“El matrimonio es una institución incompatible con una mujer que trabaja, piensa y actúa de forma libre”. La frase de la poeta austriaca Ingeborg Bachmann (1926-1973), puesta en boca de la fabulosa intérprete Vicky Krieps por la veterana directora alemana Margarethe Von Trotta ya en la parte final de la película, resuena con la contundencia de las campanas de una catedral. Y, sin embargo, cuando lanza tal aseveración, es también el momento de analizar las contradicciones vitales de la escritora, expuestas a lo largo de la historia, e impulsadas por una sociedad que trituraba espíritus independientes como el de Bachmann. Las discordancias de una de las más destacadas voces de la literatura alemana del siglo XX, capaz de fomentar un mensaje público abiertamente feminista mientras no podía evitar dejarse torturar en lo psicológico por un amante cruel, vanidoso y de fachada impoluta: el dramaturgo suizo Max Frisch.
Viaje hacia el desierto, biopic de una parte de su existencia, la de la relación amorosa con Frisch, entre 1958 y 1963, y su posterior escapada vital hasta un país de Oriente Medio que nunca se concreta junto al periodista vienés Adolf Opel, es una película quizá un tanto añeja en su puesta en escena, pero también muy interesante, tanto en lo social como en lo literario. Una obra compleja, árida y rocosa, quizá incluso plomiza, que no se atreve a ser lo abstracta y fantasmal que podría haber sido de haber transitado por el estilo que apunta en sus primeras secuencias, y no por el academicismo que posteriormente se despliega. Pero que también muestra con rotundidad las inseguridades de los creadores más prestigiosos. Esos que, de aspecto elegante y porte altivo, pueden esconder monstruos interiores que chupan la sangre de los que le rodean con el fin de potenciar su cojitranca creatividad. Y también aquellas que mientras llevan la esperanza del surgimiento de una nueva sociedad más justa con las mujeres, inspiradoras de multitud de seguidoras, y creadoras de un nuevo universo lingüístico ajeno al dominio de los hombres, en su núcleo privado no pueden evitar ser avasalladas por sus agresores, lastradas por siglos de opresión en torno al amor, al trabajo, al sexo y al lugar que ejercen en la sociedad, la cultura y el arte.
Como ocurría en la reciente Anatomía de una caída, el ego del artista y la incapacidad para crear más allá del volcado de vivencias de lo que tienes delante, en el caso de Frisch, se enfrenta a la continua búsqueda de un sentido propio y abierto en el trabajo de la también lingüista, pensadora y filósofa Bachmann. “Todo escritor vive del lenguaje, y no de escribir sobre lo que le rodea”, le espeta la poeta a su amante, celoso en lo amoroso y en lo profesional, en una de sus trifulcas intelectuales.
Y Von Trotta, de 81 años, con cinco décadas de loable trabajo en su mochila y biografías cinematográficas tan relevantes como Rosa Luxemburgo (1986) y Hannah Arendt (2012), muestra esos intentos de emancipación con una estructura narrativa de saltos en el espacio y en el tiempo —no solo entre el desierto y la Europa Central, sino también con el respiro que supone Roma para la escritora—, que no siempre se alimentan dramáticamente del mejor modo entre ellos, pero que sirven para mostrar el deambular vital de una mujer en busca de su propio yo, que “trabaja, piensa y actúa de forma libre”. O que al menos lo pretende con todas sus fuerzas.
Viaje hacia el desierto
Dirección: Margarethe Von Trotta.
Intérpretes: Vicky Krieps, Ronald Zehrfeld, Tobias Samuel Resch, Luna Wedler.
Género: drama. Alemania, 2023.
Duración: 110 minutos.
Estreno: 19 de enero.
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