Las palabras tienen una plasticidad que los jóvenes enuncian y manejan de una manera especial. Torsiones, giros, sufijos y préstamos de palabras y conceptos, forman parte del repertorio de particularidades y atajos entre las que se desenvuelve su habla, desde la adolescencia a la juventud. ¿A qué obedece la peculiar relación juvenil con el lenguaje? ¿Por qué razón su manera de expresarse se singulariza de tal modo? Hay fórmulas distintas para responder a estas cuestiones. Mas lo evidente es que, generación tras generación, existe una pulsión típicamente juvenil de rebeldía y de síntesis, que obliga a los más imaginativos de entre ellos a encararse con las convenciones implícitas en el lenguaje de los adultos y a emprenderla contra los significantes a costa de los significados. O, en plata, a alterar el sonido de las palabras para afrontar la rigidez adulta de su sentido y, si lo consiguen, cambiarlo también.
Del origen del lenguaje específico de la juventud versa el Diccionario del Léxico Juvenil en España, recién publicado. Su autora, la filóloga y lexicóloga argentina María Luisa Regueiro, profesora titular de Lengua Española y Teoría de la Literatura de la Universidad Complutense, ha invertido 20 años en su hechura. El libro va preludiado por un estudio lingüístico basado en una investigación de campo sobre los usos del habla de este amplio sector de edad. Incluye más de 3.000 unidades léxicas, algunas de las cuales han engrosado ya el repertorio de la Real Academia Española, actualizado muy recientemente con 400 nuevos términos.
En este segmento de edad, juega un papel destacado el humor, que suele manifestarse en un desajuste intencional entre significante y significado, esto es, entre sonidos y sentidos. Se entrelazan lógicamente o se distorsionan humorísticamente mediante la agregación de sufijos o desinencias —por ejemplo ata (bocata, fumata, segurata…), tuqui (fiestuqui…) o el aluvión de metáforas madera (Policía), tronco (amigo), colega (compañero), peña (gente), echar un polvo (hacer el amor) o sinónimos como maría (marihuana), canuto, peta, (cigarrillo de marihuana), tan típicos de estas formas expresivas juveniles—. Y, como rédito añadido, le hacen creer al joven que sus ingeniosos modismos son verdaderas innovaciones propias: muy pocos de ellos saben que palabras consideradas de su invención o calificadas como totalmente nuevas, permanecen en el éter lingüístico desde hace siglos. Es el caso de marcha, petar, baranda….
Se trata de verdaderos arcaísmos, ya presentes en el Tesoro de la Lengua castellana de Sebastián de Covarrubias, que data de 1611. Así, la palabra mogollón tiene su origen, en torno al siglo XVII, en los corderillos que, huérfanos de madre, acuden a mamar la leche de otras ovejas del rebaño a costa de los demás lechazos. No obstante, los jóvenes le aplican un desplazamiento semántico y con él se refieren a amplitud cuantitativa, por extensión, enormidad o barullo. Esta es una práctica habitual observada en el empleo del lenguaje por la juventud, según destaca la autora del nuevo diccionario: “de los múltiples significados de un vocablo, seleccionan uno o dos y los resaltan en su uso frente a todos los demás”. Caso señero añadido es el de la palabra mazo, muy utilizada en nuestros días, que originalmente en el siglo XVI definía un haz de ramas o sarmientos. Sin embargo, los jóvenes la identifican únicamente con la idea de cantidad: mazo de peña (mucha gente). Keli y sus variantes —queli, quel, kelfo, quelfo, queo—, la casa, especialmente la paterna, ya aparece en diccionarios de jergas marginales como en BESSES (1905), quien lo registra como préstamo del caló queo, ’casa’.
Préstamos
Hay asimismo préstamos de otras lenguas. Así, piltra, con el significado de cama, es un aporte procedente del francés, peautre, que era un lecho plegable usado por los soldados durante las guerras europeas. La palabra brasa, onomatopeya de origen sueco referida al crepitar del fuego, en la jerga juvenil adquiere el significado de molestar, dar la brasa. En cuanto a borde, antipático, se asocia a la idea de límite de la sensatez.
