Seguro que hay quien no se ha enterado todavía porque no se lo ha encontrado haciendo zapping, pero los lunes a las 22.00 y en riguroso directo se emite Operación Triunfo. Su duodécima edición no se aloja en la televisión pública, tampoco en Telecinco donde fue más reality que talent show, sino en Prime Video porque aunque cada cierto tiempo se nos anuncia la muerte de la televisión lineal lo cierto es que las plataformas tratan de parecérsele cada vez más.
Sus espectadores habituales habrán encontrado pocas diferencias, la principal, la duración de las galas. “En TVE y Telecinco, durante la primera hora de programa apenas habían cantado los dos nominados, mientras que en Amazon en 90 minutos se lo despachan todo”, destaca la periodista, escritora y seguidora de OT Raquel Piñeiro. “El espectador que tiene unos horarios normales lo agradece, aunque tanta velocidad puede que vaya en contra del formato: tiene tanto de talent como de reality, y los vídeos que ponían en las galas —uno de los elementos sacrificados— eran un complemento que ayudaba a conocer a los protagonistas más allá de su desempeño sobre el escenario”. No ha variado lo esencial: 16 concursantes, un jurado y un reconfortante “cruza la pasarela”. Una mecánica sencilla que nos sabemos de memoria y provoca que se emita donde se emita sintamos que estamos ante “nuestro” OT.
Sí hay que destacar un gran cambio respecto a las primeras ediciones: cada vez es más fácil diferenciar entre dos OT, el que se sigue a través de las galas y el de la emisión 24 horas y las redes sociales. Los que únicamente vean las primeras se preguntarán, por ejemplo, por qué el talentoso Paul no es favorito cada semana. “Porque no da contenido”, ese concepto difuso, es la respuesta. ¿Se imaginan que no le diesen el Balón de Oro a Messi porque su relación con Antonella no genera suficiente salseo?
Lo extramusical ocupa cada vez más espacio, tiene cierta lógica: si alguien quisiera simplemente escuchar hermosas armonías vocales se pondría la discografía de The Mamas & the Papas. Esto va de otra cosa. Tan o más importante que la evolución vocal de los concursantes es la emocional y, para el grueso de los seguidores, la sentimental. 10 minutos después de que se abriese la puerta de la Academia las redes ya rebosaban shippeo, ansia por formar parejas. Por qué la próxima semana pueden irse a casa Salma o Alex tiene poco que ver con sus últimas actuaciones y más con el ambiente al puro estilo letra escarlata que se genera en las redes, donde a una se la acusa de supuesta acosadora y a otro de supuesto infiel. Supuesto es la palabra clave, tal vez pase tan solo en la mente calenturienta de los espectadores, pero vivimos tiempos de posverdad y pantallazo vía WhatsApp como fuente fiable.
Los concursantes están cada vez más expuestos al escrutinio de entomólogo de unos seguidores que a veces olvidan que no están comentando las tramas de personajes de ficción, sino de personas que un día abandonarán su encierro y se abalanzarán sobre sus móviles para conocer la visión que los espectadores han tenido de su paso por la Academia. Realmente hay más corazones en los ojos de los que miran el show que parejas reales, al menos confirmadas por los propios concursantes que, no olvidemos, están en el programa para perfilar futuras carreras musicales, aunque a veces creamos que estamos viendo La isla de las tentaciones porque ya no concebimos un reality sin carpetas así sea Forjado a fuego. El formato contribuye a ello: al más mínimo atisbo de relación entre dos concursantes, el nada inocente reparto de canciones les adjudica un dúo tórrido que los espectadores compran sin mirar el precio. Si hiciésemos un ranking de grandes momentos del formato estarían antes el Escondidos de Chenoa y Bisbal o el City of Stars de Alfred y Amaia que grandes actuaciones como La bikina de Ana Guerra o el “lorenazo” de Lorena Gómez con Land of 1000 dances.
OT cumple también una función antropológica. Así como First Dates nos permite acceder a un mundo de triejas y relaciones ágamas sin salir de nuestro tresillo, el formato de Gestmusic nos hace una radiografía de una generación, o al menos de la parte de esa generación que tiene veleidades canoras. Y hay algunos datos sorprendentes. La visita a la Academia de Dave, concursante de la edición de 2018, desveló que tan solo cinco participantes se consideran heterosexuales. Otros datos no sorprenden en absoluto: Paul confesó haber sufrido acoso en el instituto por preferir el canto al fútbol, un clásico de los patios del recreo desde que hay patios de recreo.
Aunque este año no hay una Rosa o una Aitana de España, las redes han elegido sus favoritos: la pluscuamperfecta Chiara; Violeta, que eligió debutar en la Gala Cero con el Crazy de Patsy Cline —ya están los jóvenes dando la lata con el reguetón—, la versátil Naiara o el jovencísimo Martin de tan solo 18 años, porque hay concursantes que nunca han vivido en un mundo en el que no existe OT. Eso debería hacerles conscientes de que ganar es lo de menos. Pocos recuerdan a Nahuel Sachak, Sergio Rivero o Mario Álvarez. Las carreras soñadas son las de David Bisbal, Manu Carrasco, Pablo López o Aitana. OT es un escaparate y ni siquiera es demasiado importante pasar demasiado tiempo en él, como bien saben Mai Meneses y Lola Índigo.
El casting es el mejor secreto de cualquier reality y el de esta edición pasa el corte. “Hay buenas voces y talentos con posibilidad de crecer; está por ver la proyección que tendrán —o no— en su carrera musical, pero para el programa están funcionando muy bien”, señala Piñeiro. No podemos decir que Chenoa haya sido un ingrediente secreto, que iba a estar a la altura lo sabíamos, su profesionalidad ya resultaba insultante cuando concursó en la primera edición. Era una elección perfecta para continuar el camino trazado por el desparrame de Carlos Lozano, la fiabilidad de Jesús Vázquez, el (breve) desastre a cámara lenta que fue Pilar Rubio —si alguien busca la vacuna contra el síndrome del impostor debería investigar su entusiasta capacidad para aceptar toda suerte de proyectos que la superan— y la naturalidad de Roberto Leal.
Tan importante como los concursantes es el jurado. Si a Chenoa podemos considerarla una “empoderadita”, esa palabra horrenda, de Concha Buika diremos, por ajustarnos a lirismo de los tiempos, que “sirve coño”, de hecho es el único plato de su restaurante. Si hay una estrella de la edición es ella. Sus sentencias que sabes cómo empiezan, pero nunca cómo pueden acabar, la han convertido en la gran revelación, y sin necesidad de sumarse al estilo Mejide, el de la crueldad gratuita por unos minutos de foco. Concha Buika es la reina de los memes y el formato, el líder en X (no es una incógnita que hay que resolver, es la maldad de Elon Musk hecha naming). Los hashtags relacionados con el programa han copado los primeros puestos cada semana y, según datos aportados por Amazon, la pasada gala batieron el récord de votaciones a través de la app de Operación Triunfo desde su implantación en 2017 con 4,55 millones de votos. Sabemos que esas cifras no siempre implican audiencia real, pero seguro que les ayudan a decidir si OT cruzará la pasarela y esta será la primera de muchas ediciones en Prime Video.
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