Inés Hernand llega con retraso al bar del centro de Madrid donde quedamos, caminando desde su casa, pero avisa cada cinco minutos por WhatsApp de por dónde va y lo que le falta, y, cuando al fin aparece, apuradísima, se deshace en disculpas. Viene radiante, recién maquillada por un profesional a domicilio para las varias citas de trabajo que tiene hoy por delante, pero se ofrece generosa y sin prisas a la conversación. Ha estado al otro lado y sabe que una entrevista no sale bien si una de las dos partes no se entrega. Es una comunicadora nata.
Yo podría ser su madre. ¿Cuántas veces le ha dicho a alguien de mi edad: “Ok, ‘boomer’?
Mira, soy milenial porque nací entre 1982 y 1997, pero la edad solo es un dato. Ser joven es un prisma, una óptica que resulta de ser contemporáneo en la época que vives. Decir ‘ok, boomer’ es como decir que te calles, y yo no lo digo: quiero escuchar.
A sus 31 años ya no es tan joven, también le digo.
Depende lo que evalúes. Me siento absolutamente juvenil, sobre todo en el ámbito emocional: todos somos unos niños y debemos saberlo disfrutar. Lo que ha cambiado mucho es cómo se nos conceptúa socialmente. Somos hijos de una precariedad perpetua. Estamos en una sociedad líquida, entonces, lo queremos todo fast: fast food, fast fashion, fast relationships. Antes, el compromiso te llegaba a los 30, ahora, ahora eso no pasa: o porque no puedes, o porque no quieres o por las dos cosas. Y nada de eso es gratis ni económica ni emocionalmente.
También hay jóvenes rezando el rosario en Ferraz [sede del PSOE en Madrid] contra la amnistía. Igual lo de las generaciones tiene que ver con la clase, además de con la edad.
Has dado con la caja de Pandora. Nos quieren vender que hay una clase media porque tengas un iPhone, y no. Tú eres tu contexto. Ellos ven amenazados sus privilegios y salen a lo que creen que es defenderlos. Está bien que hayan descubierto los movimientos sociales, pero creo que no salen tanto a a manifestarse, sino a desahogarse y a hacer unas risas.
¿Se iría de copas con ellos?
Por supuesto. Yo salgo de copas con absolutamente todo el mundo. Soy humanista y me gustaría que todos nos pudiéramos conciliar a través de la palabra. A los de Ferraz los miro con una mirada como de zoológico. Claro que saldría con ellos, no solo por las risas, que también, sino porque quiero entenderles y que me entiendan.
O sea, que no ‘cancela’ a pijos.
Los pijos son mi tribu urbana preferida. Saben divertirse como nadie. Yo ahora mismo estoy en una posición económica privilegiada, después de haber vivido la precariedad desde que me fui de casa a los 18 por discrepancias con mis padres, pero no soy una desclasada. Ahora, cuando voy a uno de esos restaurantes hiperpijos, me encantan, y digo ¿cómo no vais a querer blindar esto, cabrones?
¿Por qué no es desclasada?
Porque a mí me importa el resto del tejido social y uso mi altavoz para seguir poniendo en la palestra del debate público cosas que me parecen importantísimas. Lo que es clasista es que te sude los cojones el resto.
¿No se cansa de tanto activismo?
No, lo llevo en la boca del estómago. También va por épocas. Después de las elecciones acabé desfondada. Pero no puedo renunciar, tiene que ver con mi personalidad. Me resultaría imposible no denunciar algo injusto. Eso sí, el fin de semana hablo de trapos, o de tíos, o de una serie. Pero siempre hay algo que te hace saltar. Yo misma, a veces, me digo: ya estoy dando la puta chapa. Ya lo siento.
De 0 a 10, ¿cuál es su grado de adicción al móvil?
No te puedo decir un 10, porque lo uso mucho para estar conectada profesionalmente, pero sí un 6 o 7. Ahora somos esclavos de él, domina nuestro deseo porque el algoritmo está diseñado para ofrecerte doritos cerebrales, y engancharte. Por eso nos muestra cuerpos aspiracionales, bienes aspiracionales, relaciones aspiracionales. Lo revolucionario es vernos, quedar, tocarnos. Yo ahora mismo, que estoy soltera, en cuanto compruebo que alguien me puede interesar en una aplicación o red social, prefiero quedar, porque entre eso, el bótox, y los filtros nos estamos perdiendo los unos a los otros.
