‘Las gotas de Dios’, la miniserie para quienes creen que el vino es solo vino | Televisión

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En 2009, la revista Decanter hizo pública su famosa The Power List de los personajes más influyentes en el mundo del vino y en el número 50, por debajo de Robert Parker, Jancis Robinson, Miguel Torres o Álvaro Palacios —por citar algunos nombres— puso a dos personajes hasta entonces desconocidos: Tadashi Agi y Shu Okimoto. “Los hermanos —escribió entonces la revista— están detrás del famoso manga japonés sobre vinos bajo el seudónimo de Tadashi Agi. Su serie es posiblemente la publicación sobre vinos más influyente de los últimos 20 años”.

Ese manga del que hablaba Decanter es The Drops of God, editado por Kodansha, junto con la plataforma de cómics digitales de Amazon, ComiXology. En 2005, se publicó el primer ejemplar. El éxito fue tan inesperado como lo que sucedería años después: una colección de 44 libros, traducciones a cinco idiomas diferentes, más de 300 millones de lectores (solo entre Japón, Corea del Sur y Taiwán), The New York Times lo incluyó en su lista de sus best sellers de 2002, un club de vinos, un juego para catas y una serie para televisión.

Según publicó Bloomberg en octubre de 2019, la idea del manga surgió cuando los hermanos visitaron por primera vez la bodega Domaine de la Romanée-Conti (Borgoña francesa), allí probaron un Romanee Conti, el Echezeaux 1985 —unos 6.000 euros la botella— y así nació su inquietud por escribir una historia donde el vino fuera el gran protagonista, el leitmotiv en el que se moviera el sentir y vivir de sus protagonistas.

La serie, dirigida por Oded Ruskin (El panadero y la belleza o Absentia), está disponible en Apple TV+ como una adaptación del cómic realizada por el guionista Quoc Dang Tran (Paralelos desconocidos o Intrusión). La trama de la serie es la misma que la del manga: el fallecimiento de uno de los gurús más importantes del mundo del vino, Alexandre Léger (en la serie), una herencia millonaria (148 millones de dólares) y dos herederos, Camille Léger (hija del gurú) e Issei Tomine (el más aventajado alumno de sus clases de enología). Ella, francesa; él, japonés. Los últimos días antes de su muerte, Alexandre deja grabado su último deseo: su herencia en vinos y sus propiedades será para uno de sus dos candidatos siempre y cuando pasen con éxito una serie de pruebas: una de cata a ciegas, otra de evocación, otra de maridaje, otra de coupage, otra de armonías…

Fleur Geffrier y Tomohisa Yamashita, los rivales de ‘Las gotas de Dios’.

La historia discurre entre los bellísimos campos de vides de la Borgoña francesa, París, Tokio y la vinícola zona de Trento, en Italia. El guion está excelentemente trazado, con tintes de misterio, rivalidad, deseo, inquietud, superación y una buena dosis de rencor, perdón y amor. Todo ello, marinado por 14 de los mejores vinos del mundo (la gran mayoría franceses o italianos, pero, por mencionar alguno español, en algún momento se descorcha un Vega Sicilia Único de 1999 y en el cómic se llega a mencionar un Ferrer Bobet Selecció Especial 2008 —del Priorat—).

El resultado, ocho capítulos que deberían ser consumidos con la misma calma con la que se descorcha un vino de más de 500 euros, es decir, dejando que se oxigene, que exprese su esencia, que invite a ser degustado a tragos pausados, envuelto en silencios y evocaciones. A esto nos lleva a la serie: a entender que el vino es mucho más que vino, es un ser vivo, un concepto pensado, criado y mimado para ser bebido en esa liturgia de la excelencia. Dicho así, posiblemente, los descorches de dichos vinos nos inducirían al temor de enfrentarnos a ellos, a un no querer codearnos con la intelectualidad que encierra una botella; sin embargo, la historia se mueve entre las lindes de la excelencia, el lujo y la cotidianeidad, provocando en el telespectador las ganas de acompañar a los protagonistas en su búsqueda, intentando adivinar los matices que se encierran en la copa, indagando, solo con el olfato, lo que hay detrás del vino: su terruño, el año en el que se crió, las uvas con las que se elaboraron…

“No sé cómo expresarlo —dice Camille Léger en un momento determinado de la serie—. Este vino lo tiene todo. Al principio, hueles la tinta, las especias, el cuero, la madera, pero luego percibes un destello de lo que será dentro de 20 años. Es como si, en un segundo, te resumieran una vida. Este vino se hizo con amor y honestidad. Es familia”.

Fleur Geffrier, en el séptimo episodio de
Fleur Geffrier, en el séptimo episodio de ‘Las gotas de Dios’.

No es la primera vez que el vino y su entorno sirven de inspiración a guionistas y cineastas. Por citar un par de referencias, recordemos El sumiller (2020) de Prentice Penny: aquel chico que quería ser sumiller frente al rechazo familiar, que espera que se dedique al negocio familiar (igual que en Las gotas de Dios). O, ¿cómo olvidar Entre copas (2004) de Alexander Payne? Aquella maravilla provocó las ganas de viajar a tierras de Napa Valley en busca de aventuras vinícolas y despertó el interés y consumo de la Pinot Noir. En el caso de Las gotas de Dios, los vinos mencionados en el manga se iban agotando en las bodegas a velocidad de vértigo, uno de los casos fue el tinto francés Château Mont Pérat (Burdeos) del que se llegaron a vender 50 cajas en solo dos días. ¿Qué ocurrirá con la serie? Todo apunta a que seguirá creando nuevos adeptos al mundo del vino.

La colorimetría de la producción (tonalidades afines al vino), la elección de los planos: los primerísimos y los cenitales mostrándonos una mirada seductora y diferente; el ritmo narrativo de las imágenes, dibujando el paso del tiempo con esa misma elegancia con la que se desarrolla toda la historia. Todo parce trazado con el fin de comprender el lado espiritual del vino. Junto a esa trenza dramática que envuelve a los personajes, en ocho capítulos se ofrece un manual de cómo catar, educar ese músculo que es el olfato o el paladar, en definitiva, cómo comprender que el vino no es alcohol sino vida: “No se explica con palabras, el vino se huele, se saborea, se experimenta. Olvidad un rato la parte cerebral y dejad que hablen los sentidos. Es, sobre todo, una cuestión de sensibilidad y de abrir la mente”, dice el personaje Alexandre Léger en su clase de enología en la universidad de Tokio. En definitiva, se podría decir que Las gotas de Dios rompe la cuarta pared e introduce al espectador, convirtiéndolo en un personaje más, que busca junto a los protagonistas, las respuestas de cada una de las pruebas.

La primera temporada termina haciéndonos comprender el porqué del nombre, Las gotas de Dios, que a priori parece nada acertado. ¿Habrá una segunda parte? ¿Quién sabe? Todo parece bien cerrado y con pocas posibilidades de continuidad, pero, si confiamos en la complejidad del vino, quizá los guionistas descubran en él una nueva trama.

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