Giovanni Anselmo, el artista que unía política y poética | Cultura

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Giovanni Anselmo, en 1995, ante una de sus obras expuestas en el Centro Gallego de Arte Contemporáneo en Santiago de Compostela.Óscar Paris

Siempre ligero de equipaje, parco en su lenguaje, sereno en su actitud, radical en su talante, reservado en su creatividad. La obra de Giovanni Anselmo (Ivrea 1934 – Turin 2023) es inequívoca en cuanto a su resolución compositiva y, sin embargo, desesperadamente indeterminada, ahistórica, antiemotiva a la vez que épica, continua pero fragmentada; colusión de energía, sentimiento y condición de vida.

Anselmo, fallecido el pasado 18 de diciembre a los 89 años, es uno de los grandes artistas de la segunda mitad del siglo XX que supieron configurar de manera poética los cambios fundamentales en los modos de conocer que se estaban desarrollando. Creador de un lenguaje propio, su aportación artística al debate contemporáneo ha sido valiosísima, y su voz, crítica y auténtica, es hoy una ausencia irreparable para un mundo en el que impera lo políticamente correcto. Siempre ofreció su disponibilidad cuando se le necesitaba, ejerciendo su espacio político con criterio y naturalidad.

Adscrito por la crítica al llamado Arte Povera, su marcada personalidad le llevó a ser un independiente en el modo de abordar la creación. Con una facilidad asombrosa para el dibujo abominó tempranamente de la idea de representación centrándose en la realidad, la presentación directa de ella y en las situaciones de energía manteniéndolas vivas y abiertas.

La iconografía que Anselmo emplea deja escasísimo margen a la evocación emotiva y se centra en la exposición cruda de objetos y materiales, que al igual que ocurre con los rectángulos azules de color ultramar, constituyen alusiones genéricas a cuestiones globales de la experiencia, tan esenciales como previas a la construcción de cualquier ideología al resaltar su evidencia material… Así, las piedras con huellas de las cuñas a la vista son la naturaleza, la gravidez, la densidad, la energía, pero también son el color y la forma.

La dirección y la orientación son categorías compositivas, elementos esenciales en su aproximación configurativa pero, paradójicamente, pocas obras hay en la actualidad tan inquietantemente desorientadoras como la suya, ya que al trabajar sobre la plasmación física de la fuerza de una acción, de la energía de una situación o de un acontecimiento nos hace conscientes de aquello que está pero no es evidente ni visible, aunque forma parte de la viva realidad.

‘Entrare nell’opera’, creación de 1971 de Giovanni Anselmo, perteneciente al Museo de arte moderno y contemporáneo de Trento y Rovereto.NICOLA ECCHER

A partir de ahí, el resto de las características de su obra nacen de la coherencia y de la autenticidad. Anselmo no impone su discurso, sino que altera e interviene en el preexistente desde dentro, utilizando su propia energía potencial y sus imprevisibles desencadenamientos caóticos. Invoca, asiste, seduce e induce para que la acción colectiva se inicie en el ambiguo ámbito de la opresión y la alienación de los discursos existentes. En él se reúne el respeto a la tradición con la radicalidad mas consecuente y, además, con su delicada poética nos indica lo próximo y alcanzable que está lo absoluto en nuestro entorno mas cercano

Configuraba espacios a compartir, pero compartir no significa comunicar sino tan sólo desencadenar una interactividad de consecuencias subjetivas imprevisibles y ese es un leitmotiv que reúne a todas sus obras. Es decir, por el convencimiento de que el mundo es como es porque estamos nosotros para entenderlo, ya que en él somos a la vez observadores y parte y, por lo tanto, somos su imagen, al mismo tiempo que él lo es de nosotros.

Conocí a Giovanni a principios de los años noventa del pasado siglo, en el momento de mayor apoteosis de la reacción iniciada en la década de los ochenta y que invadía el panorama artístico, cuyas consecuencias han sido desastrosas.

Nuestra relación se consolidó cuando, ya adentrados los noventa, me acompañó en el ambicioso inicio de un proyecto cultural y con la generosidad que lo caracterizaba abrió el programa estable del CGAC de Santiago de Compostela con la exposición Qui e là e verso oltremare mentre il colore solleva la pietra (Aquí y allí hacia ultramar mientras el color eleva la piedra). De esta complicidad surgió una gran amistad que se ha desarrollado a lo largo de los años y que ha dado como fruto la retrospectiva de su obra Oltre l’orizzonte (Más allá del horizonte ) que se inaugurará el próximo mes de febrero en el Museo Guggenheim Bilbao, dejando con ella un gran legado como ejemplo de su toma de posición y su defensa comprometida.

Exigente consigo mismo como siempre, Anselmo reconocía que la creación artística deja de existir como algo acotado y separado de las actividades vitales habituales. Se trata de evitar que el arte se erija como director esteticista de la vida y que, en cambio, se integre como función vital fundamental, en el más holderliano de los sentidos.

En efecto, ese paisaje es la vida y el mundo en su conjunto y la evolución de todos ellos se produce a partir de pequeñísimas mutaciones, que inciden continuamente sobre un entramado complejísimo de interdependencias y provocan cambios de gran envergadura difícilmente previsibles. Podría decirse sin temor que el arte, tal como Anselmo lo definió, puede ser un generador de mutaciones poéticas tan efectivas como las aleatorias que marcan el ritmo de la naturaleza.

Con Anselmo nos convencemos de que la condición humana es, por decirlo así, condición artística, porque los individuos no tienen más remedio que redefinir continuamente su entorno, relativizando y cuestionando las convenciones que hayan establecido previamente. Por eso, poética y política son la misma cosa.

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