Nunca pretendió ser maquilladora, nunca pretendió ser actriz y nunca pretendió ser estrella. Esto último lo pone en duda, con la voz, un poco tímida, un poco humilde, que se le sale cuando cuando se le hace hablar de su éxito. Pero Alex Saint (Orihuela, 33 años), que dejó su pueblo de 80.000 habitantes para probar con la fotografía de moda con todo lo que eso conlleva, que tardó años en iniciar su transición a mujer con todo lo que eso conlleva, tiene éxito. En 2019, su nombre empezó a sonar por su talento como maquilladora. Hoy, muchos de los rostros más vistos de España —el fenómeno pop Aitana; la überinfluencer Dulceida; Ester Expósito, actriz de Élite y una de las españolas más conocidas en Instagram; o Pedro Almodóvar en la portada de ICON— usan y jalean sus servicios. Y eso es solo parte de la historia.
Ahora, Saint es una de las apuestas de los Javis en la nueva serie Vestidas de azul (Atresplayer Premium), esta vez como actriz. El proyecto retoma la historia de Veneno (2020), donde Saint tenía un papel pequeño como amiga de la protagonista, Valeria Vegas (Lola Rodríguez). Ese personaje se amplía ahora a lo largo de varios capítulos, con una trama propia, dura y optimista, muy en el espíritu del proyecto: homenajear las historias trans del pasado y ampliar las voces trans del presente. No ha sido fácil, ni siquiera indoloro, llegar hasta aquí pero ahora, Saint atraviesa un momento podemos llamar envidiable sin miedo a gafarlo. “He tenido suerte”, aduce como si nada, sentándose en una cafetería de la calle Barquillo.
Pregunta. A ver, suerte y buena mano.
Respuesta. Tengo el síndrome de la impostora muy dentro. Pero sí, supongo que tendré algo que gusta. Es difícil encajar que una maquilladora ahora haga una serie. Y nunca pretendí ser maquilladora.
P. ¿Qué pasó ahí?
R. Fui a Barcelona a estudiar fotografía de moda. Entonces no me gustaba cómo maquillaba nadie. Y, como soy muy controladora y perfeccionista, dije: ‘Si lo hago yo lo voy a hacer mejor’. Con el tiempo he descubierto que se trabaja mejor en equipo pero en aquella época tenía una idea muy clara de lo que quería fotografiar. Siempre chicas rubias, por cierto.
P. Como usted.
R. Intentaba verme a mí a través de la foto. Aún no había iniciado mi transición. Conocí a [la modelo] Jessica Goicoechea, ese prototipo de tía rubia megapoderosa, la mujer empoderada y fuerte que yo quería ver en las demás y en mí. Le empecé a hacer fotos y terminé siendo su mánager, su maquilladora, su estilista, todo. A partir de ahí, me llamó Dulceida para que la maquillase en los Goya, y de golpe era más maquilladora que otra cosa. En ese momento el maquillaje que yo hacía no era el típico que se hacía aquí en España.
P. ¿Cómo se hace en España?
R. Aquí las actrices siempre van muy naturales. Yo empecé a hacer ese maquillaje americano, muy elaborado pero que por los colores aparenta ser natural. Tras Dulceida, tuve un bum entre el mundo influencer. Me llamó Ester Expósito, me llamó Aitana.
P. Usted pasó a tener un nombre propio.
R. Los fans de Aitana me piden fotos, me reconocen. Gente que puede no haber conocido una persona trans en su vida, ahora sabe que hay una y que maquilla a Aitana. Eso normaliza. Es mi manera de hacer activismo.
P. ¿Su transición cómo afectó este viaje?
R. La empecé bastante mayor, con 25 casi 26. Como tanta gente de nuestro colectivo, no he tenido la infancia o adolescencia que hubiera querido. Tampoco fueron malas, pero muchas de las locuras que se supone que tocan en esa época no las he vivido. Después de mi transición, que casi la sitúo a los 30, empecé a salir, conocer gente, a divertirme. Me hacía falta la euforia… Lo que pasa es que luego ya todos sabemos que después los picos llegan los valles.
P. Hizo el maquillaje de Jedet para la prueba de Veneno y los Javis le animaron a hacer su propio casting. Salió de ahí con el papel de Sacha, la amiga de la protagonista. ¿Qué tal su síndrome de la impostora ahí?
R. Es muy difícil estar mal con los Javis. Te sacan lo que ellos quieren, lo que ven en ti. Lo que pasa es que yo ahí estaba muy insegura. Era mi primera vez delante de una cámara y estaba rodando con ellos. Yo, que hacía nada estaba en Barcelona, en mi casa, con una depresión de caballo.
P. ¿Una depresión de continuidad o puntual?
R. Tengo tendencia a deprimirme. Creo que en parte es por genética y en parte las vivencias desde pequeña. Ahora se habla mucho de salud mental y de todo esto, pero yo crecí como todos, sin saber qué era ni la ansiedad, ni la terapia, ¿sabes? En mi pueblo ir al psicólogo era como… Me acuerdo ahora de una de mis mejores amigas, su madre murió cuando era pequeña, y a ella la llevaban al psicólogo y era una cosa rarísima.
P. Su personaje en Vestidas de azul es precisamente todo salud mental. Sacha se enfrenta al calvario del passing, el ansiar una apariencia totalmente cis y no sentir que se consigue nunca. Que siempre queda un rasgo delator, una operación por delante. Que nunca es suficiente. ¿Qué le pareció cuando le presentaron la trama?