La manipulación semántica de los jóvenes incluye asimismo la de algunos americanismos. Por ejemplo, la palabra pivón procede de un argentinismo, a su vez procedente de un dialecto genovés, la palabra pibe, que designa a un muchacho aprendiz, generalmente apuesto. Los jóvenes, aquí, han cambiado su género al femenino, juegan con la fonética, añaden un sufijo superlativo y obtienen efectos sonoros y descriptivos a expensas de alterar su escritura y significado originales. Hay también muchas palabras de la jerga joven que pueden ser consideradas como españolismos, aquellos que únicamente se entienden en el contexto social español.
El diccionario recién editado hace hincapié sobre el impacto que el lenguaje de los jóvenes proyecta sobre el amplio universo coloquial. El ámbito de términos incluidos en el jovial vademécum ha sido extraído de la población afincada en las capitales y ciudades más pobladas del país. La cosecha de los más de 3.000 términos, explica Regueiro, fue posible mediante una estructura piramidal de encuestas dialectológicas distribuidas entre el profesorado universitario y de Enseñanza Secundaria a los que la autora instruía. Los docentes hacían llegar las encuestas a los alumnos que, de esta manera, se transformaban en informantes. Las consultas incluían hasta 16 ámbitos semánticos, desde la vestimenta o la alimentación hasta las relaciones humanas, señaladamente las relativas al sexo, las drogas, la música y otros, sobre los cuales los consultados podían verter las palabras o acepciones y ejemplos por ellos empleados.
El diccionario va precedido por un estudio crítico donde se describe la metodología aplicada, consistente el diseño-cuestionario de las encuestas, la investigación y las fuentes bibliográficas. El estudio se prolongó durante dos décadas, desde 2002 hasta diciembre de 2022, ya que un análisis coyuntural tan solo brindaría un momento del proceso en el que el lenguaje se gesta y se macera. El canon metodológico aplicado ha consistido en integrar principios de sociolingüística que plantean una forma de entender la lengua en su contexto social.
Oralidad
La oralidad del léxico y de las jergas juveniles de las denominadas tribus urbanas o de los colectivos marginales, subculturas cuyas manifestaciones emergen en el diccionario, no son garantía de adecuación a efectos de su escritura. Contra estos peligros, la autora alerta cautelarmente y confirma la invasión de extranjerismos dentro de la oferta neologista, sobre todo procedentes de los videojuegos. “Esa es la frontera donde detuve mi estudio”, reconoce. Mención especial al respecto le merece el periodismo, al que considera aliado natural de la difusión de las jergas juveniles. Un valioso precedente del diccionario de léxico juvenil fue el Diccionario cheli (Grijalbo, 1983) de Francisco Umbral. Y la autora sentencia: “El potencial sociolingüístico del léxico juvenil reside en que es un factor de coloquialización apto para su uso general, por hallarse muy extendido en el español de todos y paulatinamente reconocido en la XXIIIª edición del Diccionario de la Real Academia Española, que data de 2014, y en las adiciones de su página electrónica (2022)”.
El repertorio del diccionario juvenil nos brinda la posibilidad de ampliar el alcance de nuestro universo a partir de la aportación que los jóvenes, con su imaginación, su pugna contra lo convencional y su sentido del humor, regalan a la lengua de todos, para guiarse por tan fascinante laberinto vital como el de las palabras.
Algunos ejemplos extraídos del diccionario:
1. aguarón: feo, aplicado especialmente a cosas, constituye un ejemplo de procedimiento muy frecuente en el léxico juvenil como es el desplazamiento semántico de aplicación a personas, actividades, etc.; y también de diferenciación dialectal. Registrado en Asturias (Es muy aguarón este vídeo). Los jóvenes españoles emplean el antónimo guapo también para calificar cosas inanimadas, no humanas (Es un coche mazo guapo).
2. agüelo: vello de la zona genital, preferentemente el masculino. Esta unidad representa como otras muchas la tendencia juvenil al disfemismo, con predominio de expresiones malsonantes, incluso vulgares, referidas al cuerpo (bolamen: testículos, almejas: genitales femeninos), al sexo (bombear: tener relaciones sexuales, etc.).
3. bug, del ingl. bug, `error´, uno de los muchos préstamos crudos, sin adaptación al español, que han ido surgiendo específicamente en el léxico juvenil de los videojuegos. Designa un fallo que perjudica al jugador: Han arreglado el bug.
4. berberechos: uñas de los pies. La metáfora, recurso muy frecuente en el léxico juvenil y en el español en general, está presente en esta designación de las uñas poco aseadas o muy largas, o ambas cosas a la vez, como en Tronca, córtate esos berberechos. En otras regiones prefieren otra metáfora similar: Córtate los mejillones, tío.
5. covidiota revela que la realidad inmediata inspira buena parte de las creaciones juveniles: designa la persona que no respeta las medidas necesarias para evitar el contagio. En la manifa había mazo de covidiotas. El Diccionario Histórico de la RAE, en proceso, ya la incluye. En manifa están presentes dos recursos muy usados por los jóvenes: sufijación expresiva y acortamiento de origen marginal, como bugata, malote, bocarras, etc. Mazo, como su sinónimo mogollón, es muy antiguo, un arcaísmo: el significado juvenil y actual —ya integrado como coloquialismo general— `mucho´, resulta del desplazamiento semántico y de la recategorización gramatical.
6. calvo: neonazi. Los representantes de las tribus urbanas son más crípticos en sus creaciones porque necesitan reforzar su identidad específica y diferencial respecto del resto de los jóvenes. De ahí que las designaciones de estos se basen en general en sus rasgos físicos exteriores: el neonazi suele afeitarse la cabeza. La metonimia, de la parte por el todo da lugar a Vienen unos calvos chungos.
7. delco: estómago. Otra metáfora, esta vez para representar lo humano rebajado como disfemismo material, con degradación semántica del uso marginal: No comí nada raro pero tengo el delco chungo. Es el mismo procedimiento en las múltiples designaciones de la casa (agujero, keli, kel, etc.) o de las personas mayores (los ya “antiguos” carroza o pureta sustituidos por boomer; aunque perduran con propósito de burla y muy desigual distribución amortizado, canica, diligencia, mármol, metálico, pelota de golf, porcelana, retablo, triciclo).
8. fachero: de aspecto muy llamativo, hermoso, genial. Procede de Argentina donde se aplica a personas, pero los jóvenes españoles lo aplican a cosas (Amelia, te ha quedado fachera la foto); como sucede con guapo (¡Qué carro más guapo le compraron los viejos! La peli es guapa, guapa. Tenía un rollo de lo más guapo.)
9. flai, del inglés fly, `vuelo´, `volar, ´mosca´, designa el cigarrillo de hachís o marihuana. Como otros términos referidos a la droga (trip, fly, flick, spit, etc.) los anglicismos están muy presentes en el lenguaje juvenil. De este origen deriva también flipar (de to flip out, `volverse loco´, El heavy me flipa, Estoy flipando con las notas que saqué, con una amplia polisemia, ya registrado por la RAE desde 1994 con las acepciones coloquiales `estar bajo los efectos de una droga´, `estar o quedar entusiasmado´, `agradar o gustar mucho´.
10. petar: El diccionario académico cataloga dos homónimos, petar 1 y petar 2 de distinto origen y significados: 1) estallar, o agradar; y 2) golpear en el suelo o llamar a la puerta, regional, Galicia y en León. En el léxico juvenil petar adquiere una rica polisemia por diversos mecanismos semánticos: `romper o estropear un mecanismo´, `llenarse o colmarse un espacio, un local´, entre otros muchos posibles y muy extendidos en el léxico coloquial de todos.
11. pitón: candado de la moto. La metáfora animal y humorística está en expresiones como ¿Pusiste el pitón a la cabra?, recogido en Galicia. En toda España cabra es designación general de la motocicleta.
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