Todo lo que siempre quiso saber sobre Stephen King | Cultura

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El autor estadounidense Stephen King en mayo de 2021 en Bridgton (Maine).PHILIP MONTGOMERY (New York Times/ ContactoPhoto)

Si es usted fan de Stephen King y tiene la fortuna de dejarse caer por Bangor, Maine, debería saber que puede subirse a un autobús y recorrer, durante tres horas, los principales escenarios de algunas de sus novelas. Pero no solo de sus novelas. Porque de la misma manera que la ruta pasa junto a la estatua de Paul Bunyan —el enorme leñador que posee el payaso Pennywise en la novela It—, lo hace junto a la lavandería en la que el escritor trabajó después de la universidad, cuando las cosas aún iban francamente mal y él y Tabitha, su mujer, tenían ya dos críos. En el rey del terror —y ahora también del noir sobrenatural—, vida y obra son una misma extraña y apasionante cosa, como demuestra el exhaustivo trabajo de Bev Vincent, el más que ilustre fan de King, autor desde 2001 de una columna en la que radiografía al escritor llamada Stephen King: News from the Dead Zone. En 2022, coincidiendo con el 75 cumpleaños de King, Vincent publicó además un libro ilustrado que repasa su trayectoria y que la editorial Cúpula acaba de editar en español.

Su título, Stephen King. Una gran celebración de la vida y la obra del gran maestro del terror, podría sustituirse por el más simple He aquí todo lo que siempre quiso saber sobre King, una colección de las piezas que exploran la figura de King, siempre un tanto esquiva ante la prensa. Incluye fotografías en las que se ve al pequeño King amorrado a un biberón, o sonriendo, junto a su hermano, en un jardín con casa de fondo, con seis años. Hay también algunas nunca vistas, como la que le sitúa en Stratford, Connecticut, con un puñado de amigos que podrían pasar por los amigos de El cuerpo, el relato en el que se basó la película Cuenta conmigo (1986), de Rob Reiner. El libro detalla, un tanto sucintamente, sus primeros años —cómo su padre se fue de casa cuando él tenía dos años y su hermano, adoptado, uno más, y cómo su madre los crio sola, a veces yendo de acá para allá—, pero sobre todo sumerge al lector en su obra y en cómo de íntimamente está relacionada con su siempre nada ostentosa, pequeña, vida.

“Podría decirse que soy el equivalente literario de una Big Mac con patatas”, cuenta Vincent que dijo en una ocasión King y que probablemente jamás se ha arrepentido tanto de algo. Después de aquello, Harold Bloom, el crítico e instigador del “canon occidental”, un personal listado de filias que se dio por universal, lo despreció abiertamente, asegurando que no había nada de “dignamente estético” en su escritura y que sería recordado “como un fenómeno sociológico”. Y siendo aún más cruel, apuntaló “una imagen de la muerte del lector literato”. Bloom enfureció ante el primero de los reconocimientos descaradamente “literatos” que recibió King —la medalla de la National Book Foundation, en 2003—, al que seguirían más —la Medalla Nacional de las Artes, en 2011, y el PEN American Literary Service, en 2018— en la presente etapa hiperrevolucionaria y revolucionada de su carrera —sigue produciendo una cantidad ingente de páginas por año, a un ritmo de al menos diez diarias, que escribe entre las nueve y la una del mediodía—.

Stephen King (escribiendo) hace un
Stephen King (escribiendo) hace un ‘cameo’ en la segunda temporada de la serie de televisión ‘La cúpula’ .

Vincent recorre cronológicamente en su enciclopédico volumen esa carrera, deteniéndose en cada novela y hasta en el libro que le dedicó a la temporada de 2004 del equipo de los Red Sox; sí, King es un gran fan del béisbol y no es mala idea pasar por el campo en día de partido si lo que se quiere es acabar con un ejemplar de sus libros firmado. El libro deja que sea el propio King quien hable, algo poco frecuente porque el escritor no acostumbra a conceder entrevistas. Su fama es tal que si lo hiciera, dice, no haría otra cosa. Tampoco es que haya hablado con Vincent sobre sus libros. Como un personaje del propio King —como una nada terrible Annie Wilkes, la fanática protagonista de Misery, de quien, por cierto, se cuenta su origen, en el que hay una mezcla de Dostoievski, Evelyn Waugh y una pesadilla en un avión—, Vincent recopila y ordena declaraciones y puntos de fuga, componiendo un gabinete de curiosidades totémico. Están ahí sus poemas mecanografiados, entre ellos, el poema del que salió su villano recurrente Randall Flagg. También sus páginas manuscritas, porque escribe a mano a menudo, sobre todo después del accidente que casi le costó la vida.

Entusiasmo narrativo

El volumen da cuenta también del músculo de su entusiasmo narrativo: todos esos manuscritos acumulados, cómo su cerebro desencripta la realidad en clave terrorífica, o lo que ocurrió cuando fue a recoger el coche al mecánico y decidió que el ruido que hacía el puente que cruzó caminando lo había hecho una criatura espeluznante (Pennywise), o cuando simplemente se preguntó qué pasaría si el cuentakilómetros de su coche empezara a ir hacia atrás (Christine). Pero también subraya su influencia en la cultura popular. Aquellos que sepan de King por sus tuits —su batalla contra las armas, Trump o la transfobia, o la generosidad con la que cambia la vida a todo aquel escritor debutante al que lee si le gusta— tal vez no tengan idea de cuánto de motor ha supuesto para el sector editorial. No solo se adelantó con el audiolibro y el ebook o trató de resucitar la novela por entregas con La milla verde; es que fue el primero en compartir un relato inédito en internet, abriendo una entonces impensable nueva puerta a la lectura.

stepehn king

Montó una banda con Amy Tan y otros escritores, The Rock Bottom Remainders —que fue de gira por pequeñas ciudades—, compró una emisora local para que el rock —con el que tiende a escribir— no abandonara nunca las ondas y también para hacer programas con su mujer, a la que nunca deja de agradecer haber estado ahí siempre, incluso en los momentos en que podía escribir novelas de 400 páginas sin recordar haberlo hecho porque bebía y se drogaba demasiado; llegó a pesar 107 kilos y a fumar tanto que el médico le aseguró que estaba en “territorio de infarto” y, como respuesta, él escribió Maleficio. Creó su propio sello, Philtrum Press —diseñado por un compañero de universidad—, y se rumorea que su casa en Bangor —la de la puerta forjada en hierro y murciélagos, que se abría por Halloween, lo que le convertía en, dice, “el Papá Noel de Halloween”— podría convertirse en una residencia de escritores tarde o temprano.

El festín del libro monumento de Vincent es inacabable en este tipo de inesperados y desconocidos detalles, como lo ha sido, desde el principio, el entusiasmo con el que King devuelve al mundo todo aquello que la lectura le dio de niño, cuando la vida que imaginaba era infinitamente superior a la real. Un magnánimo entusiasmo que acabará cuando él mismo se acabe. “Sabré cuándo ha llegado la hora: o me desplomaré sobre mi mesa o se me acabarán las ideas. Lo que no quieres es avergonzarte a ti mismo. Mientras crea que sigo haciendo un buen trabajo, no me veo parando”, ha dicho el escritor, que si ostenta algún tipo de récord de adaptaciones cinematográficas es también porque, hasta hace un mes, y desde el principio, vendía los derechos de sus relatos por un dólar a jóvenes promesas, estudiantes y aspirantes a cineastas que, como el propio Bev Vincent, acaban un día por convencerle de que son dignos, en cuanto a pasión por lo que hacen, de su Dollar Baby Program. La pasión, siempre.

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