro de película de acción, inundan la nación.
El hechizo no funcionó con Bertha María Deleón, que dirigió su equipo jurídico cuatro años. La abogada no sabe si es por la edad —ella tiene tres años más que él— pero siempre lo vio como un hombre inmaduro e impulsivo, adicto al teléfono y a las redes sociales, que no podía estar 30 minutos sin revisar las tendencias de Twitter, qué se decía de él, bueno y malo. “Siempre fue una persona muy dispersa a nivel de atención. Le cuesta mucho enfocarse, organizarse”, explica, “pero creo que es muy hábil porque se aprende el guion que le dan y eso es lo que comunica. Embelesaba a los jóvenes”. Deleón lo defendió en tres procesos judiciales hasta que se convirtió en presidente, en 2019, y en todas las reuniones legales Bukele contaba con un bastón de apoyo: su hermano Karim. Era su jefe de campaña, su versión analítica y sosegada, en quien confía para tomar las decisiones.
Nayib es el quinto hijo de Armando Bukele, un influyente empresario que fundó algunas de las primeras mezquitas de Latinoamérica. De origen palestino, don Armando, como lo llaman quienes lo atendieron, es el gran referente de su hijo, que ha llegado a exagerar sus logros hasta decir que tuvo más coeficiente intelectual que Einstein o que estuvo nominado al premio Nobel. De su matrimonio con Olga Marina Ortez nacieron también Karim, Ibrajim Antonio y Yusef Alí. Todos ellos forman ahora parte del exclusivo círculo del presidente, cerrado para nada más que unos cuantos, como algunos antiguos compañeros de la Escuela Panamericana o figuras como el actual presidente de la Asamblea, Ernesto Castro, que lo acompañan desde el inicio de su camino político.
En el fondo, Bukele nunca se ha alejado del origen. Sigue viviendo en una urbanización que se enreda en uno de los cerros de Nuevo Cuscatlán, llamada Los Sueños, ahora custodiada por el Ejército. Ha convertido un pueblo al que todo el mundo confundía con su vecino, Antiguo Cuscatlán, en la meca de promotores inmobiliarios, donde youtubers e influencers pueden tener su mural, en el lugar de deseo de otros ricos que quieren vivir cerca del presidente que embrujó a un país al que somete. Los vecinos saben que Bukele sale de su mansión porque se cortan las calles y aparece la comitiva de camionetas y ejército que lo vigila, pero el presidente no ha hecho un solo acto de campaña en los últimos tres meses. Siempre dijo que era posible gobernar desde el móvil. A sus seguidores, que se cuentan por millones, les sirve saber que el presidente va a seguir en Los Sueños.
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