R. Mi trama la he creado yo prácticamente, no es algo que se me presentara. Los Javis me conocen y me propusieron contar esta parte de mí, la salud mental, la disforia. He tenido muchos problemas con eso. Hice la transición muy mayor y hay veces que me vi en esas. ¿Ahora dónde encajo? ¿Dónde me voy a mover, dónde voy a ligar? ¿Dónde me van a querer? ¿Dónde me van a querer en general? Es en el fondo es la cuestión de cómo vas a encajar en el mundo siendo una mujer trans.
P. “Dónde me van a querer”. Ahí está todo, ¿no?
R. Para mí la vida es eso. El trabajo que tenemos, las cosas que queremos conseguir, es porque queremos sentirnos aceptados, pertenecer a algo, y eso conlleva que los demás nos quieran. Cuando hablan de amor propio pues bueno. Sin el de los demás tampoco hay amor propio posible. Si tú sientes que el entorno en el que te mueves es hostil, te genera una vida infeliz.
P. En la serie, y también en su vida, esa infelicidad se traslada al plano físico.
R. Es muy común castigarse físicamente cuando nos pasan cosas feas por dentro. Sacha todo lo achaca a que no es lo suficientemente cis, o que los demás no la van a percibir como la mujer que ella siente que es. Se compara con su novia, que es cis, y siente miedo de que la deje porque no es lo suficientemente mujer. Esa inseguridad al final destruye todo lo que tienes alrededor. Las relaciones con tus amigas, con tu pareja, el trabajo. Entras en un bucle, es algo muy oscuro. Yo he sobrevivido gracias a eso. A mis amigas, y a mi madre, y a mi familia.
P. A eso que ha sobrevivido, ¿cómo lo definiría?
R. A querer morirme. Literalmente. O sea, yo, muchas veces, bueno, no sé si…
P. ¿Paramos y se lo piensa?
R. No quiero pensármelo tampoco, la verdad. Es lo que yo he sentido. Me he querido morir varias veces ya a lo largo de mi vida, porque he concluido: ‘Si esto es lo que la vida me ofrece, no lo quiero. No quiero estar sufriendo’.
P. ¿Sufría por el rechazo externo o interno?
R. Llegó un momento en el que ya no sabía. Si todo el rato te están diciendo que qué asco, lo que llega a tu cabeza es eso. Que qué asco. Que nunca vas a tener una vida normal, que no eres querible, que no eres lo suficientemente deseable. A nadie le interesa tu dolor. Nadie te comprende. Los demás son cis y tú eres trans.
P. Y eso, dice, que envenena hasta a sus amigos.
R. Cuando hablo con mis amigas de las cosas que me han pasado con los chicos cis heteros, siempre aparece siempre alguna amiga cis que quiere empatizar contigo, pero te dice: ‘Ya es que esto a mí no me parece para tanto…’. Es que es exactamente no lo mismo para ti que para mí.
P. Alguien te quiere ayudar, y tú tienes que decirle: ‘Es que hay una barrerita’.
R. Incluso cuando la gente te quiere ayudar es difícil. Al final solo te va a entender otra hermana, ¿sabes? Otro hermano, otre hermane. Todo ese dolor, ¿qué haces con él? ¿Qué haces con él?
P. Una carrera como maquilladora, se ve. O una serie.
R. He sufrido mucho por este tema pero la oportunidad de hacer una serie, de estar haciendo esta entrevista, cosas que ayudan, que contribuyen, le da un sentido a ese dolor. Imagina que alguien se siente identificado con esto y lo lee en el periódico, que dice: “Joder, esta mujer trans está en la contraportada de EL PAÍS contando cosas que resuenan en mí”.
P. Usted no está en la contraportada de EL PAÍS por ser una persona trans. Está aquí por ser una maquilladora de primer nivel y actriz en una de las series del mes.
R. Me alivia que se enfoque así. Cuando empecé mi transición, le decía mi psicóloga: ‘¿Pero mi vida se va a reducir ahora a hablar de esto?’. En mi vida personal, el que yo sea trans ya no está tan, tan presente. En mi trabajo… Es algo que parece que llevas como en la frente. La mujer trans. En fin, tengo interiorizado que el tema, por ahora… está ahí, está ahí. Es el momento de hablar de esto y de que lo hagamos nosotras.
P. Porque las historias trans de la vida real no siempre son tan trágicas como dicen los estereotipos.
R. Es lo que quería mostrar con Sacha. El camino a encontrarte como persona, algo que se traslada no solo a una persona trans sino a cualquiera. Todos nos divorciamos, envejecemos, nos mudamos, tenemos pérdidas, todos tenemos duelos que afrontar. Y lo que sale al otro lado siempre me ha parecido mejor. Como te decía, yo me he visto diciendo: ‘De aquí no salgo, se ha terminado’. Ser un poco kamikaze y pensar: ‘Pos venga, me quedo en la fiesta un rato a ver qué sale, si total ya está todo perdido, pero…’.
P. Pero pensando que cualquier día coge el abrigo y se va.
R. Y luego pasan cosas maravillosas.
P. ¿Qué aspecto tienen esas cosas maravillosas?
R. Estoy descubriendo que la felicidad es estar tranquila. He buscado la felicidad en muchos sitios, en muchas personas, en muchas aventuras, y resulta que todo es rodearte de un grupo de gente que propicie tu tranquilidad, tener una pareja que te cuide, y un proyecto de vida a largo plazo y con valores. No estoy viendo a casi nadie, me cuesta mucho socializar últimamente, y la rutina de ir a eventos o a fiestas ahora no me apetece. Tengo una vida bastante aburrida que aprecio un montón.
P. ¿La maquilladora se ha hartado de las máscaras?
R. Me he hartado de dar explicaciones, de ir a sitios que no me apetece ir, de hablar con gente que no me interesa y de estar en situaciones que veo absurdas. Me apetece estar más con mi perra, viendo una peli, con mis tres amigos que ya me entienden. La madurez a todo el mundo le lleva ahí.
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