¿Cuánto le importa la imagen?
No soy ajena. El yugo de la estética es muy falaz. Siempre ha habido guapos y feos. Yo soy culona, y por mucho que me opere, no voy a poder tener determinado cuerpo. Pero soy defensora de la estética y también te digo, que si a ti te molesta el entrecejo, o el rictus, pínchate bótox, o ácido, antes de dejarte 50.000 pavos en terapia, pero no dejes la terapia si la necesitas. Ni el bótox ni el ácido te van a arreglar. Más amigas y menos bótox.
¿Ha hecho buenas migas con Mercedes Milá, su compañera en ‘No sé de qué me hablas’, pese a sus 40 años de diferencia de edad?
Buah, Mercedes tiene un aura muy fuerte. Es inteligentísima y, a la vez que hace un escáner implacable de lo que tiene enfrente, es cariñosa y generosa. Más allá de esta unión profesional en Televisión Española, a Mercedes me la voy a llevar puesta como amiga para toda la vida.
Bueno, siempre tendrá el título de Derecho como ‘plan B’.
Ahora mi carné de colegiada es como si llevara un posavasos del Toni 2 [célebre local de copas de Madrid] en la cartera. Me sirvió para comprender a los chicos de Ferraz, porque conviví con ellos en la facultad, y para saber leer la realidad y la sociedad, todo el mundo debería dar algo de Derecho en todas las carreras..
¿Ahora que es mayor, se lleva mejor con sus padres?
La verdad es que no. En etapas tempranas de mi vida hubo situaciones de abandono, de sentir que yo no era su prioridad, y he tomado la decisión que me parece menos dolorosa para mí: no tener ningún contacto con ellos, desde hace 7 años. Tengo que preservarme y alejarme de algo que me es nocivo. No quiero tener nada que ver con esas personas ni ahora ni el futuro. Cuando envejezcan y llegue el bajón fuerte, a ver cómo hacemos para abordarlo de la forma más aséptica posible. Suena horrible tener que hablar así de unos padres pero es la realidad, porque ellos no hicieron lo propio con su responsabilidad con su hija.
Me entran ganas de llorar al escucharla.
A mí también me entrarían. El ser humano es egoísta, hay que autoanalizarse, estas personas no se lo trabajaron y creen que todos son culpables menos ellos. . A cambio, he tenido una abuela de puta madre. Y me he construido una familia de amigas desde la infancia hasta la fecha.
¿Cuánta terapia le ha costado?
Unos 6.000 euros y cuatro años, desde que empecé a ganar dinero cuando me contrataron en TVE, y hasta ahora. Fue lo primero que hice, antes de cambiarme de piso: pagarme la terapia y un tratamiento de radiofrecuencia para la celulitis.
Vivan las contradicciones.
Me apetecía darme ese lujo. Soy absolutamente imperfecta y eso es lo que yo creo que me da cierto valor. Es imposible no incurrir en hipocresía en el capitalismo. Todo es superhipocrita, todo es asqueroso, y reconocerlo, al menos, te pone en el camino de intentar cambiarlo.
ALIANZA GENERACIONAL. Inés Hernand (Madrid, 31 años) se pagó la carrera de Derecho trabajando, entre otras cosas, como empleada de una cadena de comida rápida después de independizarse de sus padres a los 18 años. Después ejerció la abogacía “de forma precaria” y se hizo con miles de seguidores en sus redes sociales como divulgadora jurídica, activista política y humorista antes de que TVE la fichara para el programa ‘Gen PlayZ’, de su plataforma digital juvenil, donde aborda asuntos como la precariedad, la salud mental, el feminismo o la causa LGTBI. Después de que su popularidad se disparara como presentadora del fenómeno de masas del ‘Benidorm Fest’, y de los podcast »Dulces y saladas’ y ‘Saldremos mejores’, la televisión pública la ha escogido de nuevo para copresentar, junto a Mercedes Milá, ‘No sé de qué me hablas’, un espacio de entrevistas, reportajes y encuentro entre generaciones en horario de máxima audiencia. Eso, la audiencia, todavía es una incógnita.
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