Una exposición de arte es un viaje entre incertidumbres y certezas. También una oportunidad de cambiar unas por otras y desvelar lo que permanecía oculto. En Identidades Partilhadas (Identidades Compartidas), la gran muestra sobre pintura ibérica que se puede visitar en el Museo Nacional de Arte Antiga (MNAA) de Lisboa hasta el 30 de marzo, abundan los descubrimientos. Por ejemplo, el zurbarán que nadie sabía que era un zurbarán hasta que Benito Navarrete Prieto, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Complutense, lo ha acreditado en el proceso de investigación para organizar esta muestra. El sufriente San Sebastián (1634-36) hasta ahora se atribuía al pintor castellano Clemente Sánchez en el MNAA, adonde llegó en 1916 procedente del convento da Graça, en Lisboa. “Se realizó una interpretación errónea del monograma añadido sobre un agujero o laguna en la parte inferior derecha del San Sebastián, que hizo que se quisiera casar ese monograma con este artista cuya obra no tiene nada que ver con Zurbarán, ni la calidad tampoco”, aclara el catedrático.
También se han rescatado del olvido de sótanos y pasillos perdidos en palacios portugueses numerosas obras que se exponen por vez primera o que habitualmente no se presentan en las mejores condiciones como la Santa Faz del Greco, realzada en una columna central de la exposición y sin el metacrilato que la perturba en el Palacio Nacional de Ajuda, donde está colgada de forma permanente. Comisariada por el director del MNAA, Joaquim Oliveira Caetano, y Benito Navarrete Prieto, la muestra cuenta con óleos de otros maestros como Murillo, Ribera, Carducho, Herrera el Viejo o Madrazo, además de obras de artistas portugueses vinculados a España por su formación o por su relación comercial como el Lusitano o Josefa de Óbidos, la primera pintora que logró reconocimiento en Portugal.
Uno de los reclamos de la cita es el Casamiento místico de Santa Catalina (1650-55), el murillo que la reina Isabel II regaló a Luís I en 1866 tras una visita oficial a Portugal en un contexto de estrechamiento de las relaciones políticas ibéricas con la construcción de la línea ferroviaria Madrid-Lisboa y el acuerdo sobre navegabilidad del río Duero. En 1855, la monarca española había obsequiado al Papa Pío IX con la misma obra, “un cuadro de la Sagrada Familia que tenía colocado en mis propios aposentos porque era una obra original de Murillo”, según la carta que Isabel II escribió al Pontífice citada en el catálogo de la muestra. La pintura se expuso en la Pinacoteca Vaticana hasta 1957, cuando un restaurador descubrió que era una falsificación. Un escándalo, aunque la reina, fallecida medio siglo antes en su exilio de París, se ahorró el bochorno público.
Reivindicar un canon
El 25% de las 82 piezas que se exhiben han sido restauradas para esta ocasión y otras se muestran por vez primera. “Hemos revisado catálogos y almacenes de numerosas instituciones, por eso hemos encontrado tantas obras nuevas”, aclara Navarrete. Porque quizás la novedad más llamativa sea el hecho de que por primera vez se dedica una gran exposición a la pintura española presente en las colecciones públicas de Portugal, procedentes de fondos de la monarquía, órdenes religiosas o coleccionistas. La indiferencia o la marginación, según se quiera, tiene explicaciones tanto académicas como políticas, señala Navarrete, que considera la ocasión como “una oportunidad para reivindicar las relaciones entre los dos países e incluso un canon ibérico”. Apoyada desde los respectivos Ministerios de Cultura y financiada por las fundaciones BPI y La Caixa, el comisario español confía en que esta iniciativa permita abrir una vía de estudio en las universidades sobre la circulación e influencia entre los artistas de uno y otro lado de la Raya.
“Al contrario de lo que ocurre en un Benfica-Real Madrid, aquí podemos ganar ambos”, bromea el director del MNAA, Joaquim Oliveira Caetano, durante una visita por la muestra. En el catálogo de Identidades Partilhadas, identifica el último tercio del siglo XVI como el momento de mayor influencia de la pintura española en Portugal con el encargo de obras tan relevantes como el retablo para el panteón real de los Jerónimos encargado por la reina Catarina al español Lorenzo de Salcedo.
Habrá más tarde otro momento de conexión, en el que destaca la primera pintora profesional portuguesa, Josefa de Óbidos. “El ciclo de la pintura de la Escuela de Óbidos es uno de los más reconocibles ejemplos de un impacto directo de la pintura española en el arte portugués del siglo XVII y tal vez el último momento de una marca importante de la pintura de España en el arte portugués”, señala Joaquim Oliveira Caetano.
La artista nació en Sevilla en 1630 de un matrimonio mixto de española y portugués. Su padre, Baltazar Gomes Figueira, se formó como pintor con el sevillano Herrera el Viejo, que también apadrinó a la niña Josefa. Aunque la familia regresó a Portugal cuando ella tenía cuatro años, la influencia de los círculos artísticos sevillanos marcaron su trayectoria. “Su padre trae a Portugal novedades como los bodegones que no se hacían aquí. Josefa comienza a trabajar muy joven con él, hay obras suyas realizadas con 16 años”, explica el director del MNAA. A los 31 años, recibe su primer encargo individual para la iglesia de Santa María de Óbidos y, como no tenía personalidad jurídica para firmar contratos (mujer, siglo XVII), sus padres le conceden la emancipación. A partir de entonces comenzó una carrera de éxito tanto en el arte como en otros negocios, muy marcada por el pensamiento de Santa Teresa de Jesús y la estética sevillana. En esta exposición se incluye la Adoraçao dos Pastores (1669).
Siguiendo un recorrido cronológico, la muestra se divide en tres grandes apartados. Uno de ellos es el de los pintores españoles y portugueses que circulan entre ambos países, como el extremeño Luis de Morales o el portugués Vasco Pereira, el Lusitano, que se forma en Sevilla en el taller de Francisco Pacheco, suegro de Velázquez. Otro recoge el momento que viven los artistas ibéricos entre 1581 y 1640, cuando los dos países comparten la Corona de los Austrias y el tercero responde al coleccionismo portugués del siglo XIX, muy interesado por la pintura gótica catalana y autores españoles de la época como Madrazo. Por vez primera se han reunido dos partes del retablo que Pedro Daponte pintó en Aragón y que acabarían disgregadas, una adquirida por el MNAA en 2010 y otra por la Fundación Gaudium en 2022.
Algunos cuadros que permanecían en España han llegado a las colecciones lusas en años recientes, como la Virgen del Buen Aire (1603), la tabla central del retablo que el Lusitano pintó para la capilla de la Virgen de los Mareantes de Triana, en Sevilla. Benito Navarrete explica que la obra se subastó en Sotheby’s en Londres en 2020. “Me sorprendió mucho que España autorizase su exportación y venta sin pedir siquiera un informe con el argumento de que no era Bien de Interés Cultural”, subraya. La obra fue adquirida por Armando Pereira, el millonario portugués que ayudó a fundar la multinacional francesa Altice y que acabaría detenido en julio de este año en una operación que investiga un entramado delictivo en Altice Portugal, que incluyó fraude fiscal, blanqueamiento de capitales, corrupción privada y falsificación. Tras ser restaurada, se depositó en el Museo Nacional de Arte Antiga y se ha incluido en la muestra. No es descabellado que acabe ingresando en instituciones públicas como ha ocurrido con las colecciones de otros millonarios portugueses venidos a menos tras sus problemas con la justicia como los empresarios João Rendeiro o José Berardo.
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