Esta es una historia con tintes de tragedia griega. Dicen que Carmen Díez de Rivera (1942-1999) exigió que los diarios que ella escribía desde siempre fueran destruidos a su muerte. Al parecer, así ha sido. Apenas quedan algunos vestigios de aquellos escritos de la que fue la poderosa jefa de gabinete del presidente Adolfo Suárez durante los complicados y agitados años de la Transición en España. Fue Carmen Díez de Rivera una mujer guapa, libre y díscola, impertinente y perfeccionista. De familia aristócrata y amiga del rey Juan Carlos, esta mujer luchó por el consenso y el diálogo durante los años en los que España se preparaba para recuperar sus libertades y legalizar el Partido Comunista de España (PCE) con Santiago Carrillo a la cabeza. A modo de gran tragedia griega, la contradictoria, tormentosa y dolorosa vida de Díez de Rivera, que estuvo a punto de casarse sin saberlo con el que era su hermano, que luchó contra el destino que le habían escrito, resucita en los escenarios teatrales encarnada en la actriz Mónica López en el espectáculo Carmen, nada de nadie, con dramaturgia de Francisco M. Justo Tallón y Miguel Pérez García, dirección de Fernando Soto y los actores Ana Fernández (en el papel de la madre de la política), Oriol Tarrasón (Adolfo Suárez) y Víctor Massan (rey Juan Carlos). Se representará en el teatro Español de Madrid desde este miércoles hasta el 18 de febrero.
Una pantalla al fondo en la que van apareciendo imágenes y acontecimientos reales de la época enmarca un escenario escueto con dos mesas de despacho, dos teléfonos en cada una de ellas ―uno verde que conecta directamente con la Jefatura del Estado― y muchos documentos y papeles encima. Aparece una mujer rubia, algo triste, que dice tener 57 años y estar enferma de cáncer. “No, no quiero morir otra vez, llevo muerta hace muchos años”, dice dirigiéndose al público. Así comienza Carmen, nada de nadie, un viaje en el tiempo desde el año 1968 hasta 1977, con vueltas al pasado y al presente, y que se centra sobre todo en el periodo frenético que transcurre desde el verano de 1976 hasta la primavera de 1977, cuando es legalizado el PCE.
En la obra, la llamada “musa de la Transición” se enfrenta una y otra vez a la prudencia de Adolfo Suárez y el rey Juan Carlos y al clasismo de su madre, Sonsoles de Icaza, en una España rancia y negra. “Quiero que este país sea diferente. Somos un anacronismo”, le lanza Díez de Rivera a Suárez en una de sus múltiples discusiones a cara de perro. “Había algo salvaje en ella, nunca supo estar callada y tomarse las cosas a la ligera”, dice de ella su madre en la función. Y el rey Juan Carlos: “Nos conocemos desde hace tiempo. Yo quiero acostarme con ella. Es alguien que dice siempre lo que piensa”.
Es la primera vez en la carrera de la actriz Mónica López (Las Palmas, 1979) que se enfrenta a un personaje real. “Me resulta muy difícil hacer de esta mujer. Lo primero porque la conoció mucha gente que vendrá a ver la función y seguro que dicen que no, que Carmen no era así. Esa es una de las responsabilidades de hacer de una mujer que existió. Por otra parte, era un personaje tan poliédrico que, a veces, tengo la sensación de que estoy pegando la bronca todo el rato y a todo el mundo, pero también quiero que se vea eso y no idealizarla y convertirla en una heroína. Y por eso, me encuentro que estoy siempre en la cuerda floja”, asegura la intérprete, después de un ensayo en el Español.
“Me estoy peleando duramente para que el personaje no quede en una mera caricatura”, añade esta actriz que, en connivencia con el director Fernando Soto, han huido de realizar un biopic para centrarse en contar las causas de la política, sus ideas y sus luchas. “Lo importante es lo que ella decía, lo que intentó hacer”, añade López.
La actriz resalta la importancia de mirar al pasado a través de la vida de Carmen Díez de Rivera, que luchó por el diálogo y el consenso, en un momento de crispación similar al que se vive hoy en España. “Es importante para no volver a caer en los errores del pasado, porque está visto que siempre volvemos a caer. Confieso que para mí decir ciertas cosas hoy en día en un teatro en Madrid me pone muy contenta. Estando o no de acuerdo, hablar de legalización o amnistía, que se escuchen estas palabras desde un escenario, me parece importante. También me encanta hablar de las dos Españas de Machado, que un país tiene que aprender a escuchar, a perdonar y a reconciliarse, pero de verdad. Lo más importante que aportó Carmen Díez de Rivera fue su lucha por el consenso”, defiende la intérprete, que no vivió “el frenesí y la peligrosidad” de la Transición. “Fue el presidente Aznar quien resucitó las dos Españas en su segunda legislatura y, lamentablemente, no se han cerrado”, se lamenta Mónica López, quien considera importante para los jóvenes que no vivieron aquella época que se acerquen a la figura de una mujer como Díez de Rivera.
La obra combina ficción con noticias reales sacadas de los medios de comunicación de la época y libros como El azar de la mujer rubia, de Manuel Vicent, y sobre todo la biografía Historia de Carmen: Memorias de Carmen Díez de Rivera, de la periodista Ana Romero. No se obvia la gran tragedia personal que vivió la política, cuando se enteró de que el hombre del que estaba profundamente enamorada y con el que pretendía casarse era, en realidad, su hermano, hijos ambos de Ramón Serrano Súñer, cuñado del dictador Francisco Franco. “Fue un auténtico drama que marcó su vida. Ella mismo dijo que nunca se había enamorado de la manera en que se enamoró de su hermano, sin saberlo. Carmen para mí es un misterio y tiene un lado oscuro. Lo que más me interesa es su contradicción, el hecho de que una mujer tan humanista pudiera ser tan religiosa al mismo tiempo y tan clasista”, explica Mónica López sobre el personaje.
Y ya al final de la obra, Carmen Díez de Rivera, o sea, Mónica López, regresa al presente escénico y se despide de la audiencia. Se va a morir.
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