La pasión del padre es estafar. La de la madre, el bingo. Todo mucho más fascinante, por supuesto, que pasar un rato con su hija. No queda sitio para Matilda entre las prioridades de la familia. Ni mucho menos para la gran pasión de la niña: la lectura. Si acaso, tantos libros solo merecen un castigo. Menuda pérdida de tiempo. Por suerte, tales progenitores son un invento de las páginas escritas. En concreto, de la obra maestra de Roald Dahl de 1988. Y, en la trama, no logran sabotear el vínculo de Matilda con las historias. Sin embargo, en la vida real el epílogo sería distinto. Hace tiempo que se celebra el auge de la literatura infantil y juvenil. Y los estudios detectan un aumento constante de pequeños lectores. Todos los expertos entrevistados coinciden en el papel fundamental del hogar y la escuela. Es decir, de los adultos. ¿Aliados de la lectura? ¿Enemigos? O quizás ambos a la vez. El asunto está lleno de grises y preguntas abiertas. Como en las mejores novelas.
El propio punto de partida puede cuestionarse: ¿es leer en la infancia positivo de por sí? “Se asocia a un mayor rendimiento y éxito académicos; no obstante, hemos de promocionar y reivindicar la lectura también por el simple placer que ofrece. Un niño que lee imagina mejor”, apunta Paula Rivera Jurado, profesora del departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad de Cádiz. “Aumenta la empatía, la creatividad y mejora las habilidades sociales, además de la comprensión lectora, la plasticidad cerebral…”, añade Xavier Mínguez López, desde el departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universitat de València.
El 83,7% de la población entre seis y nueve años (y el 78% entre 10 y 14 años) lee libros en su tiempo libre de forma voluntaria, según el reciente anuario de la editorial SM, que detecta cómo sigue creciendo la tasa también entre adolescentes, gracias al cómic entre otras razones. Y cifras parecidas, incluso más elevadas, arrojó ayer miércoles el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2023, que publica la Federación de Gremios de Editores. “Es complicado encontrar a algún niño o niña al que no le gusten los cuentos, los libros, las historias, leídas o inventadas”, reflexiona María Carreño López, profesora de Literatura Infantil en la Universidad de Granada. Ella misma cita algunos de sus favoritos: ¡De aquí no pasa nadie!, de Isabel Minhós Martins y Bernando P. Carvalho (Takatuka); Gato y pez, de Joan Grant y Neil Curtis (Libros del Zorro Rojo), el propio Dahl, Pippi Calzaslargas o Konrad o el niño que salió de una lata de conservas, de Christine Nöstlinger (Loqueleo).
Pero el informe de SM, igual que los publicados periódicamente por el Ministerio de Cultura, muestra a la vez la otra cara de la moneda: a partir de los 18 crece la desafección, que se prolonga a lo largo de toda la vida. Tanto es así que el porcentaje lector general, en España, se coloca en torno al 65%. Al crecer, un núcleo duro mantiene su idilio con los libros; otros pasan a un romance más esporádico, seducidos por otros entretenidos amantes; y unos cuantos directamente se separan y olvidan. Así que tan prometedora siembra no parece dar frutos muy maduros.
“Muchos se quejan de las lecturas imperativas, ya que no encuentran ningún vínculo emocional con ellas. El problema es que tal vez no se haya creado un hábito lector durante la educación obligatoria, sino el hábito de leer para aprobar. Si nos hemos limitado a lo que nos mandan, no encontraremos motivación para seguir”, sostiene Mínguez López. Por eso, algunos expertos reclaman la inclusión en los currículos de obras más cercanas al gusto y los intereses de la clase, junto con los clásicos considerados imprescindibles. Y Luis Arizaleta Comajuan ha coordinado un reciente manifiesto, firmado por varios Premios Nacionales de Literatura Infantil y Juvenil entre otros, a favor de la Educación Literaria. “Cuando Primaria y Secundaria se orientan a crear comunidades de lectores, resultan fundamentales para generar aficiones duraderas. Cuando se centran en la reproducción de conocimientos, ahogan la emoción, la motivación y el deseo comunicativo”, alerta por correo electrónico.
