La aventura, llena de piruetas, carambolas, guiños, sorpresas, risas y lágrimas, arranca en Badajoz, Extremadura. Corrían los últimos años sesenta y tres hermanos, Rafa, Fernando y José María González, dan su primer salto mortal junto a sus padres y hermanos. Se suben todos, con la vida que les cabía en sus maletas, a un tren con destino Madrid, la capital en la que tratarían de saltar todos otra vez, más alto, más difícil todavía. La primera noche durmieron debajo de un puente y, carambolas del destino, tropezaron con un payaso nacido en Bilbao, reconvertido en legendario empresario circense, en la plaza del Ministerio de Cultura (Plaza del Rey), donde se ubicaba en aquella época el circo Price. El payaso era Arturo Castilla, entonces gerente del circo, que les dio trabajo a los tres. Rafa y José María se unieron a la caravana del Price; y Fernando, de gran corpulencia física, se montó un número de forzudo con el que recorrió medio mundo.
Comienza así el mayor espectáculo del mundo, el de una familia (González) que nació y creció por causalidad bajo una carpa, con el sonido de los mazos sobre los clavos que les anclaban, siempre por poco tiempo, a la tierra. Listos para desmontar y emprender la siguiente aventura, con redoble de tambor, sin red y con el riesgo como fiel compañero de otro viaje con destino incierto. Una familia entrenada en hacer que parezca fácil lo imposible. Una familia especializada en el arte del asombro y cuyos últimos representantes acaban de recibir el Premio Nacional de Circo.
Los hermanos González fundaron en 1977 su gran marca: el Gran Circo Mundial, uno de los más prestigiosos del mundo. Por su pista pasaron desde Torrebruno hasta los payasos de la tele, o Enrique y Ana, María Jesús y su acordeón o los protagonistas de la icónica serie Verano azul, junto a toda clase de artistas y grandes animales convertidos en tiernas mascotas.
Hoy, tras la muerte de Rafa y Fernando en enero de 1988 en un accidente de tráfico en uno de aquellos viajes y tras muchos vaivenes en la vida de esta gran familia, son Manuel, Rafa y María, Productores de Sonrisas, los hijos de Rafa y de Loli Villanueva —matrimonio nacido bajo la carpa del Price—, quienes han recibido el Premio Nacional de Circo 2023. Los tres hermanos, reeditando la historia de su propia familia, han trabajado durante años para dignificar el circo, luchando por buscarle siempre un hueco entre las artes escénicas en España, dándole glamour y convirtiéndolo en un espectáculo de entretenimiento para todos los públicos, niños y adultos. “Mi reto no era conseguir que mis amigos vinieran con sus hijos”, dice Manuel González, el mayor de los tres hermanos y quien ha liderado esta última etapa de la tradición familiar. “Mi reto era que vinieran mis amigos sin sus hijos”, asegura.
El Circo de los Horrores, asociados con el clown Suso Silva (Premio Nacional de Circo 2003), y Rock Circus han sido sus dos principales logros en ese sentido. Los hermanos González, ya como Productores de Sonrisas, su empresa y su marca desde 2005, han optado por profesionalizar el circo, estableciendo sus oficinas en Madrid con 30 trabajadores fijos. Y ahora, casi dos décadas después, han recogido también el legado (y la marca) de aquel circo creado por su familia en los años 80, el Circo Mundial, al que homenajean de manera emocionante en esta última propuesta escénica que puede verse desde el 24 de noviembre en recinto ferial de Ifema de Madrid: Circlassica. Gran Circo Mundial.
Aparte del serrín que, aseguran, corre por sus venas, los hermanos González tienen el afán de emprender en el ADN, y trabajan con el empeño de que bajo su carpa se vea “lo que no se puede ver en ningún otro sitio”, y de hacer realidad lo que parece imposible. Huérfanos de padre muy jóvenes, se reinventaron con su madre, Loli, que aún hoy les acompaña y revisa los vestuarios. Entretanto, Manuel fue azafato y gestor de vuelos privados. María, por su parte, trabajó en publicidad de grandes marcas. Rafa, el más pequeño, se sumó desde el principio a las iniciativas empresariales de su hermano y ha crecido con él. Los tres forman un equipo compacto y muy eficaz. Se quieren y aman el circo profundamente.
El periplo hasta la profesionalización del circo ha sido accidentado y lleno de curvas y de inventos. Se trajeron el circo de la familia Rossi de Italia, y se asociaron con Roberto Faionni y el Circo Americano después, en medio montaron Cirkid, ocupando las plazas menos cotizadas de España; y viajaron mucho —sobre todo Manuel— para ver mucho y con una única idea: “Cambiar el circo”. Llegaron a ocupar Las Ventas en 2006, montaron la Navidad en el Price durante ocho ediciones, entraron en la plaza de toros de Valencia en 2007. Allí —como en otro tiempo le pasara a su padre con Arturo Castilla— se toparon con Suso Silva, y comenzaron a redefinir juntos su Circo de los Horrores, con la dirección artística del clown. Y, por fin, compraron su propia carpa. “Fue comprar nuestra libertad, no teníamos que asociarnos con nadie, aunque debíamos asumir un reto logístico brutal”, recuerda Rafa. Funcionó.
Acostumbrados a caerse y levantarse desde un trapecio o desde un elefante; habiendo conocido el trabajo desde niños: “Llevando tablas”, “haciendo taquilla”, “como mozos de pista”… Hoy, aparte de la oficina fija, tienen también una móvil: una caravana tecnológica pegada a su carpa. Desde allí supervisan todos los detalles: desde la distribución de los números, las coreografías y el vestuario, hasta los patrocinios. En el circo —como recuerdan que decía su padre, Rafa González— para que todo salga bien, para que nada falle, para que surja esa magia a la que sigue el gigantesco “oooooooooh” de la grada, hay una máxima: “En el circo hay que estar”. Allí les encontrarán, haciendo fácil lo imposible.
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