Hay dos cosas a destacar especialmente en la figura de Ventura Pons (que ha muerto a los 78 años). La primera, su compromiso con la lengua catalana: era una persona que se empecinó en hacer teatro y cine en catalán. Y segunda, su confianza en la autoría de casa: decía “¿por qué ir a buscar historias fuera cuando aquí hay tanto talento?”.
Llevó al cine narrativa y teatro nuestros. En el segundo caso, las obras de Josep Maria Benet i Jornet, de Lluïssa Cunillé, de Josep Maria Miró, o las mías. Al margen de otras consideraciones artísticas, hay que valorar ese nivel de confianza, que se encuentra en tan pocos directores, que suelen mirar con recelo la creación literaria de aquí.
Había también en él otra cosa muy buena, que no se consideraba autor, sino contador de historias hechas por otros. Llevó al cine tres de mis obras, Caricias, Morir o no y Forasteros. Y siempre lo hizo de manera muy fiel, incluso extremadamente fiel. Creía mucho en nosotros y eso siempre se lo vamos a agradecer.
Le caracterizaba también su tenacidad: durante una época hacía hasta una película por año, como Woody Allen. No mantuve la amistad profunda con él que tuve con Benet i Jornet —de hecho, llegué a Ventura Pons por Papitu—, pero nos teníamos mucha confianza. Era un apasionado del cine y del teatro; iba a verlo todo, asistía a todos los estrenos, tenía una gran curiosidad por todo el arte. Su muerte es parte del drama de la desaparición de toda una generación de talentos, y como la de otros de sus coetáneos además de apenarnos nos empobrece. No hay que olvidar el trabajo de Ventura Pons para la pantalla con actrices de teatro como Rosa Maria Sardà, Anna Lizaran, Laura Conejero, Mercè Pons, Carme Elias o Vicky Peña, otra labor, acompañarlas en su paso al cine, que hay que agradecerle.
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete
Babelia
Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_