Otra reivindicación, por tanto, apunta a que la promoción lectora empape la educación, en todos los sentidos. “Si estamos hablando de dinosaurios, tener libros de dinosaurios en la biblioteca; si vamos a hacer una excursión, tener libros sobre el lugar que vamos a visitar”, lo resume Mínguez López. “En Educación Infantil y Primaria sí existe una formación específica sobre literatura infantil y juvenil. Insuficiente casi siempre, pero no ausente como con el profesorado de niveles superiores. Está más vinculado al voluntarismo de los docentes”, denuncia Carreño López, que ha investigado este aspecto en varios proyectos.
Nadie duda de que un maestro o un hogar con pasión lectora favorezcan el contagio. Al revés, los estudiosos lo ven como el pilar más importante. Pero a menudo no vale con la intención. Dedicación, escucha, buena selección y formación se repiten entre los ingredientes necesarios para padres y docentes que quieran acercar a los libros. Leer cada día con ellos, interesarse por sus obras favoritas, financiar su biblioteca, debatir sobre todo ello: muy recomendable. Los entrevistados sugieren obras de Pilar Mateos, María José Ferrada, Daniel Nesquens, Paula Merlán, Pep Bruno, María Teresa Andruetto, Juan Kruz Igerabide o el recién fallecido Hematocrítico como garantías de entusiasmo lector. Y en la mayoría de casas la lección parece aprendida: en el 76,3 % de los hogares con menores de seis años los padres leen a sus hijos, según el barómetro publicado ayer miércoles. Sin embargo, el problema puede ser otro: no cómo ni qué, sino cuándo.
Las familias pasaron de dedicar 3 horas y 23 minutos a la semana a leer con sus pequeños en 2021 a 2 horas y 48 minutos en 2022, en cifras sobre el impacto de la covid-19 publicadas por el Ministerio de Cultura. He aquí un argumento a favor del teletrabajo. Y una noticia positiva, en el fondo, según Carreño López: “Demuestra que cuando disponemos de tiempo que compartir consideramos la lectura una actividad lúdica, un pasatiempo válido y deseado. A veces más que por qué se deja de leer a determinada edad, poniendo el foco en la escuela o la familia, deberíamos pensar en qué ritmos de vida tenemos”. La propia profesora añade otras variables: mayores ingresos y estudios universitarios disparan la afición lectora. Dicho de otra forma, quien vive mejor tiene más margen para los libros. Entre el resto, algunos ni estarán interesados. Pero quizás haya quien quiera y no pueda.
La oferta, desde luego, no parece un obstáculo. El anuario de SM calcula unos 9.000 títulos de Literatura Infantil y Juvenil publicados en España en 2021. Álbumes dibujados como El muro en mitad del libro, de Jon Agee (La casita roja), e incluso sin texto, como La ola, de Suzy Lee (Barbara Fiore); sagas fantásticas como El juego de Ender, Divergente, La guerra de las brujas o el eterno Harry Potter; clásicos ilustrados y superventas venidos de TikTok. Hay obras para todos los gustos. Aunque alguna de las fuentes avisa de cierta “disneización” y de un exceso de publicaciones más centradas en una finalidad —”libros para” dejar el pañal, combatir el acoso, superar una mudanza…— que en el valor literario. “Es controvertido establecer cómo medir la calidad. Podríamos decir que en parte está en la capacidad de un texto para sostener contradicciones internas”, apunta Carreño López. Lo cual, a la vez, responde al prejuicio que en ocasiones acompaña a este sector: cierto menosprecio, la etiqueta de literatura menor. Y eso que de ella depende también su hermana mayor y más prestigiosa. Si un nuevo lector nace se decide aquí, en estos libros. A ver a quién le parece poco.
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