Comenzó comprando paisajes asturianos y ahora es la mujer con mayor obra de creadoras de España: así es la colección de Alicia Aza | Cultura

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En el pasillo que da entrada a su dormitorio, Alicia Aza (Madrid, 1966) se para ante la única pieza de arte de su colección que persiguió hasta conseguir, Floral Dress, de William Kentrige, que conecta con su pasión por la música clásica. Durante un momento, siente algo de pudor. “Os voy a meter en mi cuarto, algo muy íntimo, vais a saber más cosas sobre mí”, reflexiona la coleccionista, poeta y abogada ante la periodista y la fotógrafa que acaba de conocer. Esta habitación no es la primera que recorremos con ella. Hemos entrado en dos de sus baños, en uno de sus salones, en los cuartos de sus dos hijos mayores para ver obras de Marina Abramovic, Ixone Sádaba, Francesca Woodman y Robert Mapplethorne, entre otros. “Yo decidí que mi colección se expusiera en mi casa. Así que adelante”.

Hace aproximadamente 10 años, Aza le pidió a su amigo Francisco Carpio, experto en arte, que comisariara su casa de Madrid. Le enseñó la vivienda, le dejó indagar en su colección, le presentó a su familia (está casada y tiene tres hijos) y le dio unas pocas premisas. El reto era adaptar un patrimonio artístico en el que gran parte de las obras de la abogada son vídeo y fotografía al día a día de una familia numerosa. Al entrar hay dos muñecas cuyas cabezas son dos pantallas, es la obra Homovidens. Las gemelas, de la pareja Fiumfoto. Frente a ellas, una pantalla proyecta Over the sea, de la artista Sophie Whettnall. Hay que seguir las piernas de una mujer sobre la cornisa cantábrica para entender que no solo representan el paisaje, también le sirven a Aza para mostrar “cómo somos de exigentes las mujeres con nosotras mismas en cuanto a nuestra imagen, las dificultades que encontramos en nuestro camino de desarrollo personal y profesional”. “Ha quedado un montaje sereno en el que arte da calidez a una casa bastante minimal en la decoración”, describe su particular casa Aza.

Aza comenzó a coleccionar pintura asturiana en 1992, pero no fue hasta 2006 cuando en una conversación alguien se refirió a ella como coleccionista. Entonces decidió asumir esa categoría. A partir de ese momento, dotó a su colección de un sentido y una identidad en cuanto a los soportes y a los temas. “Siempre he sido muy sensible a los derechos de la mujer, pero no desde un punto de vista político ni feminista, sino que me interesa en su globalidad”, explica en el salón de su casa. A su espalda, la videoinstalación Lagoa de la brasileña Rosangela Rennóque sustituye a otra pieza similar que proyectaba distintas imágenes en loop. “La tuve que cambiar porque cuando nos sentábamos a charlar después de una cena con amigos o con mi familia, nadie atendía a lo que se hablaba, sino a la pieza”, recuerda.

En España no hay datos muy concretos sobre coleccionismo porque no hay muchas personas que se dediquen a ello y, por tanto, tampoco hay instituciones que se ocupen de hacer estudios exhaustivos o, por lo menos, un seguimiento. Por eso se puede decir que Aza tiene el título oficioso de ser la única mujer en España en cuya colección hay más mujeres que hombres. “A esto se une que es muy difícil conseguir información de colecciones privadas y que los estudios de brecha de género en el mercado del arte son relativamente recientes”, desarrolla Julieta Rafecas, una de las especialistas en arte contemporáneo que han participado en el estudio En manos de mujeres, realizado por el Instituto de Arte Contemporáneo, que denuncia los problemas en la internalización del arte de las artistas españolas.

Hay algunas aproximaciones, como las que hicieron en el Museo Lázaro Galdiano cuando en 2013 organizaron una muestra con parte de la colección de Aza. Entonces, calcularon que en España el 13% de los coleccionistas son mujeres, el 40% son hombres y el resto, instituciones. La abogada y poeta no quiere que su colección acabe definida como “la única feminista de España” o “la colección de género de una mujer”. Todas sus obras las compra con su sueldo, es su colección, no la de un matrimonio donde se llega a consensos, aunque cuente con el beneplácito de su marido. “Pretendo crear un patrimonio donde haya una mirada femenina que es la mía. Tengo una identidad muy marcada como mujer y hoy que está tan de moda todas estas diferentes identidades, yo me siento muy mujer y mi mirada es muy femenina”, afirma.

Las piezas de caza del hijo de Alicia Aza construyen una suerte de instalación alrededor de la foto de Ixone Sádaba.INMA FLORES

No es la única vez durante la conversación en que marca distancia con cualquier debate político actual. “No son mi tema”, zanja. “He aprendido a través de mi colección que hay unas desigualdades tremendas, que hacerse un hueco cuesta mucho, pero también creo que es una cuestión de tiempo. Y sin entrar en lo que veo ahora, que no me gusta nada, se pueden hacer las cosas de una manera mucho menos agresiva para de verdad llegar a esa igualdad que es defendida por muchísimos hombres”.

Esta reflexión la hace después de años de coleccionismo y de tratar de entenderse y entender un poco mejor a las mujeres. “He aprendido que puedo ser muchas cosas a la vez”, asegura. Aza también se define como testigo de su época. Por eso eligió el arte contemporáneo, “para poder entender qué está pasando en nuestro tiempo”. Pone de ejemplo dos poderosas fotografías de Ixone Sádaba que muestran a niñas soldado kurdas y que le ayudan a contextualizar qué está pasando en la guerra de Israel contra Gaza. Dos imágenes que, por cierto, tuvo que quitar del salón por petición de sus hijos. Una mujer kurda apuntando con un fusil no era la mejor estampa para cenar.

Colecciona desde niña. Primero, cromos y postales de mujeres de otros países. “Cuando mi padre viajaba fuera de España, a África, a Oriente Medio… le pedía postales de mujeres. Ya tenía la necesidad de ver qué estaba pasando con la mujer, de hacer ese análisis comparativo de qué pasa a mi alrededor”.

En la habitación de uno de los hijos de Alicia Aza cuelga la imagen
En la habitación de uno de los hijos de Alicia Aza cuelga la imagen ‘Inspection’, de Erwin Wurm.
INMA FLORES

Esta es una de sus premisas cuando compra arte. No hay modas en su colección. Asegura que no tiene asesor de compras ni un presupuesto fijo para adquisiciones. Se impone una regla de oro: jamás endeudarse y, a partir de ahí, se queda con todo lo que le despierta emociones. Reconoce “una pasión impulsiva” y el deseo de poseer. “Un coleccionista es posesivo por naturaleza. Si no, no tendrías una colección”.

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