La última semana de la pasada Feria del Libro de Madrid, metidos ya en junio, empezó a circular entre los lectores que paseaban por El Retiro una pregunta: ¿quién era Lorenzo G. Acebedo, el misterioso autor de La taberna de Silos? Firmada con pseudónimo, la novela, protagonizada por Gonzalo de Berceo, era la mezcla ideal entre el género negro y el histórico y, en virtud de un anacrónico pero eficaz boca a boca, los ejemplares volaban de la caseta de la editorial Tusquets. Meses después, el misterio de la autoría sigue sin resolver, pero el éxito de esa historia de libros, asesinatos y vino en el siglo XIII prueba la vitalidad de un híbrido que se ha convertido en la última apuesta del mundo editorial para el género más popular entre los lectores. Conviene aclarar algo antes de seguir. No toda novela criminal ambientada en el pasado es un thriller histórico (no lo son, por ejemplo, las soberbias historias de Quirke escritas por Benjamin Black y ambientadas en la Irlanda de los cincuenta) ni toda novela histórica con crímenes, como la saga de Hilary Mantel sobre Enrique VIII, se puede encuadrar en este híbrido.
Es imposible hablar de novela negra histórica sin referirnos a El nombre de la rosa de Umberto Eco, pero ahí están también Philip Kerr con su serie de Bernie Gunther (un Philip Marlowe en la Alemania nazi) o la treintena de novelas de Anne Perry protagonizadas por Thomas y Charlotte Pitt. ¿Por qué entonces este resurgir?, ¿dónde está la clave del éxito? “Este género, tan difícil de escribir, proporciona al lector la posibilidad de agudizar su ingenio y aprender sobre una época. Y son historias con un nivel de sofisticación muy grande”, explica María Fasce, editora de Alfaguara Negra, un sello que ha prestado especial atención a esta tendencia. También está el hambre editorial, el deseo de imponer una moda sobre otra (nórdico, doméstico, country, cosy, enigma, etcétera), de aprovechar el dinamismo y la amplitud del género.
Un asiduo a este híbrido gracias, sobre todo, a la serie de Víctor Ros, es Jerónimo Tristante, quien acaba de ganar el VI Premio de Novela Policía Nacional con Pamfleten (Algaida). La novela cuenta la caza de un asesino de mujeres en el Flandes de 1576, bajo el dominio de los Tercios. Si hablamos de galardones, parte del impulso actual se debe a otro, el Planeta, que en 2021 ganó La bestia, de Carmen Mola. Al margen del ruido montado alrededor de la autoría (se descubrió entonces quiénes eran los tres escritores detrás del pseudónimo), queda una novela con los ingredientes que funcionan en esta mezcla. El trío llegó al género, sin embargo, de una manera curiosa. “Nos pilló la pandemia: estábamos encerrados en casa y no sabíamos cómo íbamos a salir, ni siquiera si íbamos a salir. Estábamos escribiendo lo que luego fueron Las madres [cuarta entrega de la serie iniciada por La novia gitana] y teníamos un problema: se iba a quedar antigua antes de que saliera. Por eso elegimos meternos en el thriller histórico”, relata Jorge Díaz, uno de los tres componentes del grupo. Ahora han vuelto con Infierno (Planeta), novela negra, histórica en la Cuba esclavista y folletín, todo en uno. “Tienen que funcionar los dos campos: la parte thriller, los crímenes, el intentar saber quién es el asesino, y después la parte histórica. Si te falla una, la novela se te queda coja”, analiza Díaz.
Transitaban los Mola un camino que ha tenido en los últimos años grandes exponentes como el francés Hervé Le Corre (Bajo las llamas o Después de la guerra, ambas en Reservoir Books, pasan por ser dos de los mejores thrillers históricos de la década) o Niklas Natt och Dag con su poderosa trilogía criminal en la Suecia de finales del siglo XVIII iniciada con la deslumbrante 1793 (Salamandra). No hay época que se escape a la revisión y así tenemos, por ejemplo, la violenta y épica El derecho de los lobos (Alfaguara Negra) de Stefano De Bellis y Edgardo Fiorillo, ambientada en la Roma de Cicerón. Sin olvidar el fértil campo de la época nazi, sobre todo con Jean-Christophe Grangé y Muerte en el Tercer Reich (Destino) y Fabiano Massimi, autor de obras como El ángel de Múnich (acerca del asesinato de la sobrina de Hitler) o la reciente Los niños de Winton, ambas en Alfaguara.
En estas obras se observan con claridad dos elementos esenciales de este género híbrido. Por un lado, mezclar personajes históricos con algunos de ficción; por otro, poner luz sobre un hecho no tan conocido y aprovechar su potencia narrativa. Es lo que hace habitualmente Juan Ramón Biedma, que vuelve a utilizar ese recurso en Crisanta (Alianza), una novela de crímenes y fantasmas en la Sevilla de la Guerra Civil. “La novela histórica ha de tener una intención: desvelar, explorar, abrir un debate sobre una zona oscura. En Crisanta la idea de base era dar a conocer una ciudad en retaguardia en el 36 y cómo convivía el terror con la vida cotidiana. Son momentos que van quedando en el olvido y son atractivos para ponerles luz”, explica. También en Sevilla se ambienta La Babilonia, 1580 (Alfaguara), de Susana Martín Gijón, que añade un toque de crítica social muy presente en sus novelas anteriores (sobre todo en la trilogía de Camino Vargas). Gran aficionada como lectora al género histórico, en la construcción de esta historia se ha encontrado con un reto común: “La novela negra ha de ir rápido y ágil y en la histórica, para sumergirte, hay que ser más descriptivo y eso hay que equilibrarlo. Fue un proceso que al principio no fluyó: tropiezas a cada momento con todo lo que implica el contexto histórico. Ya cuando conoces bien la realidad, cuando sientes que estás ahí, todo fluye. Es mucho más exigente y costoso”.
El dilema y el equilibrio
Es el de la documentación un problema de primer orden en este tipo de libros. Díaz lo explica así: ”El mayor error es meter demasiada investigación, intentar sacar todo lo que has aprendido. Descubres millones de cosas, pero tienes que medirte, hay cosas que te dan pena dejarte en el tintero, pero la novela tiene que funcionar. Tienes que conseguir que tengan la sensación de estar descubriendo algo, pero sin apabullar. La gente tiene ganas de terminar y decir: ‘Me lo he pasado bien pero he aprendido”. Massimi, al hablar de su investigación sobre el entorno familiar de Hitler, lo exponía así para EL PAÍS en 2020: “El ángel de Múnich encierra en sus páginas una novela histórica, un posible crimen pasional, un misterio de puerta cerrada y un procedimental clásico. El caso es demasiado misterioso, demasiado sorprendente, demasiado esencial, demasiado delicado, demasiado todo. Mi idea era: busquemos la manera de meter todo esto en una novela de 400 páginas, intensa y rápida. Al final fracasé: son 500 y tuve que dejar cosas fuera. Podría haber escrito 1.000 y se habrían quedado elementos por contar”. Biedma, por su parte, destaca otro aspecto clave: “Más importante que la documentación es la selección. Ahora, con la digitalización, la documentación no está tan lejos de la gente, es mucho más accesible. Lo importante es hacer la criba para que se aleje de lo habitual, ser original”.
Esta mezcla de géneros tiene otro atractivo: puede aportar claves sobre la convulsa actualidad. El autor peruano Santiago Roncagliolo lo resume así: “Creo que el pasado forma parte del presente. Y me gusta explorar cómo nos marca, nos duele y nos dibuja. Siempre escribo de alguna forma thrillers, psicológicos o políticos. Exploro las figuras que nos dan miedo: terroristas, abusadores. Esta vez, me interesaba la idea de la bruja: la emisaria de Satán. En su viaje a las colonias de América, esa figura encarnó el poder patriarcal y el miedo a la diferencia que aún subsisten en el mundo hispano. Quería mostrar cuándo empezamos a ser lo que somos”. El escritor se ha apartado un poco de sus inmersiones con recursos de thriller a la historia reciente de su país (Abril rojo o Pena máxima) para irse hasta un siglo XVII poblado de hechos extraordinarios, brujas y monjas con espíritu aventurero en la divertida y original El año en que nació el demonio (Seix Barral).
Sin embargo, para explicar el éxito del thriller histórico, quizás haya que ir a lo más sencillo: gusta y entretiene con calidad. Así lo ve Juan Cerezo, editor de esa La taberna de Silos que tiene a miles de lectores esperando continuación. “En esta novela hay disfrute de la vida que no le quita los toques de erudición que nos gustan”.
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