Aitana despliega su pop aeróbico y rutinario para todas las edades en su tercer lleno en el WiZink | Cultura

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Aitana (centro), durante su concierto ayer en el WiZink Center de MadridJUANJO MARTIN (EFE)

Hay gente para todo, lo cual está muy bien. Cosa distinta es separar grano y paja, filfas y filones, contingentes y necesarios, pero todo se andará. El mismo recinto que estos días acogió dos pletóricos llenazos consecutivos de Vetusta Morla, un concierto prodigioso de Xoel López, la emotiva despedida de Rayden y hasta la visita de Greta Van Fleet —una hermandad de Michigan con tanto desparpajo como para ponerle papeles de calco a los discos de Led Zeppelin— abría las puertas este martes a Aitana Ocaña Morales, una barcelonesa de 24 años que, en términos estrictamente numéricos, terminó imponiéndose a todos sus ilustres predecesores. Su visita al WiZink, la tercera con las localidades agotadas tras sus dos fechas en noviembre, le sirvió además para anunciar con solemnidad y despliegue videográfico que este recinto para 15.000 espectadores ya se le ha quedado pequeño. La siguiente cita, el 28 de diciembre del próximo año, fija su punto de encuentro en el mismísimo estadio Santiago Bernabéu.

¿Hay motivos para semejante entusiasmo? Solo según dónde queramos colocar el listón. Aitana cuenta con una voz espléndida y ofrece un espectáculo bailongo, disfrutable y solvente, muy bien coreografiado y generoso en luminotecnia, empatía intergeneracional y buenas intenciones. La autora de Alpha convoca en las gradas no solo a un público joven, sino también párvulo, con miles de chiquillos y aún más chiquillas por debajo de los 10 años que sonríen, se desgañitan y disfrutan como buenos pequeñajos que son. Y por ahí se empieza, más allá de que nuestra ídolo aún no se haya molestado en aportar un gramo de singularidad a sus recetas, dolorosamente rutinarias en los tramos de pop y desesperantes, por reiterativas, en sus más recientes devaneos con la electrónica.

Todo ello avala que sea mucho más sencillo recabar información en torno a parejas presentes, pretéritas, retomadas o futuribles de nuestra protagonista que sobre sus postulados estéticos o intenciones artísticas. Hay durante los 100 minutos de espectáculo algunos juegos magníficos de luces y sombras, destellos discotequeros que alcanzan hasta la última esquina del recinto y una decena de bailarines y bailarinas con el don de ejecutar movimientos corporales impensables para el común integrante del género humano. Pero igualmente nos encontramos con unos cuantos kilogramos de música pregrabada —también en la parte vocal— y con dos docenas de títulos en los que cualquier atisbo de originalidad ha sido aniquilado con saña. No vaya a ser que luego el algoritmo se nos despiste.

Y así sucede que nuestra flamante nueva princesa de pistas y pabellones no es capaz de aportar un mínimo de entusiasmo novosecular frente a todas las grandes reinas que la han antecedido. Hay una actitud moderna y encomiable en abolir el qué dirán (Los Ángeles); en reivindicar el orgullo, el amor propio y la predisposición a que ningún indocumentado de medio pelo te amargue la existencia (Ahora que ya no estás), un mensaje muy necesario en estos momentos en que podemos repudiar a los machirulos con bendición plena de la RAE. Pero al final el pop aeróbico termina ganándole siempre la partida al argumento o el concepto. En general, son más útiles los conocimientos sobre la industria textil, o los tutoriales para memorizar algún fragmento de esas coreografías endiabladas, que aguzar el oído a la espera de alguna sorpresa que —perdón por destriparles el final de la película— en ningún momento llega a acontecer.

Aitana, durante su concierto ayer en el WiZink Center de Madrid.
Aitana, durante su concierto ayer en el WiZink Center de Madrid.JUANJO MARTIN JUANJO MARTIN (EFE)

Podemos aferrarnos al consuelo de que Dararí se hermana por la vía de la onomatopeya con otro de los exitazos bailables de la temporada, Padam padam, de Kylie Minogue. Luna es una balada potable y bien desarrollada y resuelta, la primera vez en que, tras media hora de concierto, la oficiante se reivindica como una vocalista con virtudes manifiestas. Esa certeza se vuelve aún más palpable en el caso de Más, que, sin ser una canción deslumbrante, deja margen a que sucedan cosas cada vez que se interpreta, a que Aitana se desgañite y asuma el riesgo de que el resultado sea más brillante o desvaído que el de otra noche anterior o venidera. La esencia misma del directo, vaya.

Llegados al momento de miamor, con su twerking y sus refriegas, solo cabe refrendar que vivimos en una sociedad lo bastante ociosa, aburrida y pacata como para buscar en un baile sensual un motivo de controversia. Pero a eso nos dedicamos ahora, a pontificar sobre la nada. Hace bien Aitana en parafrasear y homenajear a Úrsula Corberó, que en los Ondas ya había reivindicado el valor de la autoestima. “Digo yo que algo bien estaré haciendo”, exclamó la cantante, cargada de razón. Y conste que dispone de un amplísimo margen de mejora, empezando por los discursos. Aportaciones como “Yo siempre lo digo: hay días mejores y hay días peores” o “Ya se está acabando el año: eso es una realidad” (sic y sic) avalan la lúcida maldad reciente de El Mundo Today al respecto: “Aitana levanta otra polémica al asegurar en mitad de un concierto que el razonamiento inductivo y la creencia en la causalidad sí pueden justificarse racionalmente”.

El humor ácido escuece, pero también a veces estimula. Llegará el día en que Aitana aproveche mejor sus posibilidades y nos ahorre malos tragos como el de “Pensando en ti me paso toa la noche y ya no puedo dormir” (Pensando en ti), un horror más allá de esa síncopa lingüística, agravado con la osadía de incluir un sampler de Sweet Dreams Are Made of This en la ecuación. Pero podemos transigir con Las Babys, una loca versión de Saturday Night, de Wighfield, que bailaron hasta los siesos. Y satisface ese final con la húmeda y pegadiza Formentera, precedido por un aviso: era “la última de verdad”, porque eso de andar saliendo y entrando, por aquello del viejo ritual de los bises, le da “mucha vergüenza”. Pues mira, igual en eso hasta estamos de acuerdo